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Inicio / Cuenteros Locales / elazuldelanoche / EL FINAL -ATRAVÉS DE TU MIRADA

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Demasiado amor, demasiada locura, eso había cuando llegó. Un día por la mañana, por el Oriente y llegó, llegó a llenar de luz aquellos días, si esos en que juntos y separados nos encontró abatidos por la noche, sumidos en la luz de la luna y embriagados de melancolía. Me dolió darme cuenta que para volver a verlo era necesario alejar algo de mí, la vida.

Así..., lejos mi dejo de recibir un nuevo día y lo percibo, el amanecer, los rayos de luz que entran por la ventana para acariciar mi cuerpo que yace sobre la cama enredado sobre las sabanas blancas, así, así me encuentra la esperanza de volver a vivir en otra vida y que juntos hagamos las cosas mejor o más mal aun de cómo las hemos hecho pero que las hagamos juntos, y aun así es una esperanza y me aferró a ella como las larvas se aferrarán a mi cuerpo cuando la mancha verde sea el símbolo de la putrefacción.

Es paradójico ahora me doy cuenta que necesitaba morir para que ella, la esperanza, volviera y aunque mi cuerpo debe haberse enfriado los rayos del sol se aferran a mi y no permiten que el frío llegue más allá de un cuerpo. Sabrás que como todo en mi vida hasta el lugar de mi muerte ha sido planeado, dejar las ventanas abiertas y esperar al sol. Tú, mejor que nadie sabes que odio el frío y tuve miedo que al marcharme de mi, mis manos no alcanzaran las cobijas pero sobre todo tuve miedo que la noticia de mi muerte no llegara con la prontitud de mi partida y tus brazos no me salvaran del maldito frió, del maldito frió, del maldito frió, del maldito frió... Y lo único que no hace perfecto este momento es que no es estés parado y sobre la puerta para sentir celos de los rayos del sol, para ver como me acarician y me llenan de luz y de calor, penetrando hasta mi último rincón, ¿para maldecirme!, ¡para preguntarme porqué!, porqué lo he hecho sabiendo, sabiendo que no te voy a contestar, que no puedo contestarte y para saborear tu humilde cobardía que sabiendo que ya no me es dado hablar, espera de mi una respuesta que es la más sabida, me volví loca y no quisiste aceptarlo, tan sabida que prefieres preguntar al cuerpo que yace entre las sabanas blancas y que te grita, sin hablar que ya no tienes testigos..., eres el dueño de nuestra verdad y el juez de nuestra historia.

Estoy sumergida en mis pensamientos cuando escucho el motor de tu auto estacionarse fuera de nuestra casa, logro percibir cada movimiento que haces, caminas lento, paso a paso, como cuando te sientes ofendido pero llegas a secar mi llanto, a doblar tus convicciones pidiendo perdón y quisiera volverme un pensamiento tuyo para convencerte de que hoy, hoy no me encontrarás llorando.

Tus manos, tus manos blancas tiemblan como cuando me escribes para compensar esas cosas que me no pudimos darnos y para darnos las muchas otras que si sabíamos darnos y tiemblan al abrir la puerta como presintiendo que por primera vez no es precisamente ella, la puerta, la que nos separa. La abres, te veo recargarte, veo tus lindos ojos claros, cansados y me vuelvo a enamorar de ellos y me vuelvo a enamorar de ti. Tu mirada se postra sobre mi cadáver y lleno de culpas, las tuyas y las mías, y de palabras calladas, las tuyas las de amor y desamor y en una atmósfera de frustración, la mía, tus ojos terminan por perderse entre el agua salada de tus lagrimas y de las mías, porque ahora tendrás que llorar por los dos. Entre tanto se te escapa un estridente -¿por qué?, ¿por qué lo hiciste...- Por eso te grito: “detente amor, no cumplas mi profecía”. No me escuchas caminas a la ventana y cierras las cortinas, los celos de que el sol me acaricie de esa manera comienzan a joder demasiado. Sin mas me tomas entre tus brazos y susurras a mi oído por eso, por eso te empeñaste en cambiar los muebles, por eso cambiamos la cama, por la ventana para que no tuvieras frío pero no importa porque ya estoy aquí, se que se me hizo un poco tarde pero quiero que sepas que todo lo que dije anoche, todo lo sentía pero tenías razón te extraño.

Este instante entre tus brazos se me antoja interminable como la primera vez que te abrace, ¡no me sueltes amor! que no me asusta estar muerta, me asusta estar lejos de ti, me asusta que me olvides, me asusta que cuando tus manos estén lejos de mi cuerpo le prendas fuego a los recuerdos. Estaba tan triste que olvide decir cuanto te amo y el ahora se me escapa entre tus brazos.

Texto agregado el 25-03-2007, y leído por 116 visitantes. (0 votos)


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