Pedro Contreras consideraba que la vida era un engaño. No creía en la religión, ni en los políticos y estaba seguro que una enorme confabulación falseaba todos los ámbitos. Conversar con él era enfrascarse en una interminable discusión puesto que el se encargaba de negarlo todo. Incluso cambiaba su propio punto de vista si se daba cuenta que coincidía con el de su interlocutor. En otras palabras, Pedro era un porquería contestataria, un ser amargo que era insufrible desde todo punto de vista. Cierto día que se paseaba con el ceño adusto por el centro de la ciudad, se plantó frente a una tienda en donde se vendían boletos de la lotería. A través del vidrio pudo ver como el dueño movía su cabeza negativamente a los clientes que ingresaban y como presintió que era una excelente ocasión para disentir con alguien ¿que creen ustedes que hizo? Por supuesto, entró exhibiendo su mirada torva y se dirigió al mesón. El vendedor levantó sus manos al cielo y exclamó: ¿Qué no sabe leer? ¡Que le han dicho a Pedro! Tomando aire para que su voz adquiriera los matices que la situación ameritaba, preguntó:
-¿Hay que saber leer para que usted me venda un boleto?
-¡Por supuesto que si! Si usted se hubiese fijado en el enorme letrero que tengo en esa vitrina, se daría cuenta que los números de lotería están agotados.
-¡Ya lo sabía yo! ¡Todo es una vil mentira! ¡Palos blancos! ¡Negociados oscuros! Seguramente ya se acaparó usted los números ganadores y le niega a ese público fiel que ha contribuido a que tenga el status que tiene, la gran posibilidad de salir de perdedores.
-No calumnie que le puede salir el tiro por la culata.
-Al que le va a salir el tiro por la culata es a usted porque de aquí no me muevo hasta que me venda uno de esos números que tiene bien guardaditos.
- Le ruego que se retire. Los boletos se han agotado porque el premio de esta semana es cuantioso y no hay tal. Yo no oculto boletos para lucrar. Nunca lo he hecho ni nunca lo haré.
-Ja.
-Si. Ríase no más que se ríe en vano. Puede ir saliendo…
-Que no.
-Que si.
-Que no.
-Que si.
En eso ingresó una señora con un boleto en la mano.
-Señor. Se que es difícil pero ¿podría usted devolverme el importe de este billete? Necesito comprarle un remedio a mi hijo y me falta algo de dinero.
Que le han dicho al plomo de Pedro. Metió su mano a uno de sus bolsillos y sacó un flamante billete de cinco mil pesos.
-Señora. El dinero es suyo. Páseme para acá ese boleto que de seguro no sacará ningún premio pero la salud de su hijo está primero. Y diciendo esto, miraba con ojos achinados al vendedor, quien tamborileaba sus dedos en el mesón haciéndose el distraído.
Ese lunes compró el diario, no el que le ofrecieron sino cualquier otro y revisó los números de la lotería: cinco, cinco, siete, si, siete, dos, aquí tengo dos, si, ocho, a ver, ¡ocho! y cinco ¡¡¡cinco!!! ¡Me gané la lotería! ¡Me gané la lotería! Y transformado su rostro por una sonrisa que le cruzaba la cara de lado a lado como un río de dicha, se puso su mejor terno y se dirigió a la agencia de lotería para restregarle en la cara el boleto ganador al vendedor aquél.
El hombre atendía a un cliente cuando ingresó Pedro radiante, sacó el boleto de su bolsillo y se lo mostró con sus dos manos. El vendedor leyó la cifra, esbozó una sonrisa y metiendo la mano debajo del mesón, hurgó algo. Era el listado de boletos ganadores.
Luego lo colocó encima, lo planchó con la mano y empezó a enumerar:
-Si usted se fija, el primer número es seis, no cinco, el segundo no es siete sino ocho, el tercero no es dos sino tres, el ocho no es ocho sino nueve y por supuesto el cinco que usted tiene en su cartón es nuevamente seis. Ahora ¿me puede usted decir de qué estamos hablando?
Y Pedro tuvo que rendirse a la evidencia que su espíritu contestatario le había jugado una mala pasada a él mismo creyendo ver lo que a él le parecía. Por lo tanto, por primera vez en su vida, agachó su tozuda cabeza, tomó con desgano su boleto y salió con la cola entre las piernas del local.
Pedro acude todos los días a ese local y compra todos los boletos que puede. El dueño le atiende sonriente ya que gracias a ese fiel cliente, ha podido ampliarse más pronto de lo que esperaba.
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