Pensé que eras tú quien me llamaba, me sentí en un cólera completo de esa tristeza, esa que tú me provocaste. Mas fuera de todo esto, ni si quiera me imaginé que fueses tú, pero me hubiese encantado. Escuchar tu voz, sentir tus emociones transformando las mías de una forma casi inconsecuente a tus besos. Sentir tus prosas a la distancia, esas palabras crueles de frialdad. Me hubiese encantado, que me miraras en una ilusión impenetrable y mataras en mi interior todos los males. Sostendría mi mano entrelazada de la tuya, esperando pausadamente que mis lunares aumentaran su elegancia y me dieran un aspecto más hermoso. Tal vez todo fue mi culpa, por no ser tan bello como tú. Por no saber de los destellos del mundo aristócrata y por falta de interés a cubrirme de un velo superficial. Pensé que eras tú quien llamaba mi atención esta mañana, corrí sin freno a contestar mi celular, como si no hubiesen más cosas que hacer y como si mi vida dependiera de ello, contesté con un aliento inagotable, con lágrimas entre mis ojos, ahogando lo que hubiese tenido de amor por ti. Adherí mi oído a tus supuestas llamadas, esperé tu voz, diciéndome un te quiero falso, pero existente en mi imaginación. De pronto no tuve conciencia de mi caída, solo recuerdo mis lágrimas de decepción, y aquellas noticias muertas que me anunciaban una cruda promoción de la compañía. Aún espero tu llamada, con el teléfono entre mis manos, listo para aceptar tus códigos y esperar que tarde o temprano sientas lo mismo que yo por ti. Idea utópica de mi parte, pero de algún modo sirve de terapia para olvidar que nunca me quisiste y que aún con tu llamada, nunca me querrás. |