Con tu puedo...Cap 25
Sé harina...
A medio día del viernes. Alamiro está en la puerta de la oficina del Administrador, lo hacen pasar. Don Fernando, por primera vez le ofrece asiento, mira al trabajador y el trabajador devuelve la mirada. El Administrador percibe que su trabajador le mira en calidad de igual, no lo expresa con palabras ya que no es imbecil, pero lo siente así.
—Así que citó a reunión de la Filarmónica.
—Sí, señor, para las ocho de la noche.
—¿Y se puede saber lo que les dirá?
—Claro, les contaré de la plaza y del cuidado que habrá que tener el primer tiempo para que los arboles se afirmen a la tierra, diré que es una buena obra suya, Don Fernando, que ha sacado gente de la producción para que la población tenga algo de sombra.
Bueno, también les contaré que el domingo no voy a estar en el baile de la Filarmónica ya que voy a Iquique con mi novia.
—¡Vas a Iquique!
—Sí, señor.
—Me vas a dejar abandonada la plaza y yo que quería la terminaran el domingo.
—El domingo es mi día de asueto.
—¿Vas ha hablar lo de la Escuela en la reunión?
—No lo había pensado, pero ahora que usted me dio la idea, lo haré.
—¿Y si te pido que esperes un par de semanas?
—A lo mejor, puede ser, pero en Iquique preguntaré si es que hay alguna ley de Educación.
—Cuando te eche, te voy a echar de menos.
—Cuando usted me eche, trabajaré en otro lugar.
—No te va a recibir nadie en la pampa, yo me encargaré de eso.
—Chile es tan largo, señor.
—Ya ve a almorzar para que mañana esté listo el hoyo y taparlo el lunes.
—Permiso, señor. Ah, y antes que me eche vaya pensando en lo que le dije el otro día de lo bajo de los salarios. ¡Hasta luego, señor!
A las ocho del viernes la sala estaba llena. Alamiro en el proscenio, pasado cinco minutos, se levantó y comenzó su discurso.
Compañeros, señoras. He citado a esta reunión para informar tres cosas: la primera es para contarles que el hoyo que hacemos luego lo taparemos con tierra traída de otros lugares de la tierra. En los próximos días llegaran árboles y plantas las que serán colocadas en la plaza, si las cuidamos, pronto tendremos algo de verde en este sequedal, algunas flores veremos y eso de alguna manera alegrará el espíritu. Yo solo quiero pedirles cuidemos esta plaza. En la reunión, cuando el Administrador nos pidió que el teatro actúe el dia del casamiento de su hija, el maestro Juvencio y yo, solicitamos a Don Fernando se construya una plaza y lo ha hecho.
A lo mejor, como es posible que me echen de la oficina, yo no vea la plaza, pero los niños podrán jugar en ella y eso, en donde esté, lo recordaré.
Sonó un fuerte aplauso, y la gente al oír lo de la expulsión de Alamiro, lanzó una fuerte rechifla que debe haberla oído el Administrador.
También quiero contarles que este domingo no estaré en el baile de esta Filarmónica ya que voy a Iquique con mi novia.
Otro gran aplauso, quien con más fuerza aplaude es Clotilde.
En Iquique quiero hacer varias cosas. Una de ellas es conversar con alguien, no sé con quién, pero deseo preguntar si es que existe alguna ley por la cual la educación de los hijos sea obligatoria, ya qué, y es por lo que cité a esta reunión, he solicitado al Administrador y dueño de esta Oficina, se construya una Escuela, para que nuestros hijos se eduquen y no vivan y mueran en la ignorancia.
No lo dejaron terminar, el aplauso fue más grande, que el primero, duró más de cinco minutos, las mujeres del campamento fueron las más entusiastas.
Agradezco vuestro aplauso, aún no hay nada construido, o sea no hay escuela. Es una idea, ya les dije, se ha a hablado conmigo hasta de despido, si ocurre, cosa muy probable, tendré que trabajar en otro lugar.
Lo único que sé, es que aún cuando se eche a todos, llegará el día en que en cada lugar de la patria haya uno o varias escuelas en donde se eduquen los hijos y los jóvenes, nosotros, quizá ni siquiera alcancemos a verlo. Pero igual será nuestro triunfo, nada nos entregarán gratis los poderosos, piensan que echando a uno u otro frenarán el ímpetu de Redención, más no es así, ya que siempre llegará alguien que prosiga el camino.
Es eso lo que quería contarles. Gracias por haber venido y especialmente quienes no siendo socios llegaron hoy.
—Atanasio, no haga tonteras nuevamente, no vaya a ninguna parte – Ernesto Aravena, le dice eso al oído a Atanasio, quien sólo baja la vista, sin decir nada, quedándose en la platea.
El mecánico, el mismo que estaba en la cantina el día en que los hermanos Aravena hicieron salir a la pampa a Ramiro, salió tras un cargador, al que vio perderse en una calleja rumbo a la Administración.
Regresó, haciéndole un gesto a Francisco Aravena, quien solamente asiente.
—Señor Presidente, me permite.
—Por favor hable.
—Sé que no soy la más querida en la Oficina. Quiero hablar a los hombres, decirles que, no sólo deben ser hombres por lo que tienen entre sus piernas, sino también por saber hacerse respetar. Pareciera que el Presidente es el único que lo hace y si lo echan ¿acaso ustedes no van a decir nada?, Agradezco que el presidente, sin tener hijos se haya acordado de los nuestros, de los de ustedes.
Clotilde no alcanzó a decir nada más ya que se le apagó la voz.
La mayoría no dijo nada. La reunión terminó a las nueve de la noche y cada cual fue a su casa comentándola. Alamiro fue felicitado, varias mujeres agradecieron a Clotilde y le dijeron que tenía razón.
Francisco, marchó a casa de Lastenia, la que lleva a sus hijos tomados de la mano. Al llegar a su casa invitó a Francisco a pasar, le pidió la esperase en la mesa mientras ella acostaba a sus niños. Ramón le dio la mano a Pancho, éste se la apretó, Alicia le dijo a Pancho se agachase, cuando lo hizo, ella le dio un beso en la mejilla para luego irse a su cama.
A la media hora dormían. Lastenia sacó de la cocinilla una tetera que hierve y sirve una taza de té muy cargado a Francisco. Pone unas galletitas en la mesa, mira a Pancho, le toma la mano.
—Shist, no hables Francisco, La soledad del desierto a esta hora me gusta, ya dormirán profundamente los niños. Alicia me ha contado que “sueña con Pancho, que le ve cargándola sobre sus hombros graannnndes”
—Lastenia, he venido, para decirle a su pregunta, que no llego con ningún engaño bajo la manga, que trataré de no hacerla sufrir por nada, salvo por las cosas a las que nos metemos cada día. Anoche no quise insistir, hoy lo hago, y lo hago pensando en que lo que ocurra, mañana no tendrá regreso; que si la amo y me ama, podemos hacer una vida juntos, juntos los cuatro, y sus hijos seguirán siendo sus hijos, suyos y de su marido. Yo intentaré ser amigo de ambos, de hoy en adelante participaré de la educación de ellos, no verá ni malos gestos ni feas palabras para ellos. Lastenia, no soy como los poetas que recitan en la Filarmónica, tampoco actor con mil palabras en los labios. Yo soy un hombre que tiene pocas palabras, he trabajado solo por muchos años, en donde no hay con quien conversar, así qué, no sé que más decirle, sólo que la estoy queriendo más de lo que la quería anoche.
—Pancho, sólo abrázame a mí, que lo necesito tanto. No me importan las palabras, solo tus brazos y que de verdad me ames.
El abrazo, fue largo muy largo, el beso, más aún, las manos más intrusas, los cuerpos se pegaron más. Se pegaron lo mismo que él pulpo se pega con las ventosas de sus extremidades, se miraron una y otra y otra vez. Se separaron, conversaron. Cuando las palabras se hubieron agotado. Pancho preguntó.
—¿Quieres que me vaya?
—¿Quieres irte?
—No, no quisiera tener que irme.
—Tampoco quiero te vayas.
Y se abrazaron y anduvieron los pasos que los separaban de la cama de Lastenia. Allí desnudaron sus cuerpos y rodaron sobre la cama. El sudor acumulado por años reflota con el aroma del amor compartido. Labios, manos, piernas, lengua, dolores, amores, alegrías y penas se funden en un solo anhelo. Lastenia siente recorrer el mismo camino que su marido recorrió mil veces, es otro andar el que penetra sus carnes ávidas. Las huellas que el padre de sus hijos dejó grabadas en sus entrañas son quitadas con cuidado y también con fuerza y colocadas a un lado del camino. La mujer contiene y calla sus gemidos que quieren desbordar las casa que habita, calla, porque el amor de pobres es silencioso, ardiente y callado lo mismo que el mismo desierto de día. Pancho percibe las huellas que va quitando, las quita con su propia suavidad. El hierro hierve, hierve a la misma temperatura del cráter al cual ingresa. Siente la lava. Ve en los ojos de la mujer amada, amor, también ve temor. Mira la vida en las pupilas negras y también la muerte de quien se ha ido esa noche, de quien se marchó por siempre a descansar. Caderas que se cimbran al mismo compás, embates que quieren escarbar todo un pasado y rearmar nuevamente. Rearmar en una nueva vida, vida de dichas y compromisos.
Manos que exploran cuerpos no conocidos.Ambos, son como las arenas del desierto a las tres de la tarde, arenas que absorben cada gota de agua que cae en ellas.
Luego de varios orgasmos compartidos, descansan, será una noche insomne. Lastenia posa su cabellera en el pecho del hombre que logró penetrar sus grietas y su alma, que entró en los lugares que ella un día dijo que nunca más serían ocupadas por hombre alguno. Pero, la vida es así, uno propone y Dios dispone – piensa ella- Pancho, acaricia el cabello de la mujer, a la que ve como una compañera para el porvenir.
—Pancho.
—Dígame.
—Desde el día que mi marido falleció, no me había tocado ningún hombre. Has sido suave al entrar en mi, gracias.
—Lastenia, con seguridad le digo que, quiero compartir el resto de vida con usted y los hijos.
—Piénsalo bien, Pancho, no es algo fácil compartir, por ahora solo ámame.
Pancho, con sus dedos callosos de trabajo y suaves de amor, tocó el cuerpo de Lastenia, susurrándole unos versos aprendidos en algún recodo de algún camino de su largo andar.
Ya dentro de tu cuerpo
serás mi harina templada,
seré tu panadero.
Sobre tu cama blanca
un solo pan haremos;
será más que una hogaza
en ese horno tan nuestro,
que al amor acalora,
que calienta al invierno,
que a la nieve derrota
y zahiere a mi infierno.
Y el gemido de tu sexo
lucirá refulgente,
en la luz de un lucero
que emergerá dorado,
cual semen de tu amado,
como el trigo de enero.
Mujer de cama blanca,
estrella de mis sueños,
así como me amas
deseas que sea tu dueño.
Se harina y yo panadero,
hagamos el mismo pan
con mi cuerpo y tu cuerpo.
Y esta noche cenemos
mordiendo la corteza,
la corteza mordiendo,
crujiente, en crasa entrega
de un amor tan inmenso.*
*Los versos que he colocado al final, corresponden a un desafío a dos plumas, fue escrito por Sorgalim y yo. Su nombre: Tu blanca pasión
Curiche
Marzo 23, 2007
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