Pupi, el osito polar, nacido y criado en cautiverio, era el regalón de los funcionarios del zoológico parque, gracias a su simpática figura, que lo hacía muy parecido a un animalito de peluche blanco. Tanto arrumaco y tantos cuidados prodigados al pequeño osezno, tuvieron nefasta consecuencia. Los veterinarios que lo cuidaban, llegaron a la conclusión que era absolutamente imposible que Pupi pudiera ser reinsertado en su hábitat original, puesto que sus costumbres y su naturaleza ya no eran las mismas y ahora podía confundirse como una persona más.
Por lo tanto, era necesario sacrificarlo a la brevedad para evitar que un animal de tal envergadura sufriera, cuando adulto, el más cruel de los desarraigos. De inmediato, se elevaron las voces de toda la población. La mayoría opinaba que ajusticiar al osito sería asesinar a un niño y eso nadie lo toleraría. Por su parte, los científicos, más racionales, al fin y al cabo, coincidían con sus pares, argumentando que un oso de esas características, moriría tarde o temprano, debido al estrés y a un cautiverio al que su organismo no estaba adaptado.
Se produjo una controversia nacional que trascendió las fronteras. No hubo nadie que no tuviera su posición con respecto a este tema. La mayoría, conformada por los que menos influencias tenían para zanjar esta situación, defendía a ultranza al pobre animal y hubo quienes se ofrecieron para adoptarlo. Tamaña locura sólo se explica por la ignorancia de esa pobre gente, que creía que un oso era lo mismo que un perrito faldero.
Tanto malestar, tanta reiteración y la excesiva cobertura que se le dio al caso, tenía que llegar a su fin. Cuando el ministro de economía de la nación daba a conocer aquella mañana a una numerosa asamblea un importante informe, uno de sus asesores le extendió un papel. El personero, detuvo la lectura de su documento, bebió un sorbo de agua y luego, con una amplia sonrisa, dio a conocer a la concurrencia, lo siguiente:
-Comunico a ustedes, estimados señores que, de acuerdo a una declaración emitida por el Parque Zoológico de la ciudad, la vida del querido osito Pupi, ya no está en riesgo y que se han tomado todos los resguardos para que su inserción en su hábitat natural sea completa.
Una ovación atronó en la inmensa sala y los connotados concurrentes lanzaron vivas y hurras por un largo espacio de tiempo. Luego, la solemnidad retornó paulatinamente y el ministro retomó la lectura de su trascendental informe.
En ese mismo instante, los programas de televisión sufrieron un abrupto corte, para dar paso a informes de último minuto, en donde se daba a conocer la conmovedora noticia.
Años más tarde, Pupi recorría los extensos territorios nevados. Muchas veces, su imponente figura estuvo en la mira de los rifles, pero siempre, algún detalle misterioso lo salvó de ser impactado. Pudo ser que los cazadores reconocieran algún rasgo, algún gesto que los emparentaba con ellos mismos. Y ningún hombre, aunque sea el más ruin, asesinaría a un hijo suyo. Ya que Pupi, durante su época de cachorro, fue el hijo, el nieto y el sobrino de miles y miles de seres que hasta elevaron plegarias por su salvación…
A propósito de una noticia aparecida en la prensa.
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