Retrato,…, y el abrazo, soledad del vivir, circulo breve en la presencia; un golpe frío junto al árbol de aquella calle desierta y tumultuosa, lámparas, festines con el cobijo en tiempos. Tibia dulzura a la desnuda mansión que corre entre márgenes del cedro.
Estaba en la puerta de la infancia; sus mejores juguetes descarrilaban siempre en eternas fauces del hondo sentido joven.
Allí se sentía acompañado del murmullo del gentío, agua eterna de una libertad olvidada y seco rencor, pequeñas historias.
Tal vez la pluma del escritor aliviaba el picoteo de los verbos y el arroz de muchos labios sudaban el cuerpo, carne presa; algunas esperanzas.
La realidad del oído, la frescura,….., dichos, habladurías y muchas veces olvidadas en el indescifrable aliento hacia letras, injusticias, tristezas, sed y hambre.
Era casi corpulento, dominaba las salpicaduras de las aves y algunas rosas.
Su rostro imparable como alba del hijo entre corazón arrancado en un ir de luna, soles y verdes pianos del ancestral música para los jilgueros.
Su pelo; blanco de sombras,….., susurros donde el milagro son ecos; latidos de muchas rutas hasta el remanso sosiego.
Aire y piel por angustias vividas; suspirada en un beso.
Mirada profunda, retinas llenas del adivino mensaje, unas tierras silenciosas e íntimas según los prados ocultos, jardines, vestidos, ojos desahogados por la dulce penumbra.
Piel de yermo, llanto, sangre despejada y tanto amor a este mundo estrecho; viento de ignoradas latitudes, lozanía que sustenta el sentir de ser observado.
Canto por un día.
El grafismo de ritmo compositivo, se sucedía en esta noche del veinte y cuatro. Lino de nostalgia, manchego castellano; andaluz casi en la cuna y la nieve del lienzo guardaba las olas del mar de sus balcones.
Plata azul, árbol que vislumbra tul; calor, noche sobre la sonrisa de sus pupilas enamoradas del mundo interior.
Canción remota como linfa perenne, vaga aguja, del pajar en su delirio.
Purificar la tierra, vistiendo el mundo todo de una recién vida.
Sumida oscuridad rompiendo los hilos y el teje del corazón.
Afanosa pasión, la mía, en el quehacer de doradas brechas cuando toca o hace preludio desde las caracolas, los lirios. Presencia hasta la propia colina….
Se encendió la luz del portal, sonrisa acaecida de un pequeño niño que embellece la sonrisa de la íntima moneda que recae sobre la mano.
En las doradas playas de la soledad, las naves, la tarde, se cierne vacilante hasta llegar a la ventana traslúcida del tomillar y los jarales. Quicio de las cortinas; horizonte contra llegada.
Temblor oculto, en este mundo traspasado para una ternura inefable. Sigue en la puerta.
Descanso para un cuadro transparente de linos y pañales.
Atravesaba los frágiles azules flotantes del cejo deshacer.
Ausentes.
Verde espejo dorando, velo de la tarde, junto a la ternura que va fluyendo gota a gota en la espera; alegría.
Ilesa la presa recién hecha, bañando la ilusión, del mundo.
Hilo oscuro cantando, alegre rayo de soles, el prado y la colina.
Tierna almendra virginal, olorosas ofrendas, alborozo del aire leve. Blanca espuma mojada que va por la playa improvisando lágrimas fugitivas. Ruiseñores.
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