Estoy absolutamente desbordado por este caso. En mis más de veinte años de servicio en la policía científica es la primera vez que me ocurre algo parecido. Y ello no es porque me encuentre en la más completa inopia, sino precisamente por todo lo contrario. Cuento con todas las piezas del puzzle y éstas encajan a la perfección. El único pero crucial problema radica en que ninguna de las piezas corresponde a la del asesino de la señora Higgins.
Conozco con precisión la hora exacta en que se produjo el crimen: las cinco de la tarde (según ha concluido nuestro laboratorio de Edimburgo), y conozco al detalle cada uno de los movimientos efectuados en torno a dicha hora por los principales sospechosos (el señor Higgins y el jardinero).
El señor Higgins asegura que estaba cazando mariposas en el bosque cercano a la casa cuando su esposa falleció. Su testimonio es avalado por la declaración jurada de un ornitólogo, según la cual, alrededor de las cinco de la tarde, se encontró en el mencionado bosque con el mencionado señor, mientras éste practicaba su pasatiempo favorito. Recuerda asimismo haber conversado con él durante un buen espacio de tiempo sobre sus respectivas grandes pasiones: los movimientos migratorios de las mariposas monarca - la del señor Higgins -, y el comportamiento del pájaro carpintero en las Tierras Bajas escocesas - la de él. -
El jardinero, por su parte, aunque jura y perjura que él sí estaba en la casa cuando la señora Higgins falleció, lo cierto es que se encontraba bien lejos: concretamente, en un cobertizo cercano al molino, revolcándose con la mujer del molinero, según el propio testimonio de esta señora. Los hechos se desarrollaron de la siguiente forma: Aquella tarde, el molinero se echó una siesta bastante más corta de lo habitual. Al despertarse y comprobar que su mujer no estaba, se dispuso a buscarla por los alrededores. Según pasaba el tiempo y la mujer no aparecía, empezó a desesperarse, y según se desesperaba, empezó a llamarla con gritos cada vez más fuertes. Tan fuertes terminaron siendo los gritos que los dos amantes se percataron de la llegada del marido con suficiente antelación. A ella le dio tiempo a componer con éxito el papel de que había ido allí a vigilar a las gallinas, y a él, a escapar por la puerta de atrás corriendo como alma que lleva el diablo. Las propias prisas con las que iba, unidas a lo accidentado del terreno, terminaron por hacerle trastabillar y romperse dos costillas. Su pasión por el jardinero y su deseo de exonerarle de toda culpa por el fallecimiento de la señora Higgins han sido los causantes de la confesión de la adultera, y, aunque el adultero, temiendo más la ira del marido engañado que el peso de la justicia, lo niega todo, la fractura de las dos costillas, que el jardinero no logra explicar satisfactoriamente, me induce a pensar que el delito del jardinero, antes que contra el quinto, fue contra el sexto mandamiento.
Así las cosas, me pregunto quien pudo cometer el crimen. La señora Higgins era un ser adorable y no había nadie en la comarca que tuviera motivos para desearle mal alguno. Las coartadas de las personas que vivían con ella son firmes, como hemos visto. Es desesperante. Este caso está siendo más peliagudo de lo que yo pensaba. Se está convirtiendo ya en una cuestión de amor propio. Si no soy capaz de resolverlo, habré deshonrado mi profesión y no podré ser llamado un verdadero policía sino un simulacro de tal….. ¡Eureka!. ¡Ya está! Esa es la solución del caso: que yo no soy un policía. ¡Eso es!, yo no soy un policía sino un simulacro, una representación de un policía. Y aquí no ha habido crimen que valga, sino una representación de un crimen. Y no habiendo crimen, no ha habido asesino, con lo que difícilmente hubiera podido dar con él. Sólo me resta averiguar, ya sea por una cuestión de orgullo, quien ha perpetrado esta estafa, este engaño. En otras palabras, quien es el autor de este microcuento. Seguro que será alguno de esos escritores postmodernos, tan dados a los jueguecitos metaliterarios y otras zarandajas. Vila-Matas, quizá. Pero antes de acusar a nadie sin pruebas, iré al principio a leer el título, a ver si eso me da alguna pista. Ahí está: “Un caso difícil", ese debe de ser. A su lado está el nombre del graciosete: un tal sespir. Se creerá ingenioso el tío.
(Nota: La idea del desenlace de este cuento está basada en un relato de Wenceslao Fernandez Florez)
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