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Gritos Internos (IV)
Una mirada me calma
la mirada es de más.
Son los mismos gritos
que al nacer
me han de cantar al morir.
No por ti, no, porque te amo.
El sueño me alcanza en horas tempranas
cuando el sol no llega ni a mis tobillos
que con la mentira en los labios y las lanas
me incitan a quererte en este día de grillos,
que la libertad me junto en las piernas
de aquella mi querida.
Ya de nuevo el mismo puerto se ha movido
no se si al norte; pero talvez ni al sur.
Con mis sentidos de mal orientar, me encamino
con el mismo temor cuando inseguro me aleje.
Entre los días de mi lejanía
me he quedado solitariamente solo,
sin el poder de una milpa florecida
sin la casa en llamas para llamar atención,
solo estoy; y mi viejo puerto cada día más lejos.
Los indios no conocen la ignominia
de los jóvenes soldados del izquierdo polo,
porque en la noche del gran genocida
del gran dirigente no pudo llegar a una reelección
que los jóvenes no muertos; son eso, rejos
de la misma mano que los envió a una negra casa.
Vísteme como desees
pero bañarme en amores
por la noche me caigo de amor,
y de día, cubro el sol con tu pensamiento.
La calma de un niño es la que el muerto vive
sin pedir perdón por el camino que penetró su arma (alma),
con la sangre (amor) en su media palma y el respeto (respeto)
simple en sus ojos al ver al enemigo (enemigo).
Bajo la misma calma que viene de la tormenta
he de florecer en el mes de abril, sin pensar ¿Por qué?
Cumplo con ellos y con nosotros
la misma promesa de un joven caído en la vereda,
sin tomar el candido camino que no da greda
por la vida y honor de los que dejamos el puerto;
en el mismo mes; de un verano incierto.
Ya desde lejos miro el puerto cada vez más cerca,
más horrible
más podrido
más verdadero.
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Texto agregado el 23-03-2007, y leído por 113
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