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ANTICONCEPTIVOS, DOCTOR

Es preciso dejar claro que el galeno nunca traicionó su juramento hipocrático. Ella, la protagonista de la historia, tampoco habló del caso nunca. Entonces, ¿por qué se difundió el argumento y fue comidilla de corrillos? ¿Cómo fue que la trama se propagó por cocinas, plazas y calles? ¿Qué motivó que se convirtiera en chirigota? ¿Cómo es que, después de tanto tiempo, todavía se utiliza como diversión y se relata de forma minuciosa? La respuesta es palmaria, contundente. Fue un simple lapsus, un pequeño desliz, una torpeza. La puerta de la clínica, anexa a la sala de espera, quedó entreabierta y trascendió la conversación de médico y mujer. Llegó a oídos de dos damas que guardaban turno para recibir el oportuno consejo o lenitivo del doctor. Lo demás no necesita explicación. Funcionó el boca a boca, se divulgó el contenido y de guasa sirvió el trance.

Corrían tiempos oscuros y de severo freno. Apenas inventada, recién salida del laboratorio, la famosa píldora no se conseguía fácilmente. Su uso se restringía a casos muy concretos y las autoridades sanitarias españolas la desaconsejaban e incluso la vetaban. Era necesaria receta médica para adquirirla y una moral estricta hacía que este uso anticonceptivo fuera práctica poco menos que imposible.

Llegó la mujer a la consulta del doctor solicitando ayuda. Agobiada, cuatro hijos y recién cumplidos veintitrés. Aseguró que trabajaba de sol a sol y que no podía atender a su prole como era menester. No debía traer al mundo nuevas vidas y solicitó el auxilio de la grajea milagrosa.

El médico, ferviente y contumaz católico, formuló prejuicios de todo tipo y exageró los efectos adversos del medicamento. Trató de convencer a la mujer con mil patrañas para que diera marcha atrás en su deseo y, por último, agotados sus recursos, aconsejó la abstinencia carnal como arma segura para el control natal.
-Es lo más útil -dijo el doctor-. Además, la contención reconfortará su espíritu y la templanza será grata a los ojos del Señor.

Al oír tal aseveración la mujer creyó, por un momento, que estaba en el confesionario de la iglesia. Se revistió de arrojo y atinó a decir:
-No, doctor. Eso no. Yo no puedo castigar de tal forma a mi marido. Es muy fogoso y no resistiría tal continencia. No es mi caso, pues estaría dispuesta al sacrificio y a ejercer el ayuno de forma permanente. Escuche, hay veces que me entrego sólo por cumplir con mi deber de esposa, por saciar las carnales, aunque justas, apetencias de mi hombre. Tal es así que le haré una confidencia: en ocasiones, cuando me requiere, por complacerle, doy mi anuencia y le recibo. De cúbito supino, con rodillas flexionadas pongo el cedazo y, sin más aportación, dejo que cierna. Después...

El médico, en su extensa vida profesional, oyó de todo, pero la verbosidad de la mujer lo turbó y abrumado interrumpió.
-Calle, por Dios; calle. Qué desatino. No más cháchara barata ni más ilustraciones que no vienen a cuento. Escuche, en última instancia, para evaluar la posible prescripción del comprimido, necesito conversar con ambos a la vez. Ha de traer a la consulta a su marido.
-Eso es imposible doctor. Él trabaja en Alemania, los viajes son caros, hay que ahorrar, tiene contrato y no vendrá hasta dentro de tres años.
-Bien. Pues entonces no hay otra solución. En uno de sus viajes a Alemania, busquen la consulta de un médico y traten de resolver allí el tema de la píldora.

La mujer abrió los brazos y con notorios aspavientos declaró:
-¡Qué locura!, ¡Qué disparate! Yo no puedo ir allí. ¿Cómo quiere que vaya con cuatro gurruminos y de cinco años el mayor?

El clínico, perplejo, se levantó del sillón, alzó la vista y estupefacto exclamó:
-¡Jesús, María y José! ¿Esto qué es?
Ella, confusa, preguntó:
-¿Que ocurre, doctor?
-Nada, señora. Que estoy asombrado. Que no es difícil deducir que si él no viene a España y usted no va a Alemania su marido la tiene inmensamente larga.

Ella, confundida, abochornada, trató de salir de aquel atolladero.
-Bueno doctor; no pensará que yo con otros... le aseguro que quiero a mi marido y también confirmo que él cada domingo me pone una conferencia telefónica. Nosotros...

Un puñetazo en la mesa la silenció.
-Señora, ¿acaso ahora quiere decirme que lo hacen por teléfono? No lo enrede más. Cállese y váyase con Dios.

Salió contrariada y miró de frente a las dos matronas que esperaban vez para entrar a la consulta. Casadas, sin hijos, infecundas, yermas. Distinguió aires prepotentes, miradas despiadadas y sonrisas burlonas. Es posible que hubieran escuchado la entrevista que tuvo con el doctor. Receló lo peor y, con aviesas intenciones, masculló:

-Qué, ¿buscando remedio para quedaros preñadas? De momento os gano por cuatro a cero. Así que menos risitas, más compostura y recordad el refrán: Más vale tener que no desear.

Texto agregado el 23-03-2007, y leído por 1064 visitantes. (23 votos)


Lectores Opinan
30-09-2010 jajaja¡¡¡Muy pero muy bueno!!! Besis y estrellas, Ma.Rosa. almalen2005
11-08-2007 jajajaja Excelente relato Noguera. Asi se habla, mujer!!***** josef
10-08-2007 La verdad, muy bueno! claro que merece largamente 5 estrellas. un abrazo para vos. peinpot
04-08-2007 Merece las cinco estrellas. Saludos. OrlandoTeran
04-08-2007 Plop!Sin salir de la etica de la escuela de colegiados medicos. Sus 5*umm jejje lovecraft
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