Con tu puedo...Cap 24
El amor es un camino...
La noche del jueves llegó con su cargamento de estrellas y luceros, luna plena y lluvia de fugaces astros que no alcanzan la meta de la tierra.
Francisco agarró una fuerte dosis de valor en la compañía de Julia, de allí partió a casa de Lastenia, no sabe cómo le dará a conocer esa cosa tan inexplicable que hay en todo su ser. Su existencia está llena de otras mujeres, a algunas debió pagar por sus favores, con otras fue diferente, pero nunca llegó a comprometerse en nada ni con nada. Esta mujer que llega a su vida a los treinta y algo, es diferente.
La vida, su vida andante al parecer quiere echar anclas en ese lugar.
No se sabe padre de ningún hijo, ve en Alicia y Ramón dos pequeños con los cuales vivir la experiencia de la paternidad, si llega alguno propio, sería más feliz, pero, si Lastenia me acepta – piensa – ambos niños serán tal cual si fuesen míos, intentaré ser mejor padre de lo que fue el mío con nosotros y, el viejo fue buen taita
Su mente va desde su niñez a este jueves que marcha rumbo a Lastenia. A los ocho años con la garrocha en la mano izquierda y en la derecha el arado, dando feroz lucha por mantener la línea recta trazada por su padre. Sudor en la frente, mocos corriendo y siendo quitados con la manga de la camisa. Sus ojos casi llorando por la dificultad de seguir el surco y también por los surcos que el trabajo va haciendo en su cuerpo. Trabajo por el cual casi no habrá recompensa ya que el producto irá a dar a las bodegas del patrón, quién al final del año, cobrará más de la mitad de la cosecha. Cada año cobrará anticipos y, si sobra algo, luego de que los padres compren todas las faltas, a lo mejor llega una camisa o pantalón.
Desde esos años su hermano Ernesto comenzó a seguir sus pasos, aprendió de él. Pancho le hizo ir a la escuela para que aprendiese lo que él no sabe, a regañadientes Tito fue un par de años, Pancho revisó los cuadernos que él mismo le compraba, allí aprendió algo.
La adolescencia en la misma casa, se empleó en cien trabajos diferentes, hasta que salieron de casa para ir a aventurar en otras tierras. Tuvieron que defenderse de todo y todos, conocieron gente buena y no tan buena. La vida les mostró un cambio, un camino nuevo, eso se produjo en Antofagasta.
Para llegar al desierto tuvieron que hacer un largo recorrido El desierto atrapa, encadena tal como ata el imán a una aguja. Vieron miles de hombres trabajando juntos, supieron de solidaridad y también miraron de frente a la muerte. Allí conocieron a ese hombre, de caminar tranquilo, de alma grande, de muchos conocimientos. Don Reca. Les habló de la redención de los trabajadores, pero, de una Redención en la tierra, le oyeron, le leyeron, - pero antes debieron aprender de nuevo a leer –
Le siguieron, acompañaron varios años trabajando a su lado. Un día en que el dinero escaseaba, resolvieron regresar a la pampa,
Lastenia... ¿serán sus ojos negro claro? ¿Su andar levemente sensual? ¿Serán sus caderas de hembra madura? ¿Quizás la seriedad de su rostro y ademanes? ¿Será el amor por sus dos hijos o la dignidad de haberse quedado acá cuando falleció su marido? Lo único que sé es que me enamoré de ella. Puede ser cada cosa por separado y todo junto. Ahora se lo digo. No sé cómo pero se lo digo.
—Buenas noches, señora Lastenia.
—Francisco, ¡Qué sorpresa! Pase. Y Cuénteme lo que quiere.
Al entrar y hablar, Alicia se levanta de su cama y sale a saludar a su amigo.
—Pancho, hola, como está. ¿Por qué no había venido?
—Mi niña, buenas noches, había tenido que trabajar mucho ¿cómo está usted?
—¡Bieeeeeeen! ¿Te vas a quedar en mi casa?
—No mi niña, en la mía.
—Hija, vaya a dormir.
—Ya, mamita. ¿Pancho, mañana lo voy a ver?
—Si, puedo la vengo a ver.
—Ya.
La niña se acostó y luego ya estaba durmiendo, Ramón, dormía hacía rato.
Francisco se sentó a la mesa. Lastenia le sirvió una taza de té, otra para ella y se sentó a su lado para escucharle.
—Lastenia, hace tiempo que vengo pensando en lo que quiero decir. Estoy nervioso.
—Me preocupa usted Francisco.
En un arranque de osadía, Pancho toma con su mano derecha una de las manos de la mujer, Lastenia se sorprende, trata de hacer un intento por retirarla pero la deja en la de Pancho.
—Soy un hombre con muchos años, he recorrido el país de sur a norte, no he sido una persona tranquila, he pasado por todo, por lo bueno y lo malo, tengo defectos como la mayoría. Lastenia. La estoy queriendo mucho.
Lastenia, siente un brinco en su corazón, pero no salta ella, aún cuando quiere hacerlo.
—Lastenia, cuando me voy a dormir, pienso en usted, sueño con usted, despierto pensando en usted, el día me lo paso pensando o pendiente de en usted. Estoy como un niño de catorce años cuando se enamora por primera vez. Estoy enamorado. No sé si me entiende.
—Le entiendo, Francisco. Pancho, yo no soy sola.
—Lastenia, yo no soy padre de nadie, si le digo lo que le estoy diciendo es porque lo he meditado mucho. Usted tiene dos hijos, ellos no hacen mella en el amor que siento por usted. Tampoco serían un obstáculo para mí.
—¿Qué quieres que te diga, Pancho?
—Nada, solo déjeme terminar. Soy un hombre soltero, no tengo compromiso con mujer alguna, y si usted me quisiera un poquito, le puedo asegurar que quiero comprometerme para siempre con usted, hasta a casarme si usted lo quiere.
Lastenia en ese momento coloca su otra mano sobre las de Francisco, le mira a los ojos, ve una luz de profunda honestidad en lo que le está diciendo ese hombre. Le aprieta las manos, quiere sonreír y no puede, quiere llorar y no salen sus lágrimas.
—Pancho, voy a partir por el final. Yo también le quiero, le quiero y tengo miedo de quererle a usted, no soportaría que usted me esté engañando, tengo dos pequeños hijos, ellos sufrirían cualquier engaño que me cause usted. Te quiero Pancho, te quiero como eres, nadie es la perfección. También sueño contigo, pero, soy viuda.
Pancho. ¡Abrázame fuerte!
Se levantaron, sus ojos se fundieron en una sola mirada. Pancho abrió sus brazos y entre ellos metió a Lastenia, la apretó con firmeza, respiró hondo, metió su cabeza en el cuello de la mujer. Allí permaneció largos e interminables segundos, acarició los cabellos de su amor. Lastenia recibió ese cariño con callada felicidad. Francisco retiro su rostro del cuello y la miró a los ojos, lentamente como con temor fue acercando sus labios a los de ella hasta que se unieron en un largo y ansiado beso. Las manos de ella acariciaron el cabello duro de Francisco, luego bajaron para recorrer los duros y anchos hombros de este hombre que la abrasa en ese beso.
El abrazo es eterno, los cuerpos se han unido en uno solo, otros besos siguieron, finalmente, Lastenia se sentó y le dijo a Pancho que hiciera lo mismo.
—¿Por qué, Francisco? ¿Por qué, dices que me amas?
—Lastenia, busco en mi y no encuentro la respuesta, cuando venía lo pensaba. Lastenia, es usted completa, su forma y su ser. Eres bella como mujer, eres linda como madre y te imagino fiel como compañera. No sé que más decir.
—Pancho, he esperado este instante hace ya meses. Te insisto, si no es serio de tu parte mejor no avances más allá de lo que ha sucedido, por favor, no me mientas, porque no es necesario, mañana cuando amanezca, si sigues pensando en lo que pueda haber entre nosotros dos, me lo dices ¿Ya? Y ahora vete a tu casa, por favor, mira que yo quiero pensar mucho en lo nuevo que puede haber y, mi hija será aún más feliz. Por eso mismo, piénsalo bien. Yo no me moveré de acá, ni dejaré de amarte.
Se levantó la mujer y le abrió la puerta a Francisco, quien antes de irse, la abrazó y nuevamente besó. Luego salió. Lastenia, quiso abrir y llamar a ese hombre que salió, no lo hizo porque pensó era mejor dejar correr otro poco de agua. Su ansiedad es infinita, tan grande como el amor por ella misma.
Lo que siga será llevado por la pasión, por el amor y también por la seguridad de que ese hombre de verdad le ama.
En la otra calle, aledaña a la de Lastenia, dos jóvenes conversan en la puerta de una casa.
—Marianita.
—Alamiro, dime
—Amor, el domingo voy con la Julita a Iquique. El tren pasa a las siete y regresa a las siete y media de la tarde, me va a presentar a uno de sus compañeros.
—Lo sé, Alamiro, pero, ¿qué quieres, porque no me estás pidiendo permiso, ¿o sí?
—No, no le pido permiso, sólo quiero que, si puede, vaya conmigo.
—¿Sí? Me gustaría ir.
—¿Hay que pedirle permiso a sus padres?
—Alamiro, una cosa has de saber, yo puedo decidir por mí lo que me hace bien o no, lo bueno o no. Y si deseo ir voy a ir, mis padres saben eso, pero, hay que avisarles y lo haré yo, tú no me vas a pedir permiso para nada, salvo si quieres casarte conmigo. Y si voy con ustedes a Iquique, después que conozcas a ese amigo – yo lo conozco -, quiero que conversemos seriamente.
—Marianita, yo siempre he hablado seriamente.
—Lo sé, bobo, eres el más serio de la pampa. Y el más lindo.
—Eso sí que lo sé. Tengo como veinte novias en la Oficina.
—A ver ¿cómo es eso?
—La hija de Lastenia, Alicia, le dijo a Francisco, que todas las niñas de la Oficina quieren ser mis novias, y no importa que estés tú, porque también eres muy linda.
—Sí, lo sé, yo sé todo lo que pasa. Las que son grandes y quieren también ser novias, esas si me preocupan así que cuidadito, no le vaya a salir otra Clotilde.
El domingo a las siete nos vamos para Iquique, yo le digo a mis padres y les diré también que no te he permitido lo hagas tú.
—Como gustes, amor, hablaremos con mucha seriedad, ya que quiero conversar del futuro entre nosotros,
—Alamiro. ¡Quiero ser tu mujer! Ahora vete, que la plaza espera y ha de quedar bella, allí bailaremos el primer vals, porque de alguna manera es tuya.
—Es nuestra, Marianita, y ahora vendrá la escuela. Quiero conversar de matrimonio.
—Vete, amor, de eso conversaremos allá.
Curiche
Marzo 23, 2007
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