En una noche oscura, esperaba, esperaba impaciente a su amante secreta, oculta en su pecho sangriento como gravada a fuego que deja su marca al rojo vivo. Tan presente y lejana, tan infinitamente bella y misteriosa, que no osaba entenderla, ni tan siquiera hablarle, tan solo contemplarla.
Su fuerza radicaba precisamente en ese acto, en esa dulzura amarga de amar sin ser correspondido y en su mirada, puñaladas frías que hielan las almas de cobardes mortales.
Lobo azul, feroz y orgulloso de su linaje noble, de raza de valientes, intrépido en su bosque de verde y amarillo.
¿Cuántas veces habría recorrido aquellos lugares tan hermosos?, no hubo quien las contase. ¿Cuántas veces espero sin alivio de la noche su llegada?, tampoco se contaron.
Parecía no obstante hoy más tranquilo que nunca y más furioso a la vez. El tiempo no es eterno, el tiempo no existe, pero pasa, o pasamos o las cosas transcurren sin otra alternativa más que dejarlas suceder.
Las nubes eran densas, eso le molestaba, le hacia temer el peor de los casos, que su presencia hermosa no fuera divisada por su ojos ansiosos de poder verla y admirarla.
El río cristalino y diáfano cuyas ligeras aguas hoy fluían como sin tener prisa y a su paso dejaban risas de cascabel, invitaban con su canto de ninfas al lobo de este cuento a acercarse a su orilla.
¡Oh cuanto dolor sentía!, cuan poco le quedaba para gustar la muerte que a toda vida llega, más no era su pena dejar su corta vida, sino no haber pronunciado las famosas palabras. Ella tardaba. ¿Acaso hoy no vendría?
El corazón se queda como inmóvil, el aliento se hace casi impercibible, como pretendiendo detener al maldito que sin piedad alguna no para ni un instante y sigue y sigue y pasa el tiempo.
La oscuridad se habría camino y ganaba la batalla con la luz, también pretendía ganar los ojos del lobo azul y hacer que los cerrase para encontrarse con ella, pero en honor a su adjetivo más pronunciado por los hombres y los seres de los cuentos la ferocidad con que luchaba era enorme.
Una brisa muy suave acunaba su alma que ya casi dormía pero aún antes de que llegue el sueño eterno ha de gozar de una última noche con ella, de una última mirada.
Aquella tarde los disparos sonaron como nunca antes lo hicieron. El hombre, otra vez el hombre y su imperdonable orgullo necio que con sus actos de crueldad destruye, mata, arrasa por donde sus pies pisan, la cacería comenzó de madrugada, bien temprano, los caballos al galope corrían al ritmo que sus dueños les marcaban, sonidos por doquier, perros que ladran, tiemblan las flores y las pequeñas hierbas que brotan en los senderos de ese bosque, su bosque.
El nació allí, único macho de una camada de cuatro lobeznos, fuerte, valiente, gallardo, desde bien pequeño aprendió a sobrevivir bajo el cuidado de su madre y pronto fue de los primeros en unirse a las partidas de caza para buscar alimento en la manada, su caza era instinto de la supervivencia, la caza del hombre: diversión.
Sus patas volaban como el viento, corría en busca de refugio pero el disparo le alcanzo en un costado y lentamente, aunque ninguno de los hombres lo encontró, ni pudo hallar su rastro, él fue perdiendo su sangre y con ella su vida.
Le quedaba muy poco aliento ya, ¿tal vez, unas horas?, quizás no tanto, ¿acaso unos minutos?, de nuevo su enemigo, el tiempo, odioso tiempo al que jamás le ganamos la partida. Nos vence siempre irremediablemente.
El manto de la noche se rasgó como velo de seda que es atravesado por un fino cuchillo, y deslumbrante, enloquecedoramente hermosa, asoma su palidez y se refleja en las aguas del río su belleza. Oh Luna, amada por poetas, por dioses y mortales, ¿por que es tan fría tu mirada de luz? ¿Por que permaneces impasiva cuando tantas ofrendas se te hacen?
El lobo azul, abrió sus ojos cuanto pudo luchando poderoso con la parca, mordiéndole al viento de la noche, aullando nuevamente para ella y gritando por fin, a su manera, cuanto la amaba. Te amo luna bella, son estas mis últimas palabras.
Y tendido sobre el rojizo suelo dejo su cuerpo aquí y entregó a Dios su alma, alma que voló tan alto que alcanzó el cielo y pudo darle un beso hoy a su amada, para luego seguir con su camino, para por fin hallar la paz que tanto ansiaba.
Así sucede siempre. El lobo azul, habló.
Para irse en paz dejó brotar de si las mágicas palabras: Te amo luna, te amo.
Ni bestias, ni mortales debieran de callarlas, por que dejar el mundo sin nunca pronunciarlas, es dejar una vida vacía de esperanzas, vacía de alegrías, vacía...
Su vida fue muy breve, más su amor tan intenso que llenó su existencia con su luz tibia y clara. La amó. Eso es muy bello.
Siempre hubo historias de lobos que a la luna le hablan, pero este lobo azul fue el primero que emprendió la leyenda del lobo que a la luna amaba.
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