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sentado en mi escritorio pensaba en lo que iba hacer. tenía ganas de una mujer, pero no había nadie a mi costado, estaba agotado y con eso llamado dejadez. iba a llamar a una para que acompañase mi silencio, pero no pude coger mi fono. me paré y fui hacia la puerta de mi casa. aun estaba oscuro, la luna estaba nublada, pero se le notaba aún allí. tenía un poco de frío, un perro se me acercó con los ojos brillantes, empezó a lamerme los zapatos. le hice una caricia y me sentí mejor. entré a mi casa y me puse a mirar al perro a través de la ventana. aún estaba allí. me dio pena y le tiré un pedazo de carne y huesos que guardaba en la nevera. ya iba a sentarme al escritorio cuando escuché una jauría de perros. salí por la ventana y allí estaban, cerca de cinco perros hambrientos en la puerta de mi casa. cogí una lata y la llené con agua hirviendo, se los tiré por la ventana y no dudaron en largarse aullando por la calle. me dio un poco de pena mi brutalidad con los animales, quizá ellos era mas generosos que yo. salí de la ventana y fui a sentarme sobre el escritorio. no tenía nada que decir, pero mis dedos se deslizaban sin pedirme permiso. estoy embrujado, me dije, y mis mano seguían digitando la computadora hasta que sentí mucho cansancio en la espalda y me fui a echar un momento en mi cama. de pronto, el aullido de unos perros me despertó. salté de la cama y fui a ver a los perros a través de la ventana. allí estaban, pero ahora eran diez perros. ¿qué hago?, me pregunté. no lo dudé, cogí otro balde de aceite hirviendo y se los lancé por la ventana... jamás había escuchado aullar así a los perros, pero, ¿qué diablos querían a la media noche? ¿comida? ¿bondad?. eso era algo de lo cual no yo mismo tenía. les vi alejarse y yo quedé con el balde vacío de aceite hirviendo. todo seguía igual pero, un trozo de carne y pelos chamuscados me hizo sentir muy mal... salí de la casa y vi que era uno de los perros que había quedado como sello de alto relieve en el piso de la casa. ya estaba por entrar cuando vi a un anciano con un pomo de en las manos. buenas noches vecino, me dijo. le devolví el saludo y le pregunté qué era lo que hacía a la media noche. me dijo que gustaba envenenar perros. sonrió y me sentí delante de un espejo en donde estaba retratado toda mi maldad. me despedí y entré a mi casa, pero inútilmente iba a tener un poco de paz... miré el pomo con pastillas de relajación y me tome cinco de ellas para dormir. dormí pero tuve muchos sueños, y todos ellos estaba llenas de perros quemados...



san isidro, marzo de 2007

Texto agregado el 23-03-2007, y leído por 343 visitantes. (0 votos)


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