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Con tu puedo...Cap 23.
Florecer el desierto

El miércoles a las siete de la mañana, comenzó a sentirse el ruido de trabajo en la plaza de la Oficina. Alamiro y varios mineros mueven lo que hay dejando limpio el espacio. Un capataz da las primeras órdenes y se marcha, se comienza a cavar, el suelo es duro, Alamiro abre pequeñas perforaciones; sacan a los niños para las primeras tronaduras; el tierral es grande; los mineros sacan lo removido. Poco a poco comienza a hacerse una fosa en la mitad del campamento. A quienes preguntan se les cuenta que será una plaza con plantas y arboles, hay incredulidad. Los niños del campamento ayudan a llevar la tierra suelta al sitio de acopio. A medio día Fernando Gómez manda llamar a Alamiro.

—¿Cómo va el trabajo?
—Bien señor, va bien, usted ganará con esto, señor.

—¿Y lo que pierdo pagándole a ustedes que no me sacan una gota de caliche?
—Meta toda esta tierra a la procesadora y a lo mejor saca algo de nitratos.

—No es mala idea.
—¿Han sabido de Ramiro?

—La verdad que no, pero, se respira mejor entre mis compañeros. A lo mejor se canso de trabajar acá y se fue a otro lado.
—¿Te tratan bien los socialistas?

—¿Qué socialistas?
—Sus compañeros, Alamiro no se me haga el tonto que no lo es

—Don Fernando, usted pareciera ser él más interesado en verme al lado de ellos, pero no, aún no, ni siquiera he pensado en meterme con ellos. Dígame algo, ¿Y los árboles y plantas para la plaza?
—Ah, eso, el fin de semana llegarán en un barco que viene a buscar salitre, recaló primero en Valparaíso, allí fueron cargados. Además, vienen muchas plantas para el día del casamiento. Me mandaron decir que vienen listas para que estén florecidas el día que se casa Fernanda. Necesito algún buen jardinero mi mujer sabe, pero no va a querer estropearse las manos antes de la fiesta.
—Los hermanos Aravena trabajaron harto en Llay-Llay y según entiendo estuvieron en algún invernadero de flores.

—Los llamaré. ¡Hay que apurarse para que esté listo el hoyo para cuando lleguen los árboles!
Eso era Alamiro, gracias.
—Permiso, señor. Perdón.

—¿Qué quieres?
—¿Pensó en lo de la escuela?

—Insistes en lo mismo. ¡No, no lo he pensado y no lo haré.
—¡Hasta luego, señor!

El joven minero sale sonriendo de la oficina del jefe, percibe en la voz del patrón que este no se siente del todo bien. El patrón al salir su empleado, golpea con fuerza en duro escritorio. Nunca me había topado con alguien así, voy a tener que encontrar la manera de echarlo de este sitio y que lo eliminen en otro lugar, acá se ve que se ha transformado en demasiado importante para sus compañeros y que decir para las mujeres, por suerte ellas no trabajan. Dios me castigó dándome tan sólo mujeres.

—¡Arsenio!
—Sí, señor.

—¿Conocís a los hermanos Aravena?
—Sí, señor.
—¿En dónde trabajan?
—El mayor, Francisco, trabaja en los ripios y Ernesto es cargador de caliche en un rajo.

—¿En el mismo rajo en que estaba Alamiro?
—No señor, con el capataz Gerónimo.

—Luego vas a la planta y le dices al jefe de Francisco que lo necesito mañana a las 9 en mi oficina, con el Gerónimo hablo yo. ¡No se te olvide!
—¡No, señor!

Voy a ir a almorzar dónde la Julita, le diré que le diga a los Aravena que los van a llamar para que se hagan cargo del jardín para el día del casamiento. Tengo que informarles antes, ya que este sinvergüenza del Administrador utiliza la sorpresa para sus fines. Pueden alarmarse, le aviso también a mi suegro, Los hermanos estaban en el rajo cuando vino Don Elías.

—¡Julita! ¿Qué hay de almuerzo?
—Estofado y porotos. ¿Va a almorzar acá, señor Presidente?

—Sí, doña, acá almorzaré y tengo mucha hambre.
—Ya te llevo niño, hay varios antes que tú, así que me esperas.

Cinco minutos de espera, la Julita le lleva su almuerzo.

—Julita. ¿Vinieron los Aravena?
—No, niño, no han venido aún, ¿por qué?

—Al que venga primero dígale que los va a llamar el jefe Fernando, de seguro les pide le hagan un jardín para el casamiento. Mire, no voy a preguntar nada, pero me fijé que después de esa tomatera con el Atanasio, mi compadre anda como con susto.
—Ya niño, yo les digo. El domingo a las siete de la mañana pasa el tren para Iquique, me llevarán y a ti también, ese día mi negro almorzará con Don Reca y estás invitado. Si quieres vas con la niña Mariana, les hará bien el aire del mar. El tren regresa a las siete y media, a esa hora nos venimos.

—¿Usted cree que Don José y la señora María le den permiso?
—Mírelo, ¿quién lo iba a pensar, se le para al Administrador y al jefe de la guardia y no sabe pedirle permiso a la novia? Si quieres que den permiso debes pedirlo.

—Ya, y déjeme la plaza muy bonita.
—Julita, el fin de semana llegan los árboles.

—Ahora hay que seguir trabajando. Voy a citar a una reunión de la Filarmónica, debo comunicarles algo.

Pasó por el teatro, Alamiro tomó la pizarra y escribió.

A los socios de la Filarmónica.
Reunión General para el próximo viernes a las veinte horas.
Tabla: Cuenta del Presidente.

Citación extensiva a quien desee estar. Sólo los socios tendrán derecho a voto

Alamiro Araya
Presidente


Terminado eso, se fue a meter al hoyo que le había destinado el Administrador. Mira el avance, no es poco, elige un par de lugares y comienza a perforar, solo la broca más delgada, luego otra un poco más gruesa, mete pólvora. Hace salir a todo el mundo, a los niños los manda lo más lejos posible y enciende la mecha. La tronadura asusta mas no daña ninguna casa del campamento. En el instante en que se introducen a la excavación siente un grito.

—¡Pelao, Alamiro Araya, preséntese!

Iba a gritar con fuerza. ¡¡Firme mi cabo!! Cuando se acordó que no estaba en el regimiento, miró hacia arriba y vio a su cabo Sanhueza, al momento de hacer el Servicio Militar, Aliro Sanhueza estaba de dotación en el cuartel. Le miró y sonrió, salió del hoyo, quedando sus compañeros sacando la tierra.
Se estrecharon las manos, recordaron cosas de los días del regimiento. Alamiro miró los brazos del cabo y tenía barras de sargento segundo.

—Tu erís el famoso, Alamiro Araya
—No sé, mi sargento, si tan famoso o no, pero soy el mismo pelao del regimiento.

—Te tiene entre ojos el patrón, huevoncito pórtate bien, que te voy a tener vigilado y si te ponís subversivo, te meto una bala por la raja. ¡Me oíste!
—Sí, Sargento Aliro, le oí.

—No te preocupís, mi teniente sabe que te conozco, así que sabe que ando acá.
—Gracias, mi sargento.

Era cabo, era buen chato también, nació en Punitaqui, allá tiene o tenía a la familia que eran cabreros como mis viejos. Me la dijo clarita, me puede llegar un balazo sin saber de donde llega, bueno, hay que cuidarse más. El patrón ya sabe que estuvo el sargento y sabe que me dio el recado. Es el juego de Fernando Gómez, me amenaza. ¡Veremos Hijoeputa, veremos!

—¡Niños, acérquense!
—¿Qué pasó con el milico, Alamiro?

—Nada, es el cabo más maricón que había en la Compañía, vino a saludar, nada más.
Niños, el jefe Fernando me dijo que el fin de semana llegan los árboles así que hay que tener todo tapado el lunes.

Cabro güeón, si no se afirma no va a valer una chaucha. Lo único que quiere el tal Gómez es darle el bajo, no quiere él ensuciarse las manos, quiere que el teniente lo haga, aún no, le dice, pero el patrón, es de alma negra y, ¡Yo! ¿Qué haré acá? El Araya quince, así le colocaron los cabros como sobrenombre y le calzó justo, habían diecisiete Arayas en la Compañía y este era el quince. En sus tierras son todos o casi todos Araya. No se cómo no nacen con cola de chanco los chiquillos, se me hace que todos son parientes, ¿o debo decir somos? Si el apellido de mi vieja era Araya, éste Alamiro era uno de los más vivarachos. Si converso con el Gómez le voy a decir la chichita que le salió. Este cabro, nunca quiso ser ordenanza de ningún oficial, prefería que le sacaran la cresta toda la mañana, pero no iba a la pieza del teniente, se hacía el tonto, no iba. A mí, me gustaba eso.
Me contaron lo del sombrero, es el mismo del regimiento, no ha cambiado para nada, quizá sólo un poco más soberbio, Ni se habría movido si el guardia le da un latigazo, después se la cobraría sí.

Acá nos mandan a cuidar los intereses de estos patanes, No es malo estar aquí, nos tratan mejor, hay regalitos extras, claro que nos mandan los oficiales y también quieren mandarnos estos patrones, si hasta un inglés quiere meterse. Le diré al teniente que el cabro entendió como soldado que fue
.

—Sí, ¿qué quieren ustedes dos? – Pregunta Arsenio a los hermanos Aravena, que se han presentado a las ocho treinta en la oficina del Administrador.
—¿Na, don Arsenio! Don Fernando Gómez nos mandó llamar.

—Ah, verdad, espérense acá, le voy a decir.

Los hermanos se miran. Se encogen de hombros, el Arsenio es buen niño, se hace el leso, así que le siguen el amén.

—Pasen niños, el señor Gómez los espera.
—Buen día, señor Ministro. ¿Usted nos mandó a buscar?

—Sí, yo lo hice, ¿han sabido algo de Ramiro?
—No señor, hace días que lo veimos.

Ambos hermanos miran al jefe con temor. Ambos tienen sus sombreros en sus manos y le dan vuelta al ala.

—Me decía el Alamiro que ustedes saben de plantas.
—Bueno señor Ministro, hemos trabajado en el arroz en Talca. En la casa de nuestros mayores con los porotos y los choclos. En el cañamo de Los Andes. Hasta en unos invernaderos en donde cosechaban flores p´a la gente pituca de Santiago.

—Esta semana me llegan unas plantas finas que quiero tener florecidas para el casamiento, que ese día se parezca a un jardín de Europa.
—Señor, nosotros no sabemos cómo son esos jardines. ¿En qué podríamos servir?

—Los voy a colocar para que cuiden esas plantas desde el domingo hasta el casamiento.
—Señor, pero, en la noche hace mucho frío aquí, y si son plantas finas, de ésas p´a la gente pituca, el frío las va a quemar.

—¿Qué necesitan, para que no se quemen?
—Yo creo, señor Ministro que un galpón, que le dé luz, pero que no entre el frío de la noche.

—¿Servirá un pedazo de los que se usan para acopiar el salitre?
—Sí, señor, creo que puede servir.

—Ustedes desde ahora y hasta el casamiento me cuidan las plantas. Vayan a buscar el galpón mejor, luego vienen y me dicen, lo desocupan y limpian bien. Si necesitan agua que les tiren una manguera, que no falte nada. Mi mujer les va a decir donde después las van a colocar. Si no se mueren antes les voy a subir un poco el sueldo, un cinco por ciento como regalo.
—Gracias señor Ministro.

—Vayan a ver y. Si saben algo de Ramiro me cuentan.
—Muy bien señor. Señor Ministro, ¿podemos usar de esa tierra que están trayendo en tren?

—¿Para qué la quieren?
—Es que el suelo de los galpones está con mucho salitre y si sube el salitre a las macetas, se secarán.

—¡Ah, no son tontos! Sí pueden usarla, yo le diré al capataz que les deje sacar.
—Permiso, señor Ministro.

—Sí, váyanse, son harto huaso ustedes dos, no me digan más Ministro, Administrador
—Es la costumbre señor; Ministro, perdón señor Administrador.

Terminado el trámite, ambos, sonrientes van a desayunar con la Julita.

—¡Julita!
—¿Y ustedes que quieren?

—Más respeto, con los jardineros del reino. Un café con leche y un sanguche de carne mechá.

Julia, va a su trabajo, riendo de esa parejita de hermanos, ya le contarán como disfrutaron la charla con Gómez.

Curiche
Marzo 21, 2007

Texto agregado el 22-03-2007, y leído por 277 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
04-06-2007 Qué bien narras de verdad. "Más respeto, con los jardineros del reino." y no falta el humor. sigo la lectura.y todas mis estrellas. salambo
11-04-2007 Yo también disfuto un monton leyendo tu novela, Curiche. Y concuerdo con todo lo que dice Valentina. Dan ganas de seguir leyendo, te lo aseguro. loretopaz
25-03-2007 sigue muy interesante.***** tequendama
24-03-2007 La parición de este milico amigo de otros tiempos, la invitación de la Julita para visitar don Reca (¿Es Luis Emilio Recabarren?), la mención a la cola de chancho como la del los Buendía en Macondo, el desierto enverdeciendo florido en los sueños del minero y el patrón… Nos regalas sincronías que nos hacen salir del desierto hacia la trascendencia de mundos entreverándose, tan significativos como misteriosos… ¡¡Putas, me encantó este episodio!! ***** Coincido con el lamngen... Imaginarte pariendo este libro ¡es una delicia, Curiche del norte! vacarey
23-03-2007 Árboles y Escuela para todos, que las estrellas están aseguradas, brillando, todas la noches, en el Firmamento. maravillas
22-03-2007 Ya es un rayo de triunfo para Alamiro, el poder construir una plaza en aquel lugar prácticamente inhóspito, por la inclemencia del sol y la inclemencia de la oligarquía. Tal vez el mismo protagonista no se haya dado cuenta, que su corazón y su conciencia lo están convirtiendo cada día que pasa en un impetuoso socialista, luchador y valioso, que en el momento preciso habrá de liderar un aguerrido brote de justicia... El explotador desea descubrir los lazos que este joven protagonista podria tener con los insurrectos para llegar a ellos; pero es claro que su equipo de lucha aún no se ha concretado... ya se definirá. Al igual que humilde Alamiro es orgulloso y no le baja la mirada al látigo. Su escuela que es un sueño tal vez pueda llegar a verla. Es un capítulo de excelsa belleza y profundo mensaje social. Todas las estrellas ***** SorGalim
22-03-2007 No sé con qué disfruto más, si con la lectura o imaginándomelo a usted peñi, escribiendo esta novela. abrazos NeweN
 
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