Mariana, mi amor.
Y pensar que nunca serías mía, sobre todo al verte subir a la camioneta Chevrolet destartalada que el hijo de los Riquelme ponía a tu disposición cuando volvía de la plantación para llevarte a casa, y fijaba en tu cuerpo su mirada de deseo egoísta, de perro sarnoso… Dios, cuánto herían los celos entonces, los celos y la preocupación atosigante de que te forzara a hacer algo que tú no quisieras hacer, las vírgenes eran mercancía preciada para los vástagos de aristócratas, no sé aún cómo pudiste eludirlo, señalarle con un rechazo refractario en el semblante o en tu mismo olor que eras mujer ajena, de otro hombre. Para eso las adolescentes siempre fuisteis maestras, ahora bien que lo sé. Poco después, cuando te entregaste a mí, dulce y solemne en un atardecer violeta frente a Cayo Barlovento, tan sólo lo atisbé a comprender.
Palpitan los recuerdos. Me embriago de ellos como si de un marino se tratara en una taberna hedionda con otro vaso de ron apurado. A veces pienso que soy un pirata, río en silencio de mi mala suerte, me tapo un ojo, evoco tus besos sellando mis párpados en una playa de mar de jade y arena nacarada, suplanto la cruel realidad presente por la del pasado vivido contigo. Celda, ostracismo, aislamiento, patio, tortura, rutina, castigo, penalidades, sufrimiento, todo eso se transforma en polvo de nada cuando te adoso a mi conciencia, me acuerdo de ti.
Tu sueño es bello, y estoy seguro de que un día se materializará en algo real. Tanta sangre derramada dará sus frutos en una nación próspera y digna viviendo en libertad, sin la oligarquía terrateniente de antaño ni la tiranía totalitaria de ahora. Nos merecemos otro destino, algo mucho mejor que eso, tal vez nuestros nietos lo vean, aun así el sacrificio no habrá sido en vano.
Por aquí todo sigue igual. He hecho amistad con un tal Blades, tratante de comercio que apresaron al llegar a puerto porque alguien lo delató como afeminado, alguna deuda de juego tendría. Tiene la piel de ébano, los ojos corsarios, la voz rota y la barba cana, echamos cartas a escondidas y me engaña siempre que puede, pero es persona de buenas entrañas. Dice que cuando salgamos de esta horrorosa pesadilla nos va a llevar en su goleta por las pequeñas Antillas, Trinidad, Guadalupe, Aruba, Margarita… ¿te imaginas? Le hablo mucho de ti, repone entre risas que me va a llevar a un hechicero para que haga un conjuro y me cure de tu amor. Duele tu ausencia, Mariana, no sabes cuánto.
Siete días tiene la semana, ésa es nuestra suerte, la de la existencia, oprimida pero existencia al fin y al cabo. Confío en que podrás reír y cantar con Mariliz estrofas al viento, en libertad, mientras mis brazos esperarán tranquilos para que te acurruques en ellos, como siempre hacías, cuando la noche ponía en tu mirada una mezcla de ternura y embeleso, cuando te susurraba caricias al oído antes de dormir y volver a despertar en el mismo sueño.
Te amo.
Diego
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