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El Mejor

Aguirre era el mejor. Él lo sabía y ostentaba una apagada gala de su talento. El mandato paternal de mirar al resto del mundo desde arriba no había hecho más que trazar una línea inquebrantable entre él y su destino de perfección. Sus tareas no dejaban astillas huérfanas, todo ese cumplimiento que lo enorgullecía, y su precisión mecánica, eran verdaderas semillas del elogio ajeno.

Don Pedro Mujica era el mejor. Aguirre lo sabía, sabía que no tenía un cliente mejor que el, pagando siempre adelantado, y facilitando las complicadas situaciones. Los trabajos que él le fue encargando durante años eran los pilares de su consagración.
Como tantas otras veces, el eficiente Aguirre fue convocado por Mujica, un nuevo trabajo golpeaba a su puerta.

“Cuál es el objetivo?” Preguntó Aguirre con frialdad.
Mujica le mostró con exasperante lentitud, una imagen que sacó de su portafolios.
Algo destelló en la gélida mirada de Aguirre, pero no logró vacilar su característica calma. Mujica se sintió confundido, el esperaba un efecto en su hombre, que nunca sucedió.
“De acuerdo, Don Pedro, esto le va a costar más de lo normal, unos treinta y cinco mil dólares, todo por adelantado.”
Mujica, algo consternado, asintió y abrió un maletín gris repleto de billetes verduzcos.
Luego de saludarse como dos caballeros, Aguirre definió con su cliente un par de detalles referentes a sus tareas y se despidió con cordialidad.

Los siguientes días de Aguirre transcurrieron en el manejo de ese dinero, creando cuentas bancarias para sus hijos, agasajando a su amada mujer, disfrutando del tiempo libre, hasta el día acordado para la entrega.

Ese día Aguirre estacionó el auto que había alquilado para la ocasión, en una playa subterránea, prendió la radio para dar con su entrañable frecuencia de clásicos, suspiró con premura y cerró los ojos. Desde el asiento trasero tomó su maletín negro con clave numérica, lo abrió con mesura. De allí extrajo su fiel compañera, una Beretta 92 nueve milímetros, y en un instante le acopló el silenciador. Perdió su mirada en el muro gris frente al cual se había estacionado, y sin titubeos, dirigió el arma a su paladar y tiró del gatillo con la precisión que siempre lo distinguió.

Hoy Aguirre no existe más. Nadie sabe con certeza quién es el mejor asesino a sueldo de Bogotá. Hoy Don Pedro Mujica no es el mejor cliente de nadie, sus graves delirios fueron diluyendo su fortuna y las estúpidas apuestas con magnates narcos ya no lo divierten como antes.

FIN

Texto agregado el 21-03-2007, y leído por 204 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
05-04-2007 Escribes con buen estilo. doctora
 
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