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Las manos se aferran con todas sus fuerzas a los barrotes laterales, la cara endurece sus rasgos, cierra los ojos fuertemente y se muerde el labio inferior hasta sacarle sangre. A su alrededor todos le hablan al mismo tiempo, le gritan, le increpan, uno pincha su brazo y comienza a pasar un liquido transparente a sus venas sin decirle que es ni para que, mientras otro oprimiendo sus genitales le exige más, le dice secamente que no se resista, que colabore para acabar de una buena vez con todo esto, que es para su bien, que le conviene. Un tercero le clava algo en su espalda y siente un liquido que quema al entrar en su organismo, mientras el dolor sostenido del abdomen se hace más y más fuerte y le obliga a gritar buscando alivio. Es un esfuerzo agotador, corren las gotas de sudor por su frente, su cuerpo bañado en transpiración resiste estoicamente. Los que la rodean
no se inmutan, por el contrario le piden más, más, más, le exigen que colabore, que es por su bien, que no se oponga. No logra entender claramente las órdenes, pero mantiene la boca cerrada, sus piernas comienzan a quedar insensibles. Pese al miedo sigue resistiendo el dolor que se agudiza, los brazos se los han atado a sus lados y no puede moverlos como quisiera, siente que necesita evacuar urgentemente y les dice, les grita, ellos hacen que no la sienten y por el contrario le exigen más. Físicamente exhausta, apenas siente dolor cuando el que esta a su frente corta sus genitales y la sangre caliente corre por sus nalgas, en ese momento casi pierde la noción pero automáticamente se esfuerza más y la cara le queda roja, mantiene los dientes desesperadamente apretados, continua firme pese a todo, porque sabe bien lo que esta haciendo, tiene muy claros sus principios, sabe muy bien por qué está allí. El máximo de esfuerzo lo acompaña de un sonido gutural que comienza de lo mas profundo de sus entrañas y se hace cada vez mas fuerte, más penetrante, mas desesperado, más visceral para culminar con un grito explosivo, desgarrador.

De pronto, todo cambia. Cesa el dolor. Cesa el esfuerzo. Nada duele.

Un llanto agudo, interrumpido, intermitente, conquista el ambiente, endulza los oídos y ese esperado cuerpecito mojado y calentito se retuerce en su pecho.
Todos los que la están rodeando ríen.

Ha nacido su hijo, lo demás no cuenta.
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Salutti tanti a tuti cuanti.
Senèn

Texto agregado el 24-02-2004, y leído por 247 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
03-06-2008 La raquidea deschava un poco el desenlace, pero me gustó, está muy pero muy bien. sandalo_ortiz
03-09-2007 !Uf! Me asombra que un hombre pueda narrar un parto tan requetebién, tan exacto. margarita-zamudio
16-11-2006 que bello-***+pablo MELENAS
24-02-2004 Precioso yoria
 
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