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INFIERNO

MATÍAS RAÑA


Cada noche volvía como la peor de las pesadillas, como el mejor de los sueños. Ella era ambas cosas, la mezcla ambigua de aquello que todo hombre desea con su cuerpo, con su mente y con el corazón. Era hermosa, tanto que ninguna descripción le haría justicia. Estaba emborrachado por imágenes sueltas, esporádicas de su presencia en mi cuarto, en mi vida. La recuerdo sentada en mi cama, desnuda, moviendo las manos mientras hablaba de quien sabe que cosa. Gesticulaba cada palabra que decía, hipnotizaba con sus volteretas. El sol la golpeaba de espaldas, resaltando su silueta, dificultándome la tarea de recordar su rostro. Sus pechos, pequeños y apetecibles, se escondían en las sombras, apareciendo de a ratos, solo para volverme loco, para que la desee aún mas de los que la necesitaba siempre. El aroma a perfume se distinguía con sumo agrado en el aire, salía de su piel. Era un reflejo de su alma, delicioso e inquietante, intangible. Y persistía en ella, incluso después de una noche de amor puro y carnal, aunque mucho no recuerdo de eso. Sé que era maravillosa en la cama, la mejor amante que cualquier mortal puede saborear, pero mis remotos recuerdos se remiten a momentos posteriores. Pero el mas fuerte es este que acabo de describir, es como una foto. Sería el hombre mas feliz del mundo si pudiera recordar su cara, y mucho mas su nombre. Nunca lo supe.

Volvía como se iba, sin que lo notara. Bastaba con que pestañara y ella ya no estaba. Muchas veces pensé que era una alucinación producto de mi alienación social, pero era simplemente demasiado real como para ser un invento de mi mente. Aparte ella estaba cada noche, sin preámbulos nos desnudábamos y hacíamos el amor. ¿Cómo sabía si eso era amor? No lo sabía con la cabeza, no entendía al amor como un concepto, sino como una realidad que debía aceptar. No había nada mas puro que nuestra relación. Nos recibíamos tal cual éramos, sin nomenclaturas impuestas por otras nomenclaturas, despejamos cada incógnita de la ecuación de nuestras vidas y el resultado fuimos nosotros dos despojados de las vestiduras esclavas. Si la aceptación devota y ciega no es amor, entonces no existe tal cosa. Representaba cada noche que llegaba una nueva fantasía, escogía los diálogos con majestuosidad y me hacía creer en ella. Yo estaba placido.

Una noche no volvió. Llovía torrencialmente pero igual se veía la luna. No entendía nada. Había bebido mucho, pero no había salido de mi departamento. No solo me había quitado su presencia, sino que se llevo los aspectos mas definidos de su persona de mi mente, dejándome con un vago recuerdo, con la sensación de haber perdido el sentido a vivir. Trate durante tres años de reconstruir su rostro, pero nunca pude hacerlo. Me rendí, cometí el peor acto de resignación y sucumbí a la tentación de otros cuerpos, buscando en otras mujeres vestigios de aquella sin nombre que supo ser perfecta. Era en vano, tan obvio el fracaso que ahora me parece hilarante. Me había vuelto loco, había cumplido su cometido. Debí aceptar el hecho de que ella tenía tanto derecho a irse como el que tuvo al momento de decidir llegar a mi vida. Ni siquiera tuve el valor para odiarla, era demasiado en mi vida.

Entonces, al quinto año, una mujer apareció en mi vida, en mi cuarto. Estaba desnuda, esperándome en mi lecho. Sonreía, me seducía con el movimiento de sus ojos. Pero yo no la reconocía. No sabía quien era, no estaba seguro si aquella que estaba bajo mis sábanas era aquella que había sabido amar. Le pedía que se retirará, argumentando un dolor de cabeza. Supongo que entendió rápido, porque un segundo después había desaparecido. Me acosté y añore. Lloré un poco también, pero con el paso del tiempo uno se acostumbra a la soledad del Infierno.


Texto agregado el 24-02-2004, y leído por 153 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
24-02-2004 Muy bueno. Cada frase reproduce muchas imagenes.. palpitante. Se, por que lo vivi, cuando ya no reconoces a aquel que te hizo creer.. como decis..soledad del Infierno. sumogu
 
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