Llegue una tarde calurosa, una tarde llena de matices, de múltiples colores modelando cada nube pérdida en la inmensidad de este azul, que cada hora que pasaba era más oscura. La brisa que la noche se acercaba, susurraba la piel, llamándola al descanso, pero a la vez la incitaba a la acción, al olor del bosque, a la naturaleza que lo llama a uno, como salvaje, buscando un lugar en donde desbocarse, un punto donde se torna deseo.
Ella por su parte me miraba con esos ojos que no olvidare, el aire de esa tarde la envolvía, como tratando de que no tocara jamás el piso, tan liviana, con esos ojos que pretendía escribir en mi algún mensaje. Desde que la conocí, no pude ocultar mi pena al verla, sus ojos escrudiñaban cada rincón, cada acto, cada sensación de esta alma agobiada. Cuando la conocí llevaba tres semanas viajando, desde que huí de la ciudad de la miseria, no hacia sino en agrandar mis problemas, uno de hombre los evita, pero yo soy un coleccionador de problemas para colgarlos en esta camisa rota llamada alma. Ella al conocerme me trato primero como los perros vagamundos, al principio no era fácil, yo mas cercano de la indigencia y ella mas susceptible con el palo y la rabia de acercarse a darme cacería, yo lo comprendía, ya no era un ser humano, estaba mas cerca de los animales que de ella misma.
Los días pasaron mientras dormía debajo de una palma al pie del rió, las tardes la recordaba, ella, cuando me regalo su primera sonrisa, al acercarme un plato de sobras. Pensé que tal vez la comodidad podía enviarse al carajo, cuando una sonrisa sale con ese afecto que te perfuma la mente. Que más podía pedir en la vida, esta mujer cada vez que la veía me hacia olvidar cada momento desagradable en mi vida, cada sensación que hacia que los hombres olvidáramos el resentimiento y el dolor. Una mañana me hablo, y créanme eso era oír a dios saliendo de su boca, cada detalle que yo en una época juzgaba sin ninguna circunstancia ahora me deleitaba hasta la gloria.
Ella alfil de cuentas se dio de cuenta que aunque perro cochino recién escapado de la barriada que yo era, no necesariamente tenia el alma en desgracia como la mayor5ia de citadinos la tienen, ella se dio cuenta al ver mi alma, que las esperanzas fluían de un manantial que no se secaba por mas fuerte que fuera el odio y el resentimiento de las personas, eso señores era realmente el amor.
Esa tarde la vi partir, con sus ojos muy abiertos a esa hermosa tarde que la vio partir, mujer morena de calidos besos, me amo, como ninguna mujer me había amado, amo aun ser desagradable por fuera, pero me amo, ahora debía dejarla partir por el río, esa tarde en que íbamos a ver el fruto de nuestro amor nacer y que ahora seria el alimento de la naturaleza que nos había rodeado, la misma en la cual yo la había amado.
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