Váyase
Ya no quiero estar con usted, lagaña de ojo, hedor de ropa mojada, farol macilento; No insista con lo del amor, con lo del determinismo, con la aparición de la virgen que le dijo. Si soy el pésame de tu corazón lascivo (cresta de leche), con el que jugamos a las quemadas tus amantes.
¿A qué tal esmero? Balido de cabra, culebra de montaña, micción de cerro bajando, razón de mi vida.
¿En qué hora se detuvo el cucú del reloj, por qué expiró el cuclillo cuando me viste? ¿Por qué el sillón te pregunta siempre lo mismo? ¿Por qué le respondes al televisor apagado que me quieres? Y besas a la puerta del refrigerador pensando en lo helado de mi beso, al llorar. ¿Será porque no te quieres lo suficiente, la razón de que me quieras en demasía?
Si yo soy un forastero, incluso, de las ciudades vacías, algo como un arroyo seco para las señoras que van a lavar a los ríos, algo que no se puede extrañar de tanto no estar.
A pesar de eso insistes en dibujarme con tres círculos, como se dibuja un gato, en las hojas del calendario, y en las esquinas de las páginas de tu diario corazones deformes, están de color morados, partidos por rayos, repetidos de Enero a Diciembre.
En tu casa, tus padres ya ni te conocen, encerrada en tu cuarto, el rímel de tus ojos es un invierno golpeando en los cristales de tu mirada. Y en Tu rostro que es un deslave, se pasea un hombre proteico, que a veces soy yo, ensillado sobre un unicornio llamado Rodolfo, sonándote el claxon, llamándote a la ventana, para que al asomarte veas a alguien en el portón que te dice clitomístico: ¡Cuánto te amo!
¿No ves aún que eso no existe, y que hasta tú eres de mentira, en los garabatos de este mundo mal trazado? ¿Aún no sabes que el amor es el sueño donde te besé, y que el sueño no es de ti?
Sé que, a veces, me llamas en las madrugadas, cuando no te aguantas las ganas... y a mí me gusta, te lo digo procaz, que no te hayas olvidado de esa mordida en la oreja, de ese soplido en el cuello, de ese “ya no podré vivir sin ti”. Pero ya es hora de dejarte ir en algún barco, digamos... el de Melville, zarpar lejos de los puertos, ganarte un doblón de oro, fuera de la nostalgia de mí, de este doloroso Guayaquil.
Haz como yo.
Para mí estás rebanada, como la piel de un infeliz cetáceo: Hervida, y convertida luego en la luz del quinqué en la cueva, donde muriendo esperaré a una “paciente inglés”. Yo, que bien podría hacer de mi casa, que es mi espíritu, un barco ballenero.
Porque caminando se me irá quitando esta necesidad de ti.
Porque para estar triste ya no es necesaria el astro lleno.
Te iré borrando en un millón de cuartos de luna, en los ombligos brillantes de las estrellas, en los senos redondos de las colinas, por donde brotó el sol tenue de tu corazón, con los graznidos de los pájaros del alba.
Nota: Ayer les hice un digno sepelio a los pájaros…
Christian Cruzatti
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