AQUELLAS TARDES DE LOS JUEVES
El techo abovedado del Donegal, daba cobijo a unas estrechas paredes en las que colgaban con una descuidada imperfección, decenas de cuadros con láminas antiguas y marcos envejecidos.
Justo en frente de nuestra vista un aeroplano del siglo pasado, más a la izquierda, el retrato de un niño pequeño con enormes ojos negros y casi al final, dando por terminada la larga retahíla de mil objetos, sin nada en común, destacaba una oxidada bicicleta de tamaño real, con un montón de viejos libros sobre el sillín.
Nosotras, siempre subíamos al piso de arriba. Nos gustaba mirar a la gente que iba entrando, mientras tomábamos una enorme taza de té verde con hierbabuena y menta. Uno de los sillones de nuestra mesa, cargaba con los abrigos y con los bolsos, mientras que encima de nuestras piernas, un montón de hojas escritas, esperaban ser leídas y así mismo corregidas.
A veces si el tema que habíamos escrito, era algo, digamos un poco íntimo, bajábamos la voz, por miedo al ridículo, ya que la verdad no era el sitio apropiado para leer poemas de amor, ni para escribirlos. Pero disfrutábamos tanto de aquellas tardes de los jueves, que nos daba igual que a veces el aire estuviera viciado de tanto humo, que la música sonara casi siempre demasiado fuerte y se llevase nuestras voces atadas a la cola de una invisible cometa.
Allí nosotras, jugábamos con las palabras, intentando hacer carambolas con las estrellas.
Pero un día, yo, Ángeles encontré en una página web, un concurso de relatos hiper breves y se la enseñé a mi amiga Paqui, que me esperaba sentada en una mesa, mirando con detenimiento su reloj.
Y allí mismo decidimos, mientras sonaba una canción de Eric Clapton, mandar cada una un relato, contando justamente lo que hacíamos esa tarde de la semana.
Y así, lo hicimos, resultando también, vaya casualidad, que las dos, fuésemos elegidas, entre otros participantes, para leer nuestro texto, a través del móvil, a una emisora de radio.
Y no nos enredamos con las palabras, ni la garganta nos atacó con afonías, ni tan siquiera nos aceleramos al leer. Resulto perfecto.
Así que pensamos, en enseñar al dueño del Donegal, la cinta que habíamos grabado de la emisión del programa, y en la que se hacían, un montón de alusiones sobre su local, y todas por supuesto, muy agradables de escuchar.
Queríamos que nos invitase por lo menos, a tomar algo, una tarde de cualquier jueves. Pero la verdad, es que cuando leyó el texto y escuchó la grabación, no sólo nos invitó , sino que además, quiso que le entregáramos una fotocopia de la narración, para ponerla, dentro de un marco envejecido y colgarla también, con una descuidada imperfección de una de sus estrechas paredes. Y así, amigos, terminó esta tarde.
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