Ni tumbado boca arriba,
acariciado por aquellas pequeñas extensiones de la hierba silvestre,
pude dejar de dilatar mi mente.
Me diste una noche apagando el sol,
y con tu dedo fuiste borrando las nubes,
que obstaculizaban el estrellado cielo.
El tiempo esquivo,
nos olvido,
dejándonos un intervalo,
acompañado por una brisa algodonada,
que nos indujo a este viaje celestial,
acompañados por aquellos haces de luz celestes y brillantes,
que se detuvieron a observarnos,
curiosos, melancólicos e ingenuos.
Sigo pasmado con todo aquello,
ni el ruido de la fauna,
como el croar de una rana,
ni los ojos de insomnio, amarillos y febriles de la lechuza,
pudieron espabilarme,
me encontraba allí inmóvil, estático, inalterable,
finalmente encontré mi momento,
mi privacidad,
mi paz,
allí estaba mi anhelo,
frente a mi,
concedido por el azar del destino,
mientras los árboles y sus extremidades,
danzaban con el viento,
y mis oídos más finos que el primer día,
tocaban una melodía con extrema delicadeza,
nuevamente en el centro de este sueño,
concebido en plena privacidad.
Poco a poco se consume mi deseo,
despierto lentamente,
abrazando a esa nube que utilice de almohada,
Gracias tiempo, que me diste esta oportunidad,
de tener este momento, mi momento, en soledad.
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