Con tu puedo...Cap 21
La vida, siempre la vida.
No le resto al tiempo ni una sola cana,
ni se me cae, por tonta, tampoco un solo pelo.
Aprendí a sonreír por casi nada,
y no he dejado de hacerlo a pesar de todo.
Encontré las lágrimas sin darme cuenta,
y he aprendido a llorar con ganas, en silencio.
( Alicia Cora
De: No solamente)
Son apenas las cuatro de la tarde, Lastenia anda nerviosa, espera a Francisco. Su hija anda feliz; su hijo, Ramón anda esquivo, nota a su madre diferente, la ve tararear una canción en boga,
La viuda ha abierto de nuevo su corazón, no sabe como una mañana despertó y en sus pupilas estaba grabada la figura de un hombre que no era la de su marido con quien ha soñado desde su muerte, cuando la dejó sola con esos dos bellos hijos Que Dios y el amor me regaló – Dice.
Francisco, demora más de la cuenta en la cantina. Habla cosas sin sentido con Julita, esta sonríe, dos veces le ha dicho que se vaya, que se le va a enfriar la comida o, que los niños de Lastenia han de estar hambrientos.
—Sí Julita, ya voy.
Ese almuerzo le sabe a responsabilidad, suena a miedo de futuro. Piensa que entrando a la casa, su porvenir será diferente a lo que ha sido su vida. Ha tenido algunos amores en diferentes partes, ha sido visitante de casas de zamba y caramba – eufemismo que usa para decir casas de putas -, oye que el alma le dice: de allí no saldrás nunca más. Intuye que eso es lo que había buscado sin encontrar, siente que la vida le ha premiado a pesar que los castigos han sido mayores.
Finalmente decide salir, toma el paquete con los dulces y sin decir nada más, sale de la cantina andando lentamente hacia la casa de Lastenia.
—Pensé que ya no venía.
—Disculpe, pasé a ver a la Julita que me tenía estos dulces para los niños.
—Gracias, no debió molestarse.
—No, no es ninguna molestia.
Alicia aparece sonriente, también Ramón. Francisco da la mano al niño, Ramón se la aprieta con fuerza, sus ojos son inquisidores, aprieta con fuerza para demostrar su hombría y el que su madre no está sola.
—Nos sentamos a la mesa – Dice la madre
—¡Ya mamita, tengo muuuuucha hambre! – Alicia habla.
Ramón, sin preguntar nada se sienta a la cabeza, lugar que según recuerda, usaba su padre. Poco se acuerda de la figura del papá, casi tres años tenía cuando falleció, pero, la imagen del papá preside su pensamiento.
La madre lo miró, no dijo nada, fue a servir con la cabeza gacha, feliz y nerviosa, miró a Francisco, sonrió y movió de lado a lado su cabeza, sus ojos brillan.
—Mamita, mami.
—¿Qué quieres, hija?
—Mamita puedo sentarme al lado de Pancho.
—Pídale permiso a él, hija
Antes que nada dijera, Pancho, le hace un guiño a la niña, indicándole que se siente a su lado.
—¿Moncho?
—Sí, señor
—¿Puedo decirte Moncho, o te molesta?
—No me molesta, señor.
—Moncho, ¿Has aprendido a leer
—No sé leer, me gustaría aprender, ¿usted sabe?
—Si, sólo un poco, hay que aprender, es lo mejor. Me gustaría que me digas Francisco o Pancho a secas, así será más fácil ser amigos.
Llegó la madre con dos platos, sirvió en primer lugar a los hijos, luego a Pancho y el suyo, colocó una ensalada y algo de pan. La niña comió todo. Cosa extraña – dijo a la madre.
Ramón le preguntó por la familia a Francisco, para el niño hay muchas cosas que son un misterio, su mundo es el desierto, razón por la cual su mente está ávida de nuevos conocimientos. ¿Cómo es Curicó?, ¿el río Mataquito?, Le es extraño saber que hay ríos con más de dos metros de cauce, el niño cree que le está mintiendo. En el desierto si es que hay algún río no llega al mar y su cauce cuando más, lleva un hilo de agua.
Ella es del Oasis de Pica, allá están sus padres, cultivan algunas guayabas, mangos, limones y mandarinas. No quiso regresar una vez viuda, viuda y con dos hijos, prefirió el campamento en donde tiene algunas amigas, las costuras le han ayudado a llevar una vida modesta, pero, sin pedir ayuda a nadie.
Julia es su mejor amiga, siempre ha sido leal, nunca le ha callado las verdades, siempre le habla con honestidad. Ambas conocen más de sus vidas que el resto, ninguna es dada al comentario sin fundamento. Julita sabe que se ha enamorado de Francisco, Julita le ha hablado de Francisco, a quien conoce hace ya años. Lo sabe alegre, bromista, antes bebedor, amigo de sus amigos, fiel camarada. Lo ha visto enamorado varias veces de amores de poca duración, pero le asegura que el Pancho si se compromete será para muchos años, eso lo puede asegurar.
Julia, no es diferente, estuvo casada con un carpintero de la Oficina San Lorenzo, también lo perdió en la Huelga. Ella no estaba en la escuela ese día, se había ido a reunir con unos compañeros de puerto para buscar solidaridad. No pudo entrar, la barrera militar se lo impidió, vio como los ametrallaban, lloró, se lanzó contra los milicos que disparaban, atreviéndose a patear a uno de ellos. Le propinaron un culatazo que le dejó inconsciente por minutos, al despertar algunos pampinos la tomaron y llevaron antes que la detuvieran por haber agredido al milico que la buscaba, la sacaron a la fuerza del lugar, Luego buscó a su marido y a su hermano, a ninguno encontró.
Largos meses pasaron antes de que se recuperase del golpe, del culatazo que fue menos doloroso que la pérdida de su hermano menor y su marido.
Un par de años después, conoció a Sergio, lanchero en Pisagua. Lo conoció cuando también conoció a Luis Emilio, presidente de una Mancomunal obrera, hombre de gran calidez humana y un inmenso conocimiento. A partir de ese día Julia se convirtió en una mujer diferente. Ayudó de manera consciente a armar una red de gente de la pampa, tejido que en el año doce fue uno de los soportes principales del partido del proletariado.
En la Oficina no solo oficia de cocinera, también, junto a Juvencio y José Manuel dirigen al núcleo que cada cierto tiempo se reúnen con Luis o Elías. Deben trabajar en el más absoluto secreto ya que esta Oficina, luego de la matanza, fue una de las que no recibió a ningún minero antiguo, haya estado o no en la huelga, por ello es más difícil que en otros lugares.
Visita a su negro una o dos veces al mes. Su Sergio, también quedó viudo, fue de parto que murió su mujer, luego ha debido enfrentar la crianza de dos hijos, una pareja de niños, así que debe unir el mar y los hijos. Ama a su Julia, desea casarse con ella, los dos hijos también la quieren mucho. Es de los hombres de confianza de la organización de los trabajadores del norte.
Julita se apresta para ir a Iquique en las próximas semanas, visita a la que será acompañada por Alamiro y seguramente por Francisco o su hermano Ernesto.
Una vez terminado el almuerzo, Lastenia, abre el paquete que llevó Francisco y reparte los dulces de la Julita, Moncho pide permiso para salir, la niña no quiere moverse del lado de Francisco.
Se quedan a la sombra en un reparo que construyó su marido y que ya está por venirse abajo, la niña, es la que inquiere cosas.
—Francisco.
—Dígame, niña linda.
—¿Conoces a Alamiro?
—Oh, Alamiro, sí, lo conozco, es amigo
—Él es él más lindo de toda la Oficina.
—¿Y yo, no soy lindo? – Pregunta Pancho, tratando de no largar una risotada.
—Sí, lo eres, pero más lindo es Alamiro, todas mis amigas quieren ser sus novias.
—¿Y usted, mi niña?
—Yo, no sé, parece que sí.
—Pero, él tiene novia ya,
—No importa, la novia del Alamiro es linda.
De la calle llega el llamado de un grupo de niños, llaman a Ramón, porque pasa algo.
—Vaya a ver hijo, vaya a ver qué ocurre.
Regresó Ramón como media hora después, viene enteramente transpirado.
—Mami. ¡Andan los guardias a caballo recorriendo todas las calles!, Dicen que buscan al Ramiro, que no ha regresado y que el caballo alazán... ¿qué es alazán?... llegó solo y medio cojo. Así que andan preguntando a todos, ¡nadie lo ha visto!
Dicen que el señor Fernando anda enojado.
—Moncho, alazán es el color del caballo.
—Gracias Pancho, varios guardias fueron a la pampa a buscarlo. Mami ¡voy a ir de nuevo!
—No, hijo, usted se me queda acá ahora y no sale hasta mañana, es peligroso que ande en la calle.
—Si, Ramón, es mejor que se quede acá cuidando la casa, yo, ya me voy.
—Pancho.
—¿Dígame, Lastenia?
—¿Sabe algo usted?
—No, a mí me gusta andar lejitos de ese bandido.
—¡Ah!
—Perdona, pero, si gustas y no te sientes bien en tu casa, si gustas... No nada, nada.
Te vienes para acá. – Era lo que Lastenia iba a decir y dio un paso atrás-, quedó muy turbada.
Francisco salió a la calle, le agradeció el almuerzo, le preguntó, ¿si podía ir a visitarla? que quería hablar con ella.
—Cuando gustes Francisco, gracias por la compañía – Dicho esto Lastenia se entró a su casa, cerró la puerta y se quedó con la espalda pegada a la calamina, como sujetándola para que no entre nadie. Miró al cielo pensando: casi me acusa el subconsciente.
Curiche
Marzo 19, 2007
|