Tengo Sueño, pero no en los ojos ni en la garganta, más bien en el corazón. A veces siento que los días no transcurren, que todo es una secuencia eterna de luz y anochecer sin forma, sin nombre, y más aún, sin motivo.
A mi merced tengo un televisor que acompaña desde lo lejos con imágenes difusas y sonidos huecos, casi como simulando sustituir una presencia, deshilachando por trozos la verdad de fondo de esta somnolencia, manteniéndome en el adictivo coma del estar presente y estar ausente a la vez de lo que me rodea. A veces me pregunto si el mundo me rodea o yo rodeo al mundo, si la verdad está afuera o nunca nació. En esos instantes corro al patio y como una niña angustiada me refugio en mi perro, mi bendita mota de pelos blancos y ojos ingenuos que corre emocionado cada vez que oye mi voz, él me quiere y me necesita como nadie, él es el único ser que pareciera de verdad entender qué se siente estar vacío, dar vueltas en torno a un eje chueco, buscar sin conseguir nada, claro, él se persigue la cola que no tiene porque se la cortaron de cachorro… ¿Pero y yo?, ¿Persigo algo, o también cargo con la mutilación? ¿Es acaso que en algún momento fatídico las mariposas dejaron de adornar mi frente luminosa para cambiar colores por sombras? ¿O es necesario ser pupa por años para luego descubrir un mundo que contamina el color de tus alas con angustia, indiferencia y un profundo vacío?
Vivo como en un vientre ficticio del cual no quiero salir, no sé qué incubo, pero al parecer la monotonía es mi mejor aliada. Es mejor cerrar las ventanas clavar las puertas, dejar sólo a mi perro en este espacio imaginario, dormitar cada vez que se pueda, y recordar siempre que más vale vida sin sentido que vida por conocer.
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