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Recuerdo aquella noche, era fría y oscura. Un pequeño espectro redondo resplandecía tras una enorme nube que cubría con su sombra la mayor parte del parque. Pequeñas gotas de agua comenzaban a caer mientras corría. Antiguos faroles que alumbraban tenuemente los caminos me guiaron hacia el centro del parque donde topé con una banca. Él estaba allí sentado, tan vulnerable, tan increíblemente humano. Su cabello oscuro, su piel tersa y blanca, sus manos entrelazadas y su cuerpo inclinado sobre ellas casi gritando al mundo ese enorme sentimiento de impotencia que parecía llevar por dentro.

Poco a poco, las gotas de agua que traía la lluvia comenzaron a resbalar por su cabello como pequeñas lágrimas que mostraban el desvanecimiento de su alma en miles de pequeñas partes que se derramaban sobre el mundo, y a la vez como diminutas caricias enviadas por Dios para sosegarlo. Caían lentamente resbalando por su cuello y entrando por su espalda, escondida a mis ojos por una camisa blanca que paulatinamente se empapaba por la lluvia. Ínfimos trozos de cielo caían lentamente rozando sus labios y posándose en su pecho, donde deberían encontrarse mis labios sumidos en su ser. Odiosas gotas de agua que resbalaban desdeñosamente por su cuerpo, comenzando desde su cabeza, deslizándose lentamente por su frente, su nariz, sus labios, su mentón, hasta que obligadas por su destino caían rendidas por el éxtasis hasta el suelo. Infames trozos de cielo que han logrado poseer mi más anhelado tesoro.

Gradualmente su camisa se volvió traslucida, como si quisiera descubrir su fuerte y varonil torso, sólo para mí. Sin darme cuenta he llegado hasta él. Cuánto deseo perderme en sus fornidos y protectores brazos, que me apretase tan fuerte y me acercara a su pecho desnudo, tibio y suave, que a la vez es tan fuerte que podría evitar que el inminente castigo de Dios cayera sobre mí, por desear los labios y el calor del fuerte pecho de un hombre que no es mío.

De pronto, él se percata de mi presencia y levanta su rostro sobrecogido al ver que aparte de su pequeño e íntimo mundo hay otro más. Sus ojos, sus tristes ojos oscuros logran desnudar mi alma y hechizar mi mente, alborotando hasta las más ínfimas pasiones irracionales que hay en mí.

Repentinamente siento cómo sus manos se acercan a mis muslos. Mi cuerpo comienza a agitarse. La lejana cercanía de sus manos esparce por mi cuerpo el calor febril de la sensualidad. Siento como si el tiempo se detuviera. Su cuerpo comienza a erguirse, uniéndolo lentamente con el mío, acercando su rostro al mío. Sus manos dibujan mis caderas hasta llegar a la cintura, dándole forma a mi cuerpo como si Dios mismo moldeara arcilla con sus manos. Me invade el calor; dos energías encontradas, intentando no sucumbir ante el frío de la lluvia.

Su mano derecha sigue subiendo hasta tomar mi mano, indiferente y tensa, no por falta de ternura, sino por un terrible pánico que me obliga a inmovilizarme. Mi anhelo convertido en realidad, yo ante él, mi cuerpo ante su cuerpo y mis fuerzas se han perdido y no me permiten mover ni un solo músculo para acercarme al ser que tanto he codiciado. Yo, estúpidamente inmóvil mientras que él ambiciona asir mi mano. Su roce es como mil truenos cayendo sobre mi vientre, mi corazón palpita tan rápidamente que pronto estallará, como las calderas de un barco a las que incesantemente han arrojado más y más carbón. Él desliza sus tibios aunque húmedos dedos por los míos hasta lograr sujetar mi mano, entre tanto un impulso sobrenatural me permite encontrar su mano con la mía para sujetarla.

Entonces comienza a subir su otra mano hacia mi rostro mientras logro observar la tímida forma en la que encoge su brazo y lo levanta para alcanzarme. Tan pronto siento su mano sobre mí, instintivamente mis párpados cubren mis ojos permitiendo que cada trozo de mi cuerpo logre sentir el calor que emana de su ser. La lluvia cae mientras él acerca su rostro al mío. Siento cómo su cabeza se inclina levemente para acoplarse con la mía, sus labios tibios y suaves, como exquisitos melocotones, excitan cada una de las fibras de mi cuerpo, volviendo locos mis sentidos. En ese momento, su tibio roce se convierte en un leve movimiento y siento como si nuestros cuerpos fuesen lo único existente en el universo. Una explosión de energía me permite levantar mis brazos para aferrarlo. Tomo su cuello y lo aproximo hacia mí para que nunca se aleje, al mismo tiempo que sus fuertes brazos me acercan a él, aprisionándome, como si deseara que nuestros cuerpos se convirtieran en uno solo.

Las diminutas gotas de agua resbalan por nuestros rostros, mientras que en un acto sutil y delicado realiza con su lengua un sensual viaje por mis labios, mi paladar y el resto de mi boca. Un roce que estimula cada célula de mi ser, rodeándome de una sensación cálida que hace vibrar mi corazón al unísono con el suyo, en un viaje que no sólo experimenta nuestro cuerpo, sino también nuestra alma. Una búsqueda incesante de una pieza faltante en nuestro ser que se complementa durante algunos segundos. Un instante en el que somos sólo uno y que termina tan sutilmente como comenzó. Se dan algunos intentos por asir de nuevo la boca del otro, en un esfuerzo desesperado de que nunca termine, pero surge una imperiosa necesidad de observar los ojos de aquel otro ser.

Él separa sus labios de los míos, mientras cada fragmento de mi realidad trata desesperadamente de regresar a su estado habitual. Se aleja muy lánguidamente, mientras mis párpados se esfuerzan por controlar su éxtasis. Pronto descubro sus ojos, que se encuentran fijamente con los míos, esos ojos que me desarman, que me hacen completamente suya y me permiten entrar en su interior para descubrir que en parte también es mío. Me permite ver que es tan vulnerable.

Tiemblo, sin estar segura si la razón es la cercanía de su cuerpo o el frío que trae consigo la lluvia. Mi mente comienza a divagar ¿Por qué lo hizo? ¿Me ama? ¿Lo disfrutó? De repente, él se acerca de nuevo a mi, cubriendo mis hombros con su brazo y acercándome a su pecho. Te amo -susurra a mi oído- mientras caminamos en el parque guiados por los antiguos faroles. Su voz me permite ver que lo único que deseo en este momento es sentir nudos en mi garganta y una locomotora en lugar de corazón ¡sólo por estar con él! Es maravilloso que el simple hecho de que una persona exista sea suficiente para extasiar a otro ser de tal manera. Sólo me pregunto si es un sueño, aún así, no importa: esta noche caminan por el parque tomados de la mano y bajo la lluvia, Alejandro y la mujer que ama.

Texto agregado el 23-02-2004, y leído por 590 visitantes. (0 votos)


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