Cañerías secas, artríticas en sopa de costillar, hablan de lluvias en la piel, terremotos en la lengua y tormentas en los ojos. El puño embarrado a medio enterrar; la cabeza gacha y la séptima cervical saliente en un cuello árido y venoso.
Los sentidos se evaporan: la luz sabe a mierda y apio amargo… el ruido se arruga y pesa en la frente… el sabor me crucifica al ardor de una raíz seca… se trenzan los músculos con los tendones y las viseras, los poros se abren, se rompen, arden…
La sombra pesa, me ancla al suelo y me insulta; me pica la retina y un escalofrío en la planta del pie me recuerda a mi hermana tocando guitarra con los dedos sin uña y las cuerdas ensangrentadas… su cactus maúlla mientras florecen las espinas, y cagan las palomas afuera de la casa, siempre en la misma esquina… donde Rosario pasa de pie la noche, tarareando canciones de sexo húmedo con los tacos de plástico.
Frío, frío, mucho frío… muy lejos de mí, tengo frío… abrigo los ojos con lágrimas tibias, la piel con sábanas huecas, la boca con whisky, y las manos con el último de mis cigarros…
Las fajas de espinas comprimen la respiración, comprimen…
Una última sonrisa y cabeza al suelo… el asfalto es más duro de lo que creen… las imágenes se mezclan, se funden, todas son una y ninguna es figura mental muy gruesa para hablar de sonidos sordos y lagañas entre las uñas, y la sombra no crece entre las ramas del ciruelo ni tampoco en las del castaño, sólo entre las ramas del cerebro que se derrite entre las espinas del litio bailando tap en la cabeza… y resuena, y retumba y retumba, y palpita y retumba y bombea… se acelera y el corazón se cansa y se acelera.
Transpiro el cansancio y la vigilia que se evaporan junto con la saliva de la lengua seca sobre el asfalto…
Las larvas comienzan a moverse dentro, hurgueteando las venas vacías, las articulaciones secas y los huesos maltrechos; se retuercen en la podredumbre del cuerpo antes mío… Es como un masaje, se siente rico, se siente suave, tranquilo… hasta que empiezan a salir por los ojos: el lagrimal pica y no hay cómo rascarse: el rigor mortis te aprisiona y sólo queda sentir cómo las larvas carcomen el pedazo de carne podrida sobre el concreto…
Cuando hinchado comienzan a excretarse los hedores más sórdidos, una última sonrisa, el último impulso… una neurona asustada que escondida entre las zonas ocultas del cerebro decide salir… mi madre a mi lado, ya en la morgue, y la neurona le juega una mala pasada: se tensan los músculos y la ahorco por dos segundos… después de eso no volvió a hablar, hasta el segundo antes de su muerte que dijo “Con él no!”…
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