"EL INTERLOCUTOR"
Estela Davis
Era su primer día de caminata en el parque México. Nerviosa por la obscuridad de la madrugada invernal completaba la primera vuelta. De pronto escuchó la voz de un ebrio que hablaba con otro. Se detuvo, asustada.
—¡Me vale madre lo que pienses, güey! Ora a güevo me vas'oyir onque tes áhi, como pendejo. O te rompo toda tu madre.
Rápidamente se escondió atrás del seto, segura de que aquello iba a degenerar en un pleito de borrachos.
—Perrrdóname, mano. Yo te aprecio, mis rrrespetos, pa' tí. Pero, ponte buzo, pa'contarte mi bronca. Si orita agarro pa' mi cantón ¿qué cres que me va decir mi vieja, güey? ¿qué cres que me va'decir? ¿Ya llegates viejito? ¡Madres! ¡Ni máiz palomas! Me va a joder, güey! ¡Contésteme, compadre, no sihaga güey!, o me cái que lo vo'ensartar, o le voa'ventar unos trompones...! 'ssstá bien, mano, no me contestes, no hay pedo.
"¿Estará muerto? ¿Por qué no le contesta?" —Se preguntó.
—¿Sées qué hijo, sées qué? Traigo uno de abogado, hijo. Agarré la jarra y qué. ¿Sées por qué? La agarré porque sufro muncho con esta vieja jijelashingada. Es mala, mala como la shingada. La pior de todas las viejas. Psss, ¿dionde cres que la rrrecogí, güey?, con todo y escuincles, que ni millos son. Ire, compadre, usté no'stá pa' saberlo, ni yo pa'contarlo, pero no son millos los pinches escuincles. ¡'ssstán más prietos y más feos que ni yo!, pero buenos pa' tragar, los cabrones. ¡Sepa la shingada de quien son! ¡A lo mejor son tuyos, güey! Já-já-Já. ¿Pos, dionde cres que la saqué? ¡De la calle, güey!, psss, ¿dionde cres? ¡Era rrrebuena pa' coger y bien baras! Pero, ¿qué cres, mano? Ya se le quitó lo cogelona, pero nomás conmigo, compadre, y ansina'stá el pedo. Ora rrresulta que me jiede el hocico, y que me jieden las patas, como si no juera el mesmo de antes. Ora rrresulta que no quiere tener un escuincle millo, de mí. Quezque porque ya tiene cuatro. Pa' que se los mantenga su güey. Su seguro servidor de usté. Ora, como le dije yo a ella, ¡qué me dura mantener otros cuatro! ¿no?, psss, nues por echármelas, compadre, pero soy buen maistro. ¡Ire, aquí'stá, mi cuchara y mi piola! Pa' que no diga que lo'stoy tantiando y nomás ando de hocicón. ¡Media cuchara, mano! Échate ese trompo a l'uña."
"¡Dios mío!, seguro que el otro está inconsciente por la borrachera, o ¿estará...?"
—Quezque me jiede el hocico, güey. Agarrre la onda, compadre. ¡Es puta!, puta de la calle, de la mera taloniada. ¡Oy, sí!, ora muy delicada la dama. Aquí su servidor de usté, el que la recogió de la calle, a como rrricuerda nunca se bañó pa' coger con ella y jueron hartas veces. Seguramente ora que tiene casa coge con puros perjumados, la jije su shinglaca manca. ¡Oy sí, como no!
—Ora, como le dije yo a ella, anton's. Todo lo que gane es pa' tí, pa' que cambies de vida. Compadrito, y anton's que agarro y que le doy toda la feria que tráiba. Y que agarra y se va conmigo pa' mi cantón con todo y escuincles, y que se encabrona mi jefa, y que me grita, ¡putas no me traiga, güey!, y que agarro y le grito a mi jefa. ¡A mi vieja no la insultas, jefa! Y que agarra mi jefa, mía, de mí, y que se va pal pueblo. Probecita de mi jefa. No, psss, sí, mano. Tenía rrra-zón-mi-je-fe-ci-ta-san-ta...
El hombre llora, pero ella no se deja llevar por la compasión. El otro pobre tal vez esté destripado por una filosa cuchara de albañil. Atisba a través del seto y alcanza a ver unos pantalones manchados caídos sobre unos tenis sin agujetas.
—¿Sées ques lo pior, hijo? ¿Lo más pior de todo? Quiora se para en la puerta del cantón, echa pa'jueras a los escuincles, y áhi mesmo mete los hombres pa'dentro. ¡En la casa de mi je-fe-ci-ta-san-ta. ¡Échate'sa, compadre! Quezque porque no le alcanza la feria que le doy. Por eso ando tomando desde ayer, valiendo híjoles. ¿Pa'qué le doy mi feria si sigue de puta? ¡No, ni máiz palomas! O, ¿usté qué cre? ¿No cre que tengo rrrazón, pa'ndar en la'gua? ¡Contésteme cabrón! ¿Tengo o no tengo rrrazón?
—¡Vales madre, mano! De plano, güey. Contigo no se puede ni hablar, áhi te ves!
Los tenis sin agujetas, se alejaron. Las piernas de un hombre pasaron corriendo sin detenerse. Cautelosa, salió de su escondite. A lo lejos la figura tambaleante del borrachito era rebasada por el corredor. En el sitio seguía, imperturbable sobre su pedestal, la gran cabeza de bronce de Albert Einstein, el interlocutor.
|