No solamente soy vieja
sino que tengo rarezas,
y alguna pelusa de centinela
que aún menstrua.
No solamente sumo los años,
sino los meses y las esperanzas;
y no tengo arrugas, ni en la cara,
ni en el alma.
No le resto al tiempo ni una sola cana,
ni se me cae, por tonta, tampoco un solo pelo.
Aprendí a sonreír por casi nada,
y no he dejado de hacerlo a pesar de todo.
Encontré las lágrimas sin darme cuenta,
y he aprendido a llorar con ganas, en silencio.
Tengo algunos recuerdos en mi maleta,
con la que me desplazo sin clave, ni candado.
Voy de aquí para allá construyendo sueños,
a pesar de tropezar con algunas decepciones.
No sé barrer otro lugar mas que mi propia casa;
no sé enseñar, ni instruir a nadie; no doy lecciones.
Mis palabras son el trago de mi propia experiencia;
del guiso que no he probado, compañeros,
no escribo, de su sabor no hablo.
Guardo numerosos paisajes que despliego
como si fueran banderas, dilatándolos en pensamientos,
y una herida que sangra en mi pecho,
sin matarme. Un corazón que se prodiga,
en afectos, porque así le nace del pecho,
y no sabe latir sin sentimientos.
Con la amargura hago una pasta, tramada,
de mantequilla, harina y leche,
que sabe de maravillas.