El mismo día, pero a las once de la noche
Estaba leyendo un pequeño poema de Sabines:
Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad. …
Etcétera, etcétera.
“En unos días”
Han pasado ya -recientemente cumplidos- diez años de tu partida, y aunque a veces no pueda hallar el tono exacto del color de tus ojos, ni tus gestos, ni tu risa, basta con cerrar mis ojos e imaginarme que te toco y que me tocas, y que bajo las sabanas y en la oscuridad me acaricias. A veces no puedo imaginar como eras, pero ¡Dios mío!, que tal si imagino entonces que te toco desnuda al amanecer un domingo cualquiera mientras los niños aun dormían, y mientras el sol se hacia un poco güaje, y retrasaba su salida. Y entonces el tiempo, la abstinencia, y la soledad que Sabines tan bien se receta se hacen tan inmensas que permanezco hasta las 4 de la madrugada sin hacer otra cosa que dar vueltas en la cama vacía y fría.
La nostalgia y los recuerdos que dan vueltas en la cabeza
…Me asusta encontrarme a diez años de tu ausencia y como si fueran los
primeros días.
No sé cual es la ansiedad por tratar de recordar aquellos detalles que
sin duda las primeras noches llenaron mi existencia, no sé cual es el motivo pero he pasado horas y horas tratando de volver a mirar tu rostro y a pensar, ¡no sé porque carajos! en los detalles de tu partida; de recordar los momentos aquellos en los que el Doctor Garmendia, nos reveló a ti y a mí la cruda y torpe realidad: cáncer de mama.
Y que yo permanecí incrédulo y en silencio; no recuerdo ahora si pensaba más en la mierda de enfermedad que te invadía o en que yo inocente, había besado y jugado con el tumor entre mis labios.
¡Cabrona que es la vida!
¿Habrá algo por hacerse? le pregunté a Garmendia, mas en una suplica que pensando en alguna cura. Pero ya el mal estaba hecho, y lo único que nos quedó por hacer fue la espera que en ocasiones se me hacia interminablemente dolorosa.
Te mostraste valiente, y cuando me acurrucaba entre tus brazos parecía más que el que iba a morir era yo.
Hay rumores en los pasillos de mi pronta jubilación:
a) 58 años de edad
b) diez de tu partida
c) 30 de labores
d) 20 canas mas
e) dos hijos que se marchan
f) cero nietos para llenar el hueco
g) mierda, infinitamente mierda
El resto del abecedario: la mirada intensamente verde y el cabello suelto por la espalda.
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