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ALCANZAR LA LUNA


"Amanece
el mismo azul de sal
el mismo azul de sol
Nada más amanece

Dante Salgado

Parecía dormir, pero estaba alerta. El dolor recorría su cuerpo de animal apaleado en salvajes oleadas. No podía dormirse antes que él. Entreabrió un ojo, lo vio beber el último trago de aguardiente y arrojar la botella, que se estrelló contra una roca. El ruido la sobresaltó. Los pequeños trozos se deslizaron brillantes sobre la piedra, igual que las lágrimas temerarias por sus mejillas.
El hombre se volvió de espaldas. Ella abrió los ojos y lo observó. Una rabia inmensa le llenó la boca de una salivación espesa y amarga. Escupió silenciosamente. Atrás de la aborrecida figura, se extendía el mar de la hermosísima bahía de San Basilio. Distrajo la mirada un instante al ver el águila que descendía al nido en la cumbre del islote para arrullar a sus polluelos. Más allá, el horizonte empezaba a teñirse de amarillos augurando el plenilunio.
La humedad de la arena y las piedras multiplicaban sus malestares hasta el infinito. "¡Duérmete, hijo de tu rechingada madre"!, siseó fingiendo un suspiro mientras veía de reojo la carabina colgada en la precaria enramada.
"Pues, mira, Martina, si quieres juntarte con Valtierra, pues júntate. Yo no soy nadie para andarte aconsejando. Tú no eres ninguna chiquita, eres una mujer de experiencia y sabes muy bien lo que haces. Este amigo, nomás se apareció por aquí y sabrá Dios de donde salió y como vino a dar aquí", le había dicho don Simón cuando fue a pedirle consejo.
Sintió un escalofrío cuando escuchó el ronquido del hombre, se incorporó penosamente, no sentía el brazo ni la pierna izquierda. Se volteó boca arriba para desentumecerse, y sofocó un grito de dolor al sentir los pinchazos de los cientos de espinas que se clavaban en su espalda. El hijo de puta la trataba peor que a una bestia. Ahí estaba gruñendo como un puerco; por suerte se había tragado un litro de aguardiente y ella sólo tenía que esperar a que estuviera bien dormido para reventarlo de un tiro.
En Loreto todo mundo sabía que Valtierra era un andarín. A la llegada había ido a rogarle a don Simón para que le diera trabajo de lo que fuera, y como éste era un hombre muy compadecido se lo dio. Así se había ido haciendo de sus confianzas, hasta que lo mandó a San Basilio al frente de un grupo de leñeros. En ese tiempo la compañía minera de El Boleo contrataba proveedores de leña para los insaciables hornos de la fundición y el uso doméstico. En miles de hectáreas a la redonda del centro minero, desaparecían bajo el hacha: mezquites, uñas de gato y palo fierro, que convertidos en leña recogían los barcos de El Boleo en los litorales del golfo.
No le fue difícil a Valtierra conseguir que Martina, ilusionada, se fuera con él. Ciertamente, como le había dicho don Simón, ella no era ninguna inocente. A sus 35 años ya había tenido que ver con otros hombres. No obstante, tenía reputación de ser una buena mujer y muy trabajadora.
La luna inmensa se completó en el horizonte y un rayo dorado llegó hasta la orilla. Los pausados ronquidos del hombre le indicaron que dormía profundamente. Para confirmarlo tosió levemente y él no se movió. Se incorporó con esfuerzo. Cada dolor y pinchazo en su carne hacían crecer su odio y su determinación.
Descolgó la carabina, apoyó la culata sobre su hombro, apuntó fríamente y cuando lo tuvo en la mira jaló el gatillo: le metió un tiro por la espalda a la altura del corazón. El cuerpo del hombre se estremeció un instante y quedó inmóvil.
"¡Ea, burra!", le gritaba apenas en la tarde, como todos los días, cuando cargada con un tercio de leña en el hombro, la bajaba del cerro. Valtierra ensartaba espinosos ceribes en un palo y los aventaba a su espalda, ahí se le quedaban prendidos como a una vaca torpe. No podía quejarse porque era peor; entonces la golpeaba hasta quedar exhausto, y en cuanto se reponía un poco, iniciaba el juego cruel y cotidiano de desnudarla, le sacaba las espinas entre grandes risotadas, para después violarla, una y otra vez. Cuando al fin la dejaba para tomar la botella, ella se arrastraba hasta el mar donde se hundía buscando alivio para su cuerpo y su alma devastados. Se quedaba ahí a esperar que se bebiera el aguardiente con que la sustituía, olvidándola, hasta el día siguiente en que se repetía el tormento.
Valtierra no se movía. "¿Estará muerto?", se preguntó. Preparó el arma y se acercó apuntándole, cuando estuvo cerca le asestó una patada y el brazo del hombre cayó inerte a un lado. "¡Así de facilito te morites, hijo de la chingada!", le dijo en voz alta, y sin titubear le descerrajó otro tiro.
El silencio del anochecer llevó el ruido de los disparos hasta la punta de la bahía, donde acampaban los leñeros de Valtierra.
—¡Oyites!, fueron balazos.
—Sí, fue en el paraje de Valtierra.
—¿No mataría a la Martina el desgraciado, tú?
—¡Pues sepa la bola!, más vale ni meterse.
—Pa' estas horas ya'nda borracho el infeliz.
—Y armado...
Martina sintiéndose ligera, se desnudó lentamente, canturreando. Todos sus dolores y su cansancio habían desaparecido. Se metió al mar, sentándose en el reflejo de la luna. Sus manos jugueteaban con el agua, a través de los delgados hilitos que escurrían entre sus dedos percibía las tonalidades del horizonte lunar. La invadía una eufórica sensación de libertad y bienestar. Bajo el agua resplandecían sus senos y su vientre. Extendió los brazos y se rió. Había matado a Valtierra. Ella era capaz de realizar cualquier cosa. Se paró y la suave resaca sacó la arena bajo sus pies. Caminó hundiéndose en el mar y empezó a bracear sobre el rayo plateado, con fuerza, con alegría. Nadaría hasta alcanzar la luna.

* * *

—Un día de'stos la va a matar el maldito malnacido.
—Lo bueno es que ora don Simón es la autoridá y ya sabe.
—¿Quién le contaría a Don Simón, tú?
—¡Mé!, pues cualesquiera, cualesquiera que haiga sido...
—A todos nos ha andado averiguando, quezque si nos hemos dado cuenta, que quien sabe qué. Hast'eso que nos dijo que lo tuviéramos al tanto. Quezque lo iba a correr dijo...
—Pues sí, pues, ¿pero cuándo?
Los leñeros despertaron al escuchar los pasos de Martina que llegaba al paraje. levaba la carabina colgada en el hombro; se plantó frente a ellos, con sus manos retiró los enmarañados cabellos de su rostro y les mostró sus ojos desafiantes.
—Maté a Valtierra, le pegué dos tiros...
Se despabilaron de golpe, levantándose. Martina hizo ademán de empuñar la carabina y se arrepintió. Se empequeñeció su cuerpo y los rebeldes cabellos cayeron sobre sus ojos brillantes de lágrimas.
—Pueees, por vi'de Dios que yo no te vide Martina.
—Se te ha de 'ber afigurado que lo matates...
—Como era tan rete desgraciado...
—A mí se me afigura que'l se mató solito.
—Una cosa es que le haigas tráido ganas...
—Y otra que lo haigas matado.
—Me costa que él tráiba ganas de pegarse un tiro...yo lo oyí decir munchas veces...
—Yo también lo oyí...
—Yo también.
—Dicen que debía munchas vidas...
—Dicen que andaba huyido...
—Dicen, pues. Es más Martina, aquí yo y los compañeros los andábamos ispiando porque le tráibamos ganas nomás de ver lo jijo de la... que'ra contigo, y vimos clarito que'l se mató ¡quihubo!, ¿verdá, muchachos?
—¡Seguro que sí!, todos semos testigos, ¿verdá?
—¡Verdá!
—Ora nomás hay que enterrarlo, pa' ir a dar parte, ni modo que lo déjemos tirado pa' que se lo coman las auras.
—Nooo, pues mejor que se lo coman, de aquí a que váyamos y véngamos, ya no va'ber nada. Tantito mejor ¿no?
—Y si nos tardamos tantito en ir, más mejor todavía. ¿No?
—¡Mira, pues!, entonces asina le hacemos. Nos vamos hast'el domingo. Al cabo pa'l mediodía le va a cái el aurero al hijo de su chingada madre.



Texto agregado el 09-03-2003, y leído por 833 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
19-03-2006 hace tiempo lei un libro que se llama "pasos de sangre" y al leer tu escrito lo asocie a el, me parece muy bueno, les das mucha vida a los personajes, y las imagenes que vas haciendo son muy nitidas, me encanto el escrito ... arcano20
 
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