Un día llegó un ángel a mi vida, un ángel que iluminó mi camino y me enseñó lo que es el amor. Me ofreció su mano y yo la acepté, la tomé con fuerza y sin titubear, le di cuanto tenía y cuanto no tenía también.
Le abrí mi alma como si de un libro se tratara, y mientras más de mi yo le entregaba, más dulces eran las sensaciones que me embargaban.
Dos blancas alas me regaló y con el tiempo fueron creciendo junto a mi amor, y cuando perdí todo rastro de mi temor, desplegué mis grandes alas y despegué, dejando atrás la tierra bajo mis pies.
A medida que me elevaba perdía la noción del tiempo y toda conciencia de la realidad. Revoloteaba entre las nubes y jugaba con el viento, volando siempre en torno a él.
Estaba tan alto allá en el cielo, que no me di cuenta cuando mis alas comenzaron a aflojar, nuestro amor perdía fuerzas con cada aleteo, hice cuanto pude por aferrarme a él, y sin embargo, no pude evitar caer.
Tanta fue la distancia que no la pude calcular y me desplome sobre las rocas con un golpe seco, con el cuerpo intacto pero el alma destrozada