En la mañana, típica de un mes de abril con su sol aún brillante y sus hojas amarillas, entraba el aire fresco por la ventana a medio cerrar de aquel tren. Intenté cerrarla pero estaba a la vista que era imposible, claro, estaba rota como casi todas las ventanas, como casi todas las personas que en él viajabamos, y me detengo a mirar un poco hacia la gente, más a sus expresiones que a sus caras. Muchas miradas rotas como las ventanas que también usa el tren para mirar. Todos con cristales rotos y que más es nuestra vida que una acumulación de pedazos rotos de cristales de varios colores, grises recuerdos, verdes sueños o rojos añoranzas. No puedo seguir mirandolos, me duelen, me recuerdan a mi, a mi sufriendo. Quiero cerrar los ojos, pero mirar hacia dentro duele aún mas, no hay mentiras allí, solo me encuentro y mas solo con la mirada hacia mi mirandome donde todo no es mas que un profundo pozo negro y solo dos segundos de parpados cerrados me alcanzan para buscar urgente la mirada hacia afuera, hacia el aire fresco, y miro a traves de esa ventana rota, como mi vida.
En ese momento el tren se detiene y me deja en un segundo de vacio cuando a travez de esa ventana la veo, difusa como un lente de cristal sucio y roto, así como el lente de mi memoria y allí la veo parada en el anden tan sencillamente bella como siempre … la mire, la ví, la observe y quize sea eterno ese pequeño momento... un pequeño instante eterno e infinito, infinito como lo son los puntos de una linea entre un comienzo y un fin.
Ese océano tormentoso que fue verla se convirtió en un lago manso de aguas transparentes, como los que hay allí en el sur de este país del sur. Verla me reencontró con lo mas bello que hay en mi, lo que yo creía perdido. A pesar de mi confusión, pude prestar atención a su sweter blanco de alpaca seguramente y suave como esa alma. Sus manos acariciaban delicadamente sus brazos, y me sentí cobijado en esas caricias, como cuando perdido en mis angustias sentía la calma en esas mismas manos. Y allí estaba, como yo, esperando ella su tren que seguramente la llevaría a su hogar, el que yo no tengo. No puedo negarlo que aunque 20 años sin verla, hoy me siento 20 años mas joven, solo estar tan cerca de su presencia y tan solo verla nuevamente me lleno de vida. La miré tan hondamente como pude con la clara intensión de no olvidarme nunca mas de ese instante y, la miré con todo el amor que no pude darle, con la ternura que, nuevamente, nunca creí tener. Mi cara estaba rígida pero sonreía por dentro, por primera vez mi alma se alegraba, pobre alma que nunca cuide. No quise que terminase pero un pequeño movimiento seco del tren me anuncio la despedida.
A penas comenzó a andar, un fino y pequeño brazo de sol paso entre las chapas de la estación reflejando mi cara en la ventana y allí me reencontré, en esa ventana rota como en una pintura, con su rostro y su mirada.
Cuarenta segundos estuvo el tren detenido en la estación, y entre cada segundo infinitas divisiones de tiempo.
Cuarentra y tres segundos entre las tinieblas y el cielo.
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