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Con tu puedo...Cap 18
Silencios.

Bordeando las cinco de la madrugada, la puerta de la casa de José Manuel se abrió sin un solo ruido. María, su mujer es la única que sintió cuando su marido se levantó, se lavó la cara, peinó, colocó sobre sí un grueso sueter de lana, su chaqueta encima para atajar un poco los quince o veinte grados bajo cero que hace afuera. Al sentir cerrar la puerta, María tomó el Cristo de madera tallado por el hermano del che Luciano unos meses antes de caer asesinado en la Escuela Santa María. Le rezó y pidió por su viejo,
José caminó hasta la salida del campamento sin hacer ruido. La camanchaca ha comenzado a caer, ello le ayuda, la niebla no deja ver nada a más de dos metros, a cinco minutos de caminata, dos hombres le esperan. Ninguna palabra entre ellos, no hacen falta, sólo un apretón de manos, sus ojos oscuros como la noche son limpios, sin asomo de temor. Con mucha determinación inician la caminata, a las siete treinta estarán en el punto de destino, cuando han caminado un kilometro sueltan las primeras palabras, son hombres acostumbrados a los espacios vacíos, a tiempos largos de soledad en las pampas o las alturas del altiplano, por lo tanto, acostumbrados a los silencios largos. Saben a lo que van.
En la tarde mientras conversaban los hermanos con el Atanasio, este fue a buscar una botella de aguardiente a su casa, eso si que antes de ir a buscar la botella, fue a conversar con el Ramiro. Quien lo siguió lo vio con ese hijoeputa – Tal como le contó a José.
Más tarde, pasó el Francisco y silbó, el pájaro se comió todas las miguitas, mas tarde van a desayunar juntos donde la Julita, si pica ahí. Caerá.

—José. Hermano.

—¿Dígame, che?
—Le hice la herramienta con las bolitas de acero, con buenos corriones de cuero de vacuno ¿sabe usarla, hermano? Le pregunto, para estar seguro de lo que hay que hacer.

—Luciano, sé usar la herramienta, lo haré bien, estén seguros de ello.
—Me imaginaba que sí.

—Paisanitos, ya les dije, si algo anda mal, en Oruro hay trabajo y espacio para ambos y sus familias, no lo olviden.
—Che, paisa, va a salir bien, pero, es cierto y en algún lugar de la pampa argentina, también hay lugar para todos nosotros.

—Si baja algún guanaco, lo cazamos y llevamos carne para el almuerzo de hoy. De paso vemos si el huaso José sabe usar esa cosa. Mi hermano, me contó mucho de usted, José; él confiaba en usted y yo también.
—P´tas, era gallo mi compañero, son muchas las noches que en sueños escucho el ruido de las ametralladoras disparando en la Escuela. Mi vieja me despierta antes de que se asusten los niños. Es impotencia, compañeros.

—Hermano, pensaré que es uno de los milicos que disparaban en contra de la gente desarmada.
—Che, a mi hermano, él lo palomeó, o mandó a alguien a dispararle.

Dos horas de camino. Al llegar al lugar, calentaron agua, sebaron unos mates, los bebieron y comieron un pan con tomate, cebolla, ají y carne, se sentaron a descansar, apagaron el fuego de inmediato y dormitaron un rato. La espera podría ser larga. José tomó la herramienta que le preparó su compañero argentino, la sopeso, la conoció y guardó. De allí en adelante, los tres quedaron en silencio, cada cual acompañado con sus fantasmas, de los que tenían varios cada uno.
A las ocho, según sus pensamientos, se pusieron de pie, se miraron los tres. Inti es más bajo que los otros dos, de pecho ancho como boliviano de las más altas cumbres.

—Che, Luciano, usted ubíquese en esa grieta y usted, Inti, en la que está al norte, yo me quedaré por acá. El gato ha de venir desde el lado del mar, él viene a caballo, lo oiremos, hay que dejar se acerque lo más posible para no fallar.
—José Manuel.

—Dígame, Luciano.
—Usted, asegure el cuerpo del gato, yo aseguro el cogote y, el paisa debe hacer que caiga con una piedra, si hace falta yo aseguro al caballo. ¿De acuerdo?

—Sí. – Dice José Manuel.
—De acuerdo che.

Un fuerte abrazo se dan los tres hombres. La suerte está echada, no hay vuelta atrás, lo que queda es la vida o la huida, nadie escapará antes de tiempo. Después del abrazo y apretón de manos, cada cual a su lugar y, esperar, sólo resta esperar.
Cuando suena la sirena que indica las siete de la mañana, los hermanos Aravena salen de su letargo, sonríen, se lavan y van a la búsqueda del pajarito para darle la última miga. Será la grande, la decisiva.

Las siete un cuarto marca el reloj de péndulo que hay en una esquina de la cantina. Varios mineros salientes de turno desayunan y se preparan para ir a dormir, algunos dicen que irán a ver la obra de teatro a las once de la mañana en la sala de la Filarmónica.

Aparece en primer lugar Francisco, como cada día saluda a los presentes.

—Julita, buen día tenga usted.
—Buenos días tengas, Pancho, ¿y tu hermano?

—Por ahí anda, Julita
—Harto mal se portaron ayer ustedes dos, y más encima con ese pajarraco.

—No es para tanto, noble causa.
—¿Querís algo para el dolor de cabeza?

—Algo con lo que se me pase el olor a aguardiente y vino.
—No-té portís mal, el vino te hará perder a esa mujer, niño.

—Julita, ni le diga nada, por favor, la Lastenia es tan linda y si todo sale bien, hasta me caso con ella. Los dos niños que tiene son lindos y la verdad que me enamoré, al final, tenía que ser, he caminado más de diez años en la pampa, tengo que asentar la cabeza.
—Me alegra, Pancho, pero yo sé que a ella no le gustan los borrachos, su marío falleció enfermo de tisis. Esos niños hijos de ambos requieren del cariño y la presencia de un hombre. Tú eres buen hombre Pancho, la querís y ella también, decídete y asume, los años pasan y una vez viejo, es bueno tener alguna descendencia.

—Sí Julita, lo de anoche y que va a terminar lueguito, fue solo una cosa de hombres, no tiene que ver con el trago. Usted me conoce desde hace años, lo mismo que al Tito, Julita, hay veces en que hay que cobrar algunas cuentas, ¿Me comprende?
—Ya niño, no te diré nada más, parece que hay gente que ha estado misteriosa estas últimas semanas, si hasta el José Manuel vino a comer varios días, se me hace que no andaba acá por pelea con la María. Oye.

—Qué Julita.
—Voy a ir al puerto con el Alamiro, Don Reca lo quiere conocer.

—Julita, me alegra eso, es buen cabro el Alamiro, hay que cuidarlo, con esta cosa de la gente que desaparece, si usted quiere nosotros, el Tito y yo vamos con ustedes, sin que el Alamiro sepa.
—Niño, cuídense ustedes dos. Mira, por allí vienen el Atanasio con el Tito, me voy para dentro a prepararles unos sanguches y café con leche. Gracias, Francisco.

—¡Julita!
—¿Qué querís, Pancho?, ya están igualito que anoche, ¿van a seguir la fiesta ahora en la mañana, mire no vaya a ser cosa que me quieran corromper a este niño?

—No Julita, si yo quiero un ulpo con leche, bien espeso, y después si tiene, me hace un paquetito con unos dulces para el Ignacio y la Alicita, los niños de la Lastenia, mire que estoy invitado a almorzar.
—Le busco algo y después del ensayo del teatro te venís p´acá y te tengo un engañito para esos niños que son tan re-lindos.

—¡Compañero Atanasio! Buen día, ¿cómo amaneció? yo me tomé una yerbita que me preparó la Julita.
—Por Dios, Pancho, me duele la cabeza, ¡Julita, prepáreme algo para el dolor de cabeza! Por favor.

—En la vida hay que saber tomar, Atanasio, te haré algo.
—Pa mí tambien, Julita.

—Buena la cosa, ustedes toman y ahora yo debo darle remedios.
—Ya, Julita, tráiganos desayuno también. Por favor.

—Cuándo tengai de ese aguardiente, nos contai pos Atanasio, si podís pídele una botella extra a tu taita y te la compramos, ¿cierto hermano?
—Así es Atanasio, me gustó esa cosa que te manda tu padre.

—Yo, me voy a ir luego, quiero ir al ensayo del teatro, pero antes, pasar a afeitarme. Miren que estoy invitado a almorzar con una dama. Hermanito, yo me voy, mire que debo alindarme y luego a la Filarmónica, pero antes, a lo mejor voy a ver al amigo de Valparaíso, ese con el que anduvimos cortando paltas en La Cruz. ¿Se acuerda de él, Ernesto?

—Ah, ya, déjeme hasta ahí nomás hermano.
—Nos vemos en el teatro si alcanzo a regresar.

—¿Se puede saber quienes su amigo porteño?
—Un amigo de hace año, por casualidá mi hermano se lo topó hace unos meses acá.
—Hermanito, usted parece que tiene diarrea en la lengua.

—Atanasio, el porteño era estibador, cuando está mala la pega en el puerto la hace de lo que sea en Quillota o La Cruz. Buen gallo, exaltado el hombre, le gusta eso de las balas y las bombas.
—Ya pues Ernesto Aravena, no siga hablando huevadas. Me voy, que si voy a ver a mi amigo tengo que caminar un par de horitas. ¡Nos vemos Atanasio!
—Hasta luego don Francisco, ¡cuídese! Yo también tengo que hacer luego – Dice Atanasio –

—Siempre me cuido, usted también mire que anoche se anduvo curando. Y esta tarde, voy a ir a ver a mi viudita que está muy linda, y si me caso está invitado compadre ovallino.

Pancho se despidió con apretón de mano con su hermano y de Atanasio. Cuando llega a la puerta se cruza con Alamiro, se saludan. Alamiro leva en una mano un saco harinero medio lleno. Le dice: es mi ropa para que me la laven y planchen para mañana que tengo una reunión con el patrón.

Se la entrega a la Julita, le cuenta que la requiere para el día siguiente por la reunión. La mujer le sonríe y con un gesto le muestra a Ernesto Aravena que conversa de manera animada con Atanasio, lo que lo sorprende. Se acerca, se sienta a la mesa luego de saludar a cada uno de los tres. Atanasio le abraza, desayuna, les explica que anda nervioso ya que será su debut como actor y que les espera en la sala.

Francisco pasó por donde la Julita a despedirse, a asegurarle que no se preocupe por él ni por su hermano, que parece pronto van a haber mejores aires para respirar en la pampa.
Julia siente algo de temor por ese imbecil del Atanasio, piensa que los hermanos en algún instante le harán algo.

—Cuando termine el ensayo, pasa por acá Francisco que te tendré algo para los hijos de la Lastenia. Y cuida a esa mujer, si le haces algún daño, te irá mal, Francisco.
—Sí Julita.

—Atanasio, mi hermano, - Habla Ernesto- es así, siempre me reta, eso porque a veces hablo un poco más de lo que es prudente, pero con usted no tengo desconfianza, además que llegó con Alamiro y ese sí que vale.
—Somos muy amigos desde niños, hemos jugado y trabajado juntos. ¿De qué porteño hablaba su hermano?

—Ah, el Germán, un amigo de Valparaíso, lo hemos visto varias veces por acá, era amigo de ese Bernardo que se fue sin ni siquiera despedirse. El Pancho le va a decir hoy que las cosas del Berna están en la bodega y que las manden a buscar.
—Pero, ¿entra al campamento?

—Tai loco Atanasio, si ese le enseñó a fabricar bombas, pero, no le contís a nadie, que el Pancho me mata.
—Cómo se le ocurre, compadre, si eso es feo y alguien puede morir.

—Y claro, el Pancho le va a contar que los cinco de ese grupo desaparecieron igualito que el Bernardo.
—¿Y dónde lo ve a ese Germán?

—¿Puedo confiar en usted?
—Bueno sí, le pongo a mi compadre Alamiro de fianza.

—Atanasio. A mí no me gustan esas cosas, estos dos se van a ver por allá por un rajo que se dejó de explotar hace como año y medio, ese que está mas cerca del mar. Por allá donde dicen que penan los soldados que murieron en una batalla, en la guerra con los gueones peruanos y bolivianos. Pero, no le cuente a nadie compadre, mire que mi hermano le corta las bolas y a mí también.
—Confíe en mí, ya verá que sé guardar los secretos de los amigos.

—Atanasio.
—Sí.

—¿Le queda aguardiente?, ando con sed.
—Si quiere voy a ver a mi pieza, en una de esas algo hay.
—Vaya, compadre, vaya lueguito para ir a ver al Alamiro quien actuará.

Antes de pararse, uno de los presentes salió. Atanasio hizo el mismo camino de la noche anterior, el hombre regresó, se sentó a la mesa, le dio la espalda a Tito y le pidió una taza de té con leche a la Julita.

Al servirle la taza de té con leche al mecánico, la Julita vio una sonrisa llena de picardía en el rostro de Ernesto Aravena.

Regresó Atanasio sin aguardiente, se sentó en su silla, le dijo a Tito que no había aguardiente. Este, sólo le dijo que no importaba y que iría a prepararse para ir a ver actuar a Alamiro.
Le dio la mano al joven ovallino y salió de la fonda con destino su casa que comparte con su hermano. Silbaba la misma canción que Pancho la noche anterior.

Curiche
Marzo, 16 de 2007


Texto agregado el 16-03-2007, y leído por 311 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
24-04-2007 y la ansiedad por ver lo que planean!!!...y vamos por más, este trabajo tuyo amigo esta maravilloso, te felicito! arianna
24-03-2007 Muy bueno el relato y la historia es una belleza. ***** tequendama
19-03-2007 Algo se teje entre hombres que ya no se chupan el dedo y que ya saben diferenciar a gato del cunaguaro. Interesante capítulo ***** Catacumba
19-03-2007 Y aunque repitas, hasta el hartazgo, el término" caminata", tú sabes bien de marchas, y aún mejor de andares, y también de compromisos, compañero del alma. La fidelidad, Curiche, a los valores, no tiene secretos ¿Lo dudan? Pasen y lean todos los capítulos... maravillas
17-03-2007 En este capítulo Atanasio ha sido descubierto en su combinación con el asesino Ramiro. Por lo tanto es fácill suponer que NO es hombre de confianza. José Manuel y sus amigos se traen algo gordo entre manos, sus movimientos estratégicos conforman el mejor lenguaje de los hombres de piel curtida bajo el sol, bajo el látigo del explotador. Y que están acostumbrados a defenderse de las inclemencias, siguiendo -más que a la reflexión- al sentido de supervivencia. El encompinchamiento con Alamiro se nota entre picardías y artimañas ¿Qué se traen estos hombres con este sujeto, cuál es el papel que juega? Se está planificando la caída de alguien y el lenguaje en claves es el más apropiado, porque hasta los espacios de silencios son decodificados entre pájaros de un mismo color. Es un gran capítulo de una trama bien armada que consigue despertar y mantener el interés del lector. ***** SorGalim
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