Quisiera pelear contigo como los hipopótamos, en un beso sin mandíbulas cortas...
Pero queda: Y si te perdiera en Bombay…?
Te encontraría en el rumor quejumbroso de un motor adolorido, en la señora desplazada hacia la soledad mustia de un fogón dormido, en espera del mercado que comprará su fuerza de trabajo, guiño de pájaro fantástico cuando pasa, mientras grita en un graznido: ¿Qué serás después del todavía?
Te extraviarías en el polen de los haces de luz de los faroles, que ignoran la cúpula gótica del cielo ennegrecido.
De ese cielo ralentizado por la indiferencia de los astros mayores que se han resistido en aparecer.
Centelleando entre dos cuerpos inoportunos y avaros, entre el pulóver y el pantalón, en el olor del pelaje de mi perro muerto que en incursión devastadora junto a la noche helada golpea a la ventana; esa que me separa de dónde te guareces, de dónde te fermentas, atrapándote en el olor de tu cuerpo en residencia sobre la almohada.
¿Puede que existan los imperios transmortales? ¿Que tú a la vez me hayas elegido en una tormenta otomana, en una guerra civil africana, en la foto de un soldado sin nombre detrás de la primera trinchera al momento de alambrarla, que a mi vez, el verdadero Yo se haya tropezado con este cuerpo como su álter ego sólo por volver a verte, que ya se hayan amado crepusculares tus tú y mis yo?
¿Que en pretexto nos hayan encontrado para una enésima vez? Para que en la tarde del sol posterior, el cielo se parta rojizo y la sangre de las nubes agonizantes se derrame en tus ojos, por el cuello, ¿Que Transilvano y famélico a lo Gary Oldman te haya quebrado el cuello en busca de tu alma…?
Perdóname lo cinéfilo.
Perdóname por no entender esta tristeza cobriza sobre mi piel, la sensación de dolorosa angustia que en dogal me arde en el cuello, que me agujera los pasos, que hace bloque de lágrima un castillo solitario, pertinaz contra el rostro; el que me da ese garbo de melancólica resignación, cuando creo en que estoy solo, de soledad virgen, tenue, azul marina.
En las calles aun con sol, entrando a Bombay te veo perderte, no concibo instalar el recuerdo desnudo de nuestro cuerpo entre la inmundicia del mundo.
Caer y perderme, encontrarte en el cristal gris de la calle, en esa luna torpe y cobarde que se resiste a aparecerse. Estoy como esas misivas absurdas que dicen adiós… hasta la muerte de siempre, de hoy, de encontrarte. No soy más la sombra que a tu piel se cubre, ese plumón de aire que te roza, en la sonrisa de tu cuerpo al enroscarse en la punta rosetota de tu carne.
Siento que has venido a la luz a medio prender de un farol averiado en una calle intransitada, transitoria, intransitable. Este paredón, de dos peones rabiosos, que te ven ir, estos ojos malditos que te reconocieron, esta boca tan sola que no te habla, estos dedos que sólo matan hormigas, este aliento de humo amargo, son testigos acaso ellos mismos son autores de una presión en medio de dos placas de tierra que en vista de que la cicatriz se ha vuelto a abrir después de tu partida, y sin saliva que pegue a este pecho podrido, se ha decidido, ya era entrada la hora hace siempre… de verte partir, partiéndome.
En Bombay es fácil Perderte, Perderme o Perder... No puedo decir que no quiera.
Christian Cruzatti
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