Presté mis ojos los primeros días de enero, cuando unas frases decían que "Todo comienzo tiene un encanto" o "Éste es el primer paso". Los presté para que vieran, en este dulce verano, que las tormentas del año las hice en un vaso.
Presté también mis besos en febrero, los dejé al lado para el de la banca de enfrente, para que los tome y se siente y los tenga en su mente. Los presté y hasta ahora él los tiene.
Presté en marzo mis sueños inconclusos, para que entre delirios y suspiros, pudieran dejar volar la luna. Mis horas de cama se fueron por ahí... y ahora sola viene la mañana.
Presté mi alma un día de abril, para que pudieran pintar colores en el viento, que la usen para humedecer el pincel en sonrisas y tracen un par de líneas para pintar el cielo.
Presté mis brazos para los días de mayo, para abrazar al sol antes de que oscurezca. Con ellos presté mis hombros, porque los necesitaban para apoyar la luz que a ellos vencía.
En junio presté mis palmas, en junio presté mis puños; comienza el fin del comienzo, se tenían que preparar.
Después presté mis risas para los días de julio, cuando el frío de invierno nos congela el tiempo; las presté en un paquete con lazo de seda, para que vuele con la brisa y vuele con el viento.
Y las semanas de agosto presté mi boca al mar, para gritar que te quiero y para saber si estás. Presté mi boca y la dejé a la deriva, no la querían robada y la dejé en alta mar.
Luego vino septiembre, para prestar mi nariz, para oler las flores que nacen, para hacer a alguien feliz. Y un día iba pensando “…presté casi todo ahora ¿A dónde me voy? ¿Qué me prestarán a mí?"
Pero luego vino octubre, que dicho sea de paso es mi mes, y entonces presté mis dedos en un atardecer. ¿Quién los cogió? Quién sabe… yo solo sé que el día de ayer encontré a aquellos rebeldes flotando, los encontré deambulando, buscando dueño, a aquel a quien se los presté.
Viene noviembre todo pensativo, y entonces dije: ¿Necesitas unos pies? No importa quién soy yo, te los presto solo por hoy, vivo en la calle Distraída, casa número 7, de la quinta 23. Devuélvelos cuando quieras, yo no tengo apuro, ¿Lo tienes tú?... creo que no. Solo tráelos si se te antoja, 1 o los 2, cuando vengas y si me ves.
Y al final vino diciembre, y ya es el final del mes. “¡Qué rápido se pasan los días!” dijo usted. Y viendo a los rinconcitos a donde no llegué, me pregunté qué regalaré esta vez. Miré por afuera, y nada encontré. Miré por adentro y lo hallé. ¿A quién se lo daría? No lo sé. Y entonces lo dejé tirado, varado solo a media luz, dando vueltas como un tonto, como una mariposa sin su cruz.
Y así presté todo lo que tengo, durante todos los días, y todo el mes, para encontrar que ya nada poseo, pero todo lo obtendré otra vez.
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