-I-
Supongo que un hombre entre paredes por la eternidad es una cosa muy triste. Para qué habrá hecho un dios, podrían preguntarse, a ese tipo de animal, tan volátil,tan efímero y tan digno de pena. Por qué habrá hecho un dios un ser desprendido del nexo causal que rige al mundo y la naturaleza, y que por ello se pierde a sí mismo en conductas que él no entiende, que sus semejantes reprueban y que los lleva a censurarlo y estigmatizarlo. Cuando veo a ese hombre veo un enigma, veo la causa de un sufrimiento sin sentido e inescrutable.
Las veces que le ofrecí reposo a su alma con las palabras tranquilizadoras que Nuestro Señor pronunció para todos los condenados en la tierra, él, con una mirada piadosa, como podría sentir pena el leproso por el sano, lo rechazó alegando que yo no conocía qué había hecho. Había leido el legajo por lo que estaba enterado de su circunstancia tanto como de la de los demás detenidos, pero sospeché que no se refería a eso; era un hombre inteligente que a pesar de estar circunscripto sobre sí mismo no podía dejar de entender el lugar y función de cada quién en aquella organización. No pregunté. Yo estaba para dar apoyo espiritual y ocasionalmente prestar oído si el acongojado quisiera hablar para aliviarse. Preguntar habría sido una impertinencia.
El que nada ama está sumido en la sombra, esperando la muerte, sin temor de Dios y sin temor de perder nada. Cientos de veces discutí con el director de la unidad sosteniendo mi opinión de que el mejor método para la rehabilitación sólo podría operar reconstruyendo el valor: dándoles algo que amar, algo que estas almas teñidas por la grisacea oscuridad de los muros puedan respetar. Es difícil descifrar el rostro de un hombre que a medida que pasan sus días de encierro se va volviendo más y más parecido a los ladrillos de piedra que lo encierran, cuya cara va ganando asperesas tanto como sus manos y su alma, y que con la misma velocidad va perdiendo la palabra. Es un hombre sólo con sus recuerdos, que confía más en la pared que tiene enfrente que en los crueles y violentos que posee por compañeros. El hombre sensible en este lugar, por más que tenga una naturaleza ingenua y bondadosa, no podrá más que convertirse en una cansada sombra; perderá el don divino del Verbo y más temprano que tarde no podrá entenderse con los otros hombres, sumergido en su soliloquio incoherente e incomprensible.
Los días tenían este efecto sobre él. Y si nunca fue abierto y confiado, podría de todas formas decirse que el tiempo lo asimiló a la oscuridad de su celda. Pensé que recordarle el cercano cumpleaños de su sobrino menor lo alegraría. Lo vi sonreir escuetamente, pero me pareció que en verdad le sonreía a un recuerdo que estaba masticando entre dientes, que venía a sus ojos desde su memoria. Le sugerí que intentaría mediar para que pudiese ver a su sobrino, cosa que lo emocionó. Giró su cara hacia mí, sorprendido. Se redibujaron rasgos que había erosionado el fantasma tiempo. Pero esa expresión duró un segundo, lo suficiente para que yo la note y sepa que había algo vivo aun dentro suyo; la cara se esfumó para darle paso nuevamente a esa piedra humana sin expresión no sin antes que su poseedor apercibiese mi descubrimiento y su efecto en mí. Eso lo avergonzó enormemente. Desestimó mi propuesta, agradeciendo pero calificándola de inútil, y volvió a undirse en el silencio.
-II-
¡Oh Dios! ¡Qué demonios en lo profundo de las almas has escondido! ¡Con qué letra de sangre has escrito el orden del mundo y el destino de los hombres! Cómo ha sido que de tus manos han salido seres abominables, los que hiciste a tu forma y semejanza, que cayeron al mundo y se perdieron. ¿Acaso hay causa? ¿Acaso hay motivo? ¿Ha llegado el día en que el hombre acumulando antiguas sabidurías pueda desandar su erradumbre? ¿Es nuestra desgracia objeto de tu burla e indiferencia o nuestro sufrimiento alimenta un divino porvenir que desconocemos? ¿La muerte y el deshonor en la tierra nos dará vida en los cielos, en tu reino oh Dios mío?
continuará... |