Siempre pensó que esquivaba aquel lugar por miedo al tren fantasma. Algo de veracidad había en sus conjeturas. Admito que me negaba rotundamente a poner un pie en el parque de diversiones, pero no por aprensión al recorrido en un carrito en la penumbra. Surcado de muñecos y títeres de diablos, fantasmas, hombres lobos y hasta brujas, que más que escalofrió causaban hilaridad.
Definitivamente esos viejos paseos en rieles, a velocidades imaginables para un bebé, eran tan breves y efímeros, como un abrir y cerrar de ojos o hasta un palpitar del corazón. Por ende incompetente en cuestiones de estimular pavor.
El paseo en calesita estaba destinado al uso de infantes de menos de seis años, al igual que el viaje al espacio. La zamba para grupos de jóvenes amigos. Los autitos chocadores por decirlo de manera descifrable “apto para todo público”, por este ultimo accedía a acompañarla. Aun con la extraña sensación de que encontraría más que diversión: en ese lugar moraban mis arcanos pudores, desde el momento de mi comienzo vida.
Los recuerdos del día en que pise y recorrí hasta el último rincón de aquel parque de diversiones, quedaron esculpidos con sangre entre mis memorias mas ingratas como la cicatriz de una herida garrafal. Relatare los sucesos de la excursión como si tan solo hubiera ocurrido hace unos instantes, como si formara parte del presente.
En un día no muy diferente al de ayer, con la estación de otoño en abril y la salvedad de un sábado de ocio, me disponía a realizar la rutina de los fines de semana. La mañana y parte de la tarde trascurrieron en normalidad. Sin embargo como mencione solo parte de la tarde.
Ella ingreso a mi habitación, con un objetivo previsto: invitarte a un parque de diversiones. Cedí a la petición con la condición de que costeara los gastos. Tal vez ese fue mi error: la avaricia.
Recorrimos la plaza, en donde hasta sollocé, con falsedad, para que me comprara un helado, a pesar de que el verano nos había abandonado y la temporada de garrapiñadas gozaba de su inicio. Definitivamente guardo un cocodrilo en mi bolsillo; escondo cada moneda como si esta fuera la ultima de la faz de la tierra.
Ella aun no me había informado a donde iríamos, en realidad no me moleste en preguntarle puesto que lo único que me interesaba era saber si ella pagaría toda. Quizás si hubiera sabido que me llevaría a ese parque de diversiones no habría ido. A decir verdad lo que me inquietaba era sus condiciones inseguras, a mí entender. La cuestión es allí fuimos y lo menos que debía hacer era aceptar, ya que ella pagaría todo.
Con algo de suerte de su lado logro arrastrarme hasta la zamba. Nada fuera de lo normal todos los juegos mecánicos son así de espontáneos y predecibles. Con diferentes magnitudes de vértigo, que algunas veces le provocan inconvenientes estomacales a algún desafortunado.
Palomitas de maíz, manzanas acarameladas, juegos de tiro al blanco, para terminar con la montaña rusa. El superior de todas estas atracciones. Por alguna extraña razón hasta el día de hoy, me hallo incapaz de describir minuciosamente las sensaciones luego de la finalización de ese paseo vertiginoso. Fue como tocar el cielo, mis cabellos volaban en sintonía con el efecto de triunfo que surgía de mi interior más recóndito. Desprender los pies de la tierra sin la necesidad de tener alas. Pero como todo pájaro existía una razón por la que debía volver a la tierra, regresar al infierno solamente para hallar un terrible destino.
El itinerario de aquel sábado debía llegar a su fin. Mientras el sol se despedía con sus últimos rayos para cederle el resto del día a su fiel amante y las estrellas.
Pero no… tenias que hacer uso de uno de tus defectos, justamente uno por el cual, dicen padecen los gatos, la curiosidad.
Antes de regresar al calido hogar quiso asegurarse que había recorrido todo. Fue de esta manera que al fin hallo la aguja del pajar. Alejado un poco de los principales juegos, y quizás oculto en un rincón se vislumbraba un cartel con la siguiente inscripción: Gusano loco. Ella emocionada, prácticamente me arrastro en dirección a la boletería pago por dos entradas. Luego subimos una pequeña escalera, guiadas por el encargado de dicho juego. Como es de suponer simplemente exhalé un suspiro de resignación, al fin de cuentas todo lo había pagado ella.
El nombre de tal atracción aludía a la estructura del mismo. Presentaba la forma de un gusano con los colores amarillo y verde intercalados, cada arruga tenía una capacidad para dos personas. Su funcionamiento consistía en unas vueltas en círculo por la pequeña vía. Es en este punto donde he de sincerarme, en mi opinión ese juego estaba algo deteriorado, si hasta una mano de pintura le faltaba. Creo no exagerar al afirmar que algunos tornillos estaban mal colocados.
Nos sentamos separadas, yo me senté en el principio y ella un poco más atrás. Subieron algunas personas más, y finalmente el viaje comenzó. Como acto reflejo me sujete del tubo que estaba delante de mí y cerré los ojos, con la intención de abrirlos cuando todo terminara. De un momento a otro el tubo tambaleo un poco. Luego percibí gritos desgarradores, seguramente producto del vértigo. Pero en ese mismo instante, aun con los ojos cerrados, sentí que el gusano loco apresuro su marcha. Un estruendo retumbo fuerte en mis oídos y un dolor esporádico. Fue entonces que abrí lentamente los ojos para observar lo ocurrido. Aparentemente mi intuición no había sido errada el gusano loco no era seguro, se descarrilo en las primeras vueltas. En un costado rodeado de personas se encontraba mi hermana sollozando en silencio, en sus brazos un cuerpo sin vida con una vestimenta similar a la mía. Mientras que yo lentamente me elevó hacia las estrellas