El despertador suena, lo apago, me levanto poniendo los pies firmes sobre el suelo frío de las baldosas de mi habitación, salgo de ahí, camino al baño con la intención de bañarme. Una vez adentro, me desnudo, abro las cortinas que bordean la ducha. Repentinamente aparece en mi memoria aquellos recuerdos indeseables, aquellos recuerdos que aparecen cada vez a la hora de asearme. Me causan una gran lástima, desearía no haberlos vivido nunca, de sólo recordar surgen sensaciones desagradables...
Yo tenía unos 6 años cuando ocurrió todo esto, para mí no es difícil proyectar mis memorias, porque eventos semejantes a estos nunca se olvidan. Mis padres, probablemente los culpables de la atrocidad, me dijeron que ese día iban a salir, a salir a un lugar en el cual no podía ir. Es por ello que, en vista de mi incapacidad para quedarme solo en casa, llamaron a un tal tío Carlos (De sólo recordarlo me dan escalofríos) Él sería el encargado de acompañarme y cuidarme durante esas horas de soledad, sin padres a los cuales confiar, sólo aquel ente desconocido sería capaz de cumplir mis demandas. Cuando lo vi llegar, vi sobre el pórtico de mi casa a un señor que oscilaba de los 50 a los 60 años, sobre su manto de pelo se asomaban algunas canas, su cara era un poco arrugada, sin embargo no se veía tan viejo. Siempre que se dirigía a mis padres irradiaba una sonrisa benevolente, simpática ante la vista de mis ojos. Cuando se dirigió a mí para saludarme su sonrisa aumentó su volumen.
- Estaremos de vuelta a eso de las once, cuídalo bien, en caso de emergencias deberás atender los teléfonos que están anotados sobre la mesa – Dijo el padre en nombre de la madre también.
- No será necesario acudir a los teléfonos de emergencia – Dijo el tío Carlos confiadamente.
Dejaron atrás el hogar para disfrutar una bella tarde, un momento íntimo entre ellos. El tío Carlos me miró con la misma sonrisa de antaño, yo me quedé quieto simulando una sonrisa, pero más débil.
- Me han dicho muchas cosas buenas de ti, se ve que tus padres te quieren mucho. Puedes confiar en mí para lo que sea – Dijo él.
Era algo que yo tenía muy claro, sin embargo aún no lograba entablar dicha confianza con él.
La naturaleza de las cosas se reinstauró y como es seguro ambos seguimos nuestra vida cotidiana, cada uno por su lado, yo estaba jugando con los “matchbox” en una esquina del living, mientras que él en la pieza de mis padres estaba pegado al televisor. Repentinamente escucho voces emitidas desde el artefacto, algo así como los gritos de una mujer. Sin embargo estos gritos no eran algo indeseado, por el contrario se escuchaba que la mujer gozaba que alguien le estuviese causando algún tipo de dolor. Traté de resistir ante esa curiosidad que me asediaba cada vez con más intensidad, pero mi fuerza no fue suficiente, y fui hasta la pieza de mis padres. En el umbral vi en la pantalla imágenes confusas, dos adultos con sus cuerpos desnudos “se hacían daño”, muy pegados y con movimientos constantes. Luego giro mi cabeza para ver al tío, el cual prestaba particular atención a las imágenes, su boca entreabierta me mostraba claramente que él disfrutaba de los gritos de esa mujer, desnuda y totalmente entregada al placer. Se dirigió a mí, justificándose con una sonrisa...
- ¿Quieres bañarte?
No recuerdo la transición de la pieza de mis padres hasta el baño, creo que por mi bien mi inconsciente quiso reprimirlo, extirparlo de mis memorias. Sin embargo aún recuerdo que estábamos desnudos, luego siento sus 80 kilos de peso sobre mis espaldas, el calor de su piel y otras sensaciones que también fueron erradicadas de mi pensamiento, muy desagradables por cierto.
Salgo de la ducha, y mientras seco mi cuerpo recién mojado pienso en los beneficios de no haber sobrevivido ante tal atrocidad. La muerte era la mejor recompensa después de todo. No se qué fue del viejo, no se como llegué a acceder ante su petición de asearme, ¿Acaso quise experimentar la misma experiencia de aquella mujer desnuda en el televisor? No lo se.
N del A: No quiero ofender a ningún Carlos, si alguien tiene ese nombre y leyó este cuento es una mera casualidad. No hay intenciones perversas de por medio, gracias.
|