Fabulosa es la sensación que se siente al vivir en un pequeño pueblo rodeado por las imponentes sierras. Las montañas nos protegen de los grandes vientos, pero también son ellas las que, después de cada lluvia, nos envían toda el agua haciendo crecer nuestro querido río.
Yo soy una persona culta, de buenos modales, muy respetada en el pueblo por algunos inventos útiles para el hogar y un gran aficionado a los deportes.
En esos días, se estaba organizando una competencia de supervivencia del más apto o algo por el estilo, la llamaban la carrera de las elecciones, estaba organizado por unas personas que nadie conocía personalmente, ya que nunca habían salido a la calle, pero todo el mundo sabía que tenían algo que ver con el gobierno.
Eran muchas las expectativas de la gente, ya que era la primera vez que se realizaba un evento de esa naturaleza y además estaba organizado por el gobierno, que era primera vez que hacía algo por la recreación de su gente.
Por fin llegó el día esperado, todos los participantes estaban en la línea de partida, incluido yo, los curiosos estaban a los costados de la largada vitoreando el nombre de algún amigo o conocido, pero no escuché a nadie que pronunciara el mio.
Nos entregaron un mapa de la región Este de la ciudad y nos dijeron que en el camino no habría señales y que solo encontraríamos dificultades.
La largada estaba a un lado del viejo río, cuando se oyó un sonido agudo que indicaba el comienzo de la competencia, todos comenzamos a correr cruzando el río, algunos nadaban, otros iban zambulléndose e incorporándose, cada uno buscaba la manera más rápida de cruzar por el agua. Yo nadaba el conocido estilo Crol, aquel que cuando era pequeño me enseñara mi abuelo materno y que tantas alegrías le había dado en sus tiempos de nadador de aguas abiertas, recordando las clases en las que aprendí la importancia de la regularidad de las brazadas, esto significa, realizar en cada minuto la misma cantidad de movimientos con los brazos y así nadar siempre a la misma velocidad, administrando las energías durante toda la competencia.
El ancho del río era de aproximadamente unos cincuenta metros o quizás un poco más. La corriente nos favorecía, no porque corriera en dirección hacia donde nos dirigíamos, sino porque no era tan fuerte como de costumbre. Frecuentemente, arrastraba con él a algún tonto aventurero que se disponía a navegar con alguna vieja balsa de madera de fabricación casera.
Al llegar al otro lado del río, uno de los ayudantes de la prueba nos gritó que el mapa que habíamos recibido no nos serviría de nada. Era obvio, ya que estábamos yendo hacia el Oeste y esa parte del recorrido no figuraba en el mapa.
Cuando salimos del agua, nos enfrentamos a una calle de ripio muy empinada, con árboles a sus lados, algunos se habían adelantado y otros atrasado, yo iba en la mitad del pelotón, tratando de mantener el ritmo de carrera. Estaba casi seguro que los que se me habían fugado, no durarían demasiado ya que sus músculos comenzarían a endurecerse, producto de la fatiga, y empezarían a disminuir la velocidad.
Luego de correr unos veinticinco minutos, me encontré parado en una especia de T, vi personas que corrían hacia la derecha y otros hacia la izquierda, al frente se hallaba la casa de Nikita, una muchacha de cabellos negros, tez blanca como la porcelana y con rasgos propios de las personas de origen oriental, muy bonita, de unos diecinueve años de edad, pero que aparentaba tener algunos más debido a que tuvo que trabajar duro desde muy pequeña, luego de la muerte de sus padres en un accidente automovilístico. Ella se encontraba acostada muy cómodamente en una hamaca paraguaya, que había sujetado a dos árboles grandes que estaban en el frente de su vivienda, a unos tres metros de las rejas negras que limitaban su hogar con la vereda.
- ¿No sabes en qué dirección es la carrera? le pregunté, sin recordar que jamás habíamos hablado antes.
- No, nunca vi a nadie de la organización por aquí, no me imaginé que pasarían por estos lugares. Pero me estoy divirtiendo mucho, ya que ninguno sabe para donde tiene que ir. me contestó con una sonrisa que, creo, no voy a olvidar en mi vida.
- Bueno, gracias igual, y espero que algún día podamos hablar sin que esté tan apurado. le dije sonriendo.
- Me encantaría. contestó, mientras sus mejillas tomaban un color rojizo.
Decidí correr por la izquierda que era por donde menor cantidad de corredores lo hacía, siempre fui de la idea que la mayoría no siempre tiene razón.
Cinco minutos más tarde se terminaba el camino, pero seguía tres metros más abajo, la única manera de llegar allí era saltando o cayendo. Había un cartel que decía trate de caer con los pies hacia delante, vi que donde debía caer era una cancha de fútbol con piso de césped sintético, rodeada sólo por muros de cemento. Me dejé caer, tratando de caer con las plantas de los pies. En el mismo instante en que mis pies se pusieron en contacto con el suelo, se fueron hacia delante dejando el resto de mi cuerpo atrás y mi espalda dio contra el césped sintético. En ese momento advertí que estaba mojado, lo debían haber mojado los organizadores ya que hacía varias semanas de la última lluvia. El camino era acertado.
Mientras resbalaba, intenté colocarme en cuclillas dejando apoyadas en el suelo solo las plantas de los pies, no fue tan fácil como pensé que sería, dado que cuando lograba incorporarme, solo podía permanecer en esa posición unos pocos segundos y volvía a verme en el suelo. Luego de varios intentos lo logré, pero, después de patinar unos noventa o cien metros y solo faltaba muy poco para que mi cuerpo fuera a dar contra el muro de cemento, cayó una red enorme de hilo grueso, muy parecida a las que ubican en los arcos de fútbol, que me sirvió de freno.
No lo podía creer. ¿Quién había arrojado la red?. Se oyó una risa que salía de los altoparlantes, miré para todos lados pero no vi nada. Se abrió una pequeña puerta y aproveché para salir corriendo de esa cancha de fútbol.
Seguí trotando y encontré a Diego y a Ricardo, dos jóvenes muy conocidos en la ciudad por ser de familias adineradas, que estaban pensando en abandonar la carrera.
- No pensamos correr un metro más. dijo Diego, inclinado hacia delante, apoyándose con sus brazos extendidos sobre sus rodillas, mostrándose agotado.
- Estamos perdidos. La carrera es por otro lado. continuó Ricardo, apoyando la idea de su amigo.
Me fue fácil convencerlos de seguir, ya que estaba seguro que los que habían tomado el otro camino estarían fuera de carrera.
- Deben continuar, éste es el camino correcto. aseguré Los demás competidores han equivocado el camino. ¿Ustedes pasaron por esa cancha de fútbol? ¿Quién cree que arrojó la red para que no nos matáramos contra el muro de cemento? pregunté desafiándolos a que piensen un poco. Seremos los ganadores sin ninguna duda. dije sabiendo que estaba en lo cierto.
Se miraron y ambos asintieron convencidos que existía una gran posibilidad de ganar la competencia.
Tomamos por un camino parecido al del comienzo de la carrera, pero con la diferencia que la inclinación era hacia abajo. Íbamos corriendo, pero frenándonos para no tomar demasiada velocidad y perder el equilibrio. De pronto comenzaron a aparecer obstáculos, como troncos que rodaban en sentido contrario a la inclinación de la pendiente y que debíamos saltar.
- ¿Qué es esto? gritó Ricardo con los ojos abiertos de una manera que parecía que se les iban a salir de órbita.
- Son troncos dijo Diego muy tranquilo.
- Si, ya sé que son troncos, pedazo de pelotudo, ¿no ves que vienen girando en contra de la pendiente? ¿Qué pasa acá, no existe la gravedad? contestó Ricardo indignado.
- Dejen de discutir y salten porque nos vamos a hacer mierda. interrumpí faltando a mi léxico habitual que había olvidado por la desesperación.
Saltamos los seis troncos que se venían a una distancia de diez u once metros uno de otro. Diego cayó dos veces, pero tuvo la fortuna de poder levantarse antes del próximo obstáculo. Yo también caí tres veces, aunque no corrí la misma suerte, después de la última caída, mientras intentaba saltar el tronco, éste golpeó contra una piedra del suelo y se elevó un poco más que los demás y me tocó el pié justo cuando estaba en el aire, lo que me desestabilizó y me hizo caer, golpeando con el hombro y el brazo izquierdo contra las piedras del suelo. Hasta el día de hoy tengo las marcas de las cicatrices.
Ricardo fue mejor saltador que nosotros y no cayó ni una sola vez.
Una vez que pasaron todos los troncos, seguimos corriendo por el camino descendiente, más adelante encontramos pequeños arroyos que cruzaban de un lado al otro de la calle y allí terminaban.
- ¿Qué es eso? dijo Diego señalando hacia el frente.
- Son pequeños arroyos. dije Pero no entiendo por qué se terminan a un metro a cada lado del camino.
- No importa. dijo Ricardo No son demasiado anchos como para que no podamos pasarlos.
Pero cuando saltábamos y estábamos en el aire, se ensanchaban de modo que siempre caíamos dentro de los mismos.
- Esto no puede ser gritó Ricardo La puta que lo parió, nos estamos mojando hasta las bolas.
- La verdad es que no entiendo esta clase de fenómenos, son muy raros. dije.
- Pero qué fenómenos ni que fenómenos, ¿no ves que son los organizadores que manejan todo con sus computadoras? preguntó Ricardo indignado.
- Bueno, no importa. interrumpió Diego para dar una idea un poco más positiva - Ya estamos mojados, pero no tenemos ninguna lesión o nada parecido. ¿Por qué no seguimos con la carrera, en lugar de perder tiempo pensando por qué suceden estos fenómenos?
- Diego tiene razón. le dije a Ricardo Será mejor que continuemos corriendo o no llegaremos nunca.
Continuemos corriendo por el sendero inclinado, ya casi no nos quedaban fuerzas para mover nuestras piernas, pero no nos quedaba otra opción que trotar.
Íbamos al trote, tratando de dosificar nuestras energías. De pronto vimos que empezaban a aparecer animales que nos corrían e intentaban atacarnos.
- Aceleremos. gritó Diego y en su cara se notó un gesto de pánico.
Corrimos a toda velocidad durante dos o tres minutos, que nos parecieron horas, y los animales seguían detrás nuestro.
- Salgamos del camino. dije los animales seguirán corriendo por su sendero y no nos tocarán. aseguré viendo las liebres mecánicas que corrían delante nuestro, seguramente los perros las seguirán.
- Bueno, pero ¡ya! dijo Ricardo en voz muy alta, casi desesperado.
Lo hicimos y así fue, los animales siguiron por el sendero y al final de éste se metieron en unas enormes jaulas que luego se cerraron herméticamente.
- Esos perros casi me muerden el culo. dijo Ricardo con su manera especial de expresarse.
- Patricio, ¿Otra vez los organizadores? me preguntó Diego con la misma cara de susto y con los ojos blancos de pánico.
Yo asentí con la cabeza porque no tenía aliento para hablar.
- Por lo menos, esto nos indica que seguimos en carrera. dijo Diego retomando su color natural y haciendo una espiración forzada.
- Ustedes seguirán en carrera. dijo Ricardo con un tono irónico Yo me voy a la mierda, acá están todos locos.
- No podés abandonar ahora le recriminé ya falta muy poco para el final.
- Está bien Patricio gruño Ricardo pero conste que lo hago por ustedes.
- Bueno, continuemos o no terminará nunca esta pesadilla. dijo Diego.
Seguimos corriendo y nos encontramos con un río ancho y de corriente suave, y unos troncos que nos servían para cruzar hacia el otro lado, nos montamos sobre los troncos como si fuesen caballos y comenzamos a remar lentamente. De pronto la corriente fue más fuerte y comenzó a arrastrarnos a gran velocidad, tratamos de llevar los troncos hacia la orilla pero fue imposible, la corriente aumentaba a cada segundo que pasaba.
- Miren. gritó Diego señalando hacia delante.
- Somos hombres muertos. gritó Ricardo al ver que nos acercábamos a gran velocidad a una cascada inmensa.
Era un remolino de agua que golpeaba contra las piedras de los acantilados. De llegar hasta ahí, no nos salvaríamos ni por un milagro. Seguramente moriríamos antes de caer por la cascada, producto de un golpe contra alguna roca.
- Sujétense con fuerza. grité, y cerré los ojos pensando que no los volvería a abrir nunca más.
De pronto los troncos se frenaron, abrí los ojos y noté que estábamos a pocos metros de la catarata y que el agua pasaba debajo nuestro, pero nosotros no nos movíamos. La corriente fue disminuyendo hasta que fue igual que cuando ingresamos al río. Los troncos comenzaron a moverse en contra de la corriente.
Diego me hizo una seña, ya que no podía hablar del miedo, para que mirara atrás de los troncos y vi que estaban atados a unos cables de acero.
Ya en tierra firme, vimos que a unos setenta metros había mucha gente reunida, corrimos hasta allí, era el final de la carrera, pero nos llamó la atención que había competidores, que eligieron el otro camino, festejando como si hubiesen ganado la competencia.
Luego nos explicaron que era lo mismo elegir un camino o el otro, ya que eran exactamente iguales, que los organizadores habían preparado los dos caminos con las mismas trampas.
Nos enteramos que los organizadores estaban en un cuarto lleno de televisores, monitoreando cada uno de los tramos de la carrera y poniendo en el camino los obstáculos y salvavidas que habían programado. En ese momento comprendimos que nos habían utilizado, la actividad recreativa era para ellos y para el público. Los competidores habíamos sido burlados.
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