Con la exactitud de siempre, llegó el momento que más esperaba del día. Dejó el ambiente de trabajo y entró a su lugar privado, único, esperado. Ayer había encontrado un texto muy antiguo, pero solo había alcanzado a atisbar el nombre: El Lobo Estepario. Me gustan los escritos con nombres que no me suenan a nada, pensó entonces. Me obligan a buscar su significado. Y ahora era ese momento. Con controlada emoción empezó a buscar las palabras en su interfaz de lenguaje. Lobo. Mamífero hace tiempo extinguido, no existe palabra equivalente en el idioma actual. La imagen mostrada en tamaño natural y con ese realismo que no dejaba de sorprenderle, no le recordaba a nada. Bueno, se dijo, al menos sé que se trata de un animal de los que habitaban la tierra en aquellos tiempos. Y ahora la otra palabra. Suena bonito, pensó mientras la paladeaba: Estepario. Estepas grandes extensiones de tierra, barrida por los vientos, de escasa vegetación. Vaya, se dijo, me imagino que lo que voy a leer se trata de las aventuras de este lobo en alguna de esas estepas. ¿Cómo habrá sido estar en alguna gran extensión de tierra libre, solo con vegetación y a merced de los elementos? Ni siquiera podía imaginarlo. Mientras su cerebro absorbía con dificultad las palabras, frases, oraciones, y buscaba aquellas que no entendía, cayó en cuenta que en realidad el cuento no se trataba de un lobo sino de una persona. Una persona que sufria por la soledad, además. Tanta soledad como la que tengo, pensó sonriente. Solo antes de este descanso he interactuado con mas de 15,000 personas y he dejado respuestas en espera para otras 30,000. ¿Cómo podría jamás estar solo? Claro que la mayoría de estas conversaciones estaban generadas por el dispositivo de comunicación, pero estaban basadas en él, eso era seguro. Por lo menos eran su imagen y su voz, y algunos de sus patrones mentales. Y mientras continuaba leyendo, intentaba recordar cuando había sido que tuvo contacto directo, real con alguna persona. Y no aquel del ritual del placer, que ocurría una vez cada 600 ciclos de descanso. Eso no cuenta, pues se realiza bajo la influencia de drogas que incrementan las sensaciones y que dejan recuerdos calculados para durar exactamente 600 ciclos. No, algún contacto directo, solo para hablar de algo, para discutir de la soledad por ejemplo. Y cuando su cerebro se adentraba en la desesperación depresiva del personaje, y absorbía aquellas sensaciones de angustia profunda que el autor le transmitía, se dió cuenta que realmente nunca había tenido contacto con nadie, ni siquiera cuando crecía. Y cuando en el cuento Harry -ahora él- conoce a Amanda y este sabe que su soledad tiene remedio, que hay esperanza, rompió a llorar, pues se dió cuenta que jamás tendría a una Amanda que le diera esperanzas, ni conocería algo diferente al destino que sabía tenía ya escrito.