Y NO LLORE NI UN POCO
Mi hermano puede andar todo cochino y despeinado y nadie le dice nada, en cambio a mí no me dejan ni silbar, con todo lo que me costó aprender, porque mi abuelita, por ejemplo, dice que eso no es de señorita, y que para qué entonces voy a un colegio de monjas. Esto de ser niña, me está cargando.
Cuando me aburro de jugar con las muñecas corro al patio y me subo a la higuera o me encaramo arriba de la pared de ladrillos para mirar al niño del lado, que tiene anteojos, y siempre está leyendo, como no puedo estarme quieta me muevo y el niño mira a donde estoy yo y para que no me vea me tiro bien rápido al suelo y entonces mi delantal blanco se ensucia entero, las trenzas se me deshacen. Entro a la casa por la cocina y cierro los ojos bien cerrados pero igual me ven, la Audolía, la empleada más importante de la casa, me dice, esta niñita no es la Isabelita porque ella es ordenadita, limpiecita, y a esa quiero yo, entonces para que me siga queriendo, voy corriendo al baño, me lavo bien lavada la cara, me mojo el pelo y me empino para mirarme en el espejo, pero me veo la pura frente; igual vuelvo a la cocina y la Audolía me dice, ahora si que llegó la Isabelita y me sienta en su falda, a mí me da como un gusto en la guata pero se me pasa casi altiro, porque, tantas cosas que me piden a mí y al Paulo no, parece que a él lo quieren de todas maneras, entonces me dan ganas de haber nacido hombre mejor, ellos pueden jugar a muchas más cosas que una y hasta salir a la calle a chutear la pelota con sus amigos.
Por eso el otro día tomé a escondidas las tijeras de la mamá y me corté bien cortadas las trenzas, me puse la ropa del Paulo y le saqué el emboque. Mi mamá andaba en una cosa que se llama Gota de Leche, entonces como estaba lloviendo fui a jugar a la galería y estaba silbando bien fuerte cuando entró mi abuelita que venía a regar sus plantas, me vio y se le cayó la regadera con toda el agua, y me llevó de un brazo, volando al dormitorio y me iba diciendo hartas cosas con la boca así, bien apretada, que ni entendí y cuando cerró la puerta me dijo, aquí te quedarás hasta que llegue tu madre.
...Cuando ella llegó y entró a la pieza, ya sabía todo, porque venía con una cara rara y bien callada, se sacó el sombrero y los guantes y después se paró delante mío y me dijo que quedaba castigada sin salir de mi pieza, solamente para ir al baño, hasta que le crezca el pelo y aprenda a ser una señorita, dijo. Yo la miré para arriba, y no lloré ni un poco, porque mi papá siempre dice que los hombres no deben llorar.
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