Una noche perdida en la profundidad de las noches,
en la época que mi conciencia dormida no registraba la fugaz realidad de los momentos, sentí por primera vez la piel de una mujer; Raquel estaba sentada a mi lado bajo un parral cuando moría el verano; fue cuando ella conocía mi boca que bajé una mano y acaricié sus muslos, apenas rugosos por fuera con el fresco de la noche,suaves y cálidos a medida que deslizaba mi mano hacia su interior, y allí me quedé, en aquel territorio virgen en la inexperiencia de nuestros años, deseoso de ser descubierto y conquistado, y la respiracion anhelante de aquella mujer, casi niña, me guiaba, me señalaba el camino al destino final de nuestro amor. He vuelto muchas veces a este recuerdo, con el dolor de lo inasible.