Habrá que tejer nuevamente lo que el invierno destejió, será simple, unos mil puntos de lana gruesa y otros diez detalles ancestrales que le dan el toque de sinceridad. No fue un buen invierno, se esperaba una gran tormenta y una gran epidemia que enfermara a la nación para así olvidar por lo menos en un mes todos los deberes.
Y en ese invierno, se encontraba él, escribiendo como siempre, con una ilegible letra y con mucho que desear del mundo. Ya había fracasado en tres intentos de novelas y en centenares de cuentos fallidos, su cronología como escritor decaía y eran pocos los que encontraban en su literatura un algo que admirar. Lo dejó por unos años en los cuales dedicó su arte en manipular a las personas. Un algo extraño como pasatiempo, pero fácil de emplear. Era sencillo, escribía una carta de un tamaño convincente y en ellas desenvolvía su bolígrafo de tal manera que en un cuarto de hora transformaba con insólita facilidad, lo negro en blanco radiante.
Le fue tan fácil olvidarse de aquellas épocas, esas en donde los cristales se desvanecían en el polvo y en donde ni si quiera sus piadosas cartas lo sacarían de aquella invensión. En pleno invierno, hacia alguna tarde de noviembre, los campos imaginarios se vestían de gala y danzaban en su mente con suma elegancia. Todo era como mezclar colores, como si no hubiese felicidad ostigosa que rompiera a llantos aquel esquema. Entonces, sucedió. Estaba por sobre mi propio caminar cuando el ocaso se confundió de oscuridad y los sucesos de allí en adelante mezclaron las miradas. Faltaba poco para la llegada de las doce y las calles de la avenida marchitaban el mediocre mediodía que siempre permanecía mustio. Llegué a mi hogar, toqué tres veces mi puerta y al entrar el perfume gastado de vida abandonó mis casillas. Estaba allí, empapado de ideas neutras y reflejando entre sus muñecas el color del olvido. Nunca supe porqué jamás me dijo que era infeliz,que con migo nunca se sintió a gusto y que aún con mis esfuerzos él jamás se liberaría de sus propios miedos. Hasta estos días recuerdo su rostro carcomido de cobardía, apoyado sobre mi erración y goteando lágrimas rojas que terminaron por vaciar su estadía en este mundo. Lo último que tuve de él fue su imagen, sosteniendo capilares y arterias gastadas, esperando que yo llegase, que viera su rostro y leyera su carta. Aquella carta que me reveló su ingratitud y que en ningún momento supe predecir, que él me había mentido y que ni si quiera sus besos eran reales. Tal vez la única vez que no me mintió fue aquella vez, esperando liberarse de lo que sería su tumba y que nunca pude comprender del todo. "Quiero que sepas que nunca te quise, que todo fue un engaño y que jamás supe ver en tí lo que tú en mí. Tal vez nuestros días estuvieron desorientados y nunca debieron concordarse. No tengo nada que dejarme estimado Amigo, tan sólo puedo dejarte mis condolencias y esta carta firmada en sangre. Recuérdame, aunque sé no será necesario perdírtelo."
Me hubiese gustado que me mintiera en su última carta, que me dejara un beso yme rogara disculpas. Hoy comprendo que pedir ello sería seguir viviendo en esta mentira de la que probablemente nunca debí haber salido.
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