con tu puedo... Cap 16
Yunque o martillo
—Buenas tardes Julita, ¿Qué hay de bueno en esta fonda?
—José Manuel ¿Qué sorpresa verle acá? ¿Qué ocurre en su casa?
—Nada, la vieja anda medio mal genio, así que me dije. Mejor me voy a comer en la fonda.
—Su mujer, no se enoja por poco. Así que ¿Qué hizo usted?
—Nada Julita, convídeme algo de cenar que me muero de hambre, si hasta el almuerzo estuvo malito.
—Ya le sirvo, Don José.
—Che Luciano, tiempo que no le veía ¿me puedo sentar en su mesa?
—Los amigos son siempre bienvenidos por mis pagos, arrímese.
—Más de un mes, que no lo veía, Luciano
—He andado medio callado, y usted ¿cómo está?
—Bien che, muy bien, con ganas de cruzar nuevamente la cordillera, pero hay hijos chicos, así que hay que quedarse por acá.
—Yo también extraño los churrascos en el fuego campero, y más aún los amargos en la pampa.
—Che, ¿le he contado que yo conocí a su hermano Miguel?
—Miguel, le extraño mucho, era un hombre grande mi hermano.
—Hombre íntegro, trabajábamos juntos en el taller, era un artista con un cuchillo y un madero. Si a mi vieja le regaló un Cristo de madera que le talló, fue cuando nació mi último hijo, ella siempre prende una vela, en recuerdo de Miguel
—Buena mujer tiene usted, hermano, cuídela, no haga tonteras para que tenga que venir a comer con los solitarios.
—Buscamos a su hermano, lo buscamos por días, no lo encontramos, se perdió con los miles de pampinos muertos.
—Así es José, quisiera encontrarme con alguno de esos que mandaron disparar.
—Así es, y pensar que ahora nos están matando hermanos aquí mismito, el gato ya sé sebó con las palomas.
—¿Quiénes han muerto, José?
—El Bernardo, que era cargador y barrenador; el Toño que trabajaba conmigo, ahora Facundo y un carbonero del tren han desaparecido en los últimos días. Dicen que se fueron, pero sus cosas aún están en las bodegas.
—Curioso hermano.
—Usted me puede ayudar, hermano
—Dígame usted, José.
—Necesito unos corriones de cuero, bien trenzados y suavecitos, larguitos.
—¿Y se puede saber para qué?
—Y claro, tengo unas ganas de ir uno de estos domingos a cazar un gato. Me regalaron, estas bolitas de fierro, quiero hacerme una boleadora, a ver si me acuerdo cuando andaba en la pampa argentina cazando ñandúes.
—¿Y quiere se la haga, maestro?
—Mejor sería, yo he perdido la práctica.
—A ver hermano, páseme las bolitas. Hum, ¿sabe?
—Dígame, Luciano
—Sí quiere le acompaño en la caza, hace tiempo no lanzo mi herramienta, me haría bien, salir a la pampa.
—Si, pero, no quiero comprometerle su descanso, puede ser peligroso y quedarse empampao.
—¿Y qué, hermano? Quedarse en la pampa, no es mala cosa al final de la vida. Además que soy mejor con estas cosas.
—Yo le aviso, me paso por su pieza o se va a mi casa a que nos tomemos unos matecitos con aguardiente.
—Que le hace la luna al pampeano, cuente conmigo. Será como recordarse de cuando cazaron a mi hermano allá dentro de la escuela.
—Gracias, che.
—José.
—Sí
—¿De verdad que peleó con la señora?
—Más o menos. ¿Le pido un favor?
—Claro.
—Si ve al paisano de Oruro, al Inti, mándelo a comer mañana.
—Ah, parece que el gato es grande, se lo traigo yo mismo, mañana a esta hora.
—Voy a ver si me arreglo con la vieja.
—José, que no sea antes de mañana.
—Julita, usted tiene que ayudarme a abuenarme con la patrona, tiene alguna cosita rica para llevarle.
—Hum, se portan mal y luego andan buscando los perdonen.
El día pasó raudo. Los preparativos para el casorio de la Fernanda y James tiene a la administración ocupadísima en dos cuestiones: una la producción y la otra haciendo los arreglos para que nada falle los días de la fiesta. Si hasta han permitido que la compañía de teatro inicie una hora antes los ensayos.
La tarde siguiente, llegó nuevamente José Manuel a cenar en la cantina, se llevó una reprimenda mayor que la del día anterior, la Julita habla fuerte y deja callado a cualquiera.
—Paisano. Buenas noches. ¿Puedo sentarme a su lado?
—Compañero, usted, es bienvenido con cualquier paisano de Oruro, es como uno de nosotros. Tengo un cocoroco muy bueno, así que cuando quiera para el frío, lo invito.
—Paisano, ese aguardiente es fuertazo, prefiero el de uva, pero, un día de estos nos vaciamos una lata.
—Eso me gusta.
—Compañero, estoy preparando una cacería, quiero unos cueritos de guanaco para un tapete. Quiero invitarle un día de estos. ¿Cómo anda la puntería con la honda? Yo lo he visto y es bueno.
—Si, sería bueno dormir mirando las estrellas, hay que llevarse unas pilchas pa taparse, y con el cocoroco, no pasa el frío.
—Paisano, anda un gato sebado con palomas.
—Ah, ese gatito, ataco a un primo mío, hijo de una tía, hermana de mi padre, cuenta conmigo José, ah, y estoy también para lo que nos proponía don Elías.
—Yo le aviso, paisa, para ir de caza.
—Allí estaremos y si nos va mal, usted y los suyos pueden irse con nosotros para Oruro. Allá vemos como nos ganamos la vida.
—Gracias.
—¡Julita!
—Tráigame lo mismo que me dio anoche mire que la patrona, le quedó gustando, yo creo que hoy me perdona.
—¡Mírelo no más!
—Hasta pronto Inti.
—Hasta la vista, compañero.
Ya son cinco los muchachos anarquistas que han desaparecido y esto parece no va a terminar pronto. Ese Fernando quiere tener limpia la Oficina el día del casorio de su hija y el gringo. Todo evidencia que saben mucho de esos muchachos, todos corajudos, todos muy hombres a pesar de su edad. Tienen a alguien dentro de su célula que le informa a alguien, al Bernardo casi nadie lo conocía, lo enviaron desde Valparaíso sus compañeros, tan sólo ellos sabían quién era. Facundo nunca habló del Berna. Si no frenamos tanta muerte, vamos a seguir nosotros.
Se nota que la Administración espera mejores tiempos para deshacerse del Alamiro, lo más probable que sea el Arsenio el primero. Hay que apurar a los hermanos Aravena, somos recién martes, el domingo ha de ser. Voy a pasar a buscar a mi niña al teatro, me colocaré dé acuerdo con Juvencio.
La compañía de teatro avanza en la preparación de la obra. Alamiro y Mariana andan cerca, pero nunca tanto. La joven aún no resuelve su actitud hacia su enamorado, si bien lo ama, lo de la Clotilde la tiene aún demasiado enojada, lo siente como traición. A ratos se dice: Él, hasta el otro día, no me había dicho qué me amaba, no había nada entre nosotros, yo sólo lo presumía, entonces ¿por qué estar celosa? Parece que ya lo he hecho esperar lo suficiente y el pobre Reginaldo va a pagar el pato.
—¡Compadre Juvencio, buenas noches!
—Buenas José, pasa y espérame un rato, ya terminamos con el ensayo.
—Bien, compadre, voy a esperar ya que vine a buscar a mi hija. Se está perdiendo mucha gente en la Oficina. Le invito a un café en mi casa luego de que termine acá
—Ya pos, compadre, me hace falta. Mientras caminamos conversamos, los niños se van adelante.
—¡Jóvenes! Terminen con el ensayo, lo dejamos hasta acá, está bien, creo que estamos en condiciones de ensayar con público y de ahí hasta el casamiento.
Marianita, su padre la ha venido a buscar, así que no vamos antes. Que Andrés y Jimena ordenen y dejen todo limpio.
¡Hasta el martes!
—¡Hasta el martes, Maestro Juvencio! – Respondieron todos al unísono.
Mariana tomó el brazo de Alamiro y fue quedándose un poco atrás de su padre y Juvencio. No hubo necesidad de palabras, la muchacha sabe que su padre no fue por buscarla a ella, sino por conversar con Juvencio, su padre ha andado algo extraño en su actuar. Durante tres días fue a comer a la cantina y su madre no anda enojada, se queda mucho tiempo en silencio, se nota que duerme poco. En casa habla de la posibilidad que ellos (madre e hijos) tengan que regresar a Illapel sin él. La madre nada ha dicho, pero también anda más callada que de costumbre, si se le pregunta por el papá, tan solo les dice que anda cansado.
—Juvencio.
—¿Sí, compadre?
—Van cinco ya, todos los muchachos de ese grupito desaparecieron en la pampa. El Ramiro anda contento, hasta ha ido a la cantina a comer.
—Sí, compadre, todos menos uno, uno de mis ayudantes no llegó a trabajar el viernes.
—¿Los hermanos Aravena, sabe de ellos?
—Sí, ya comenzaron a trabajar al Atanasio. Es como los pollitos, se come toitas las migas que le tiran, con lo del aguardiente de damasco lo tienen feliz. Y son simpáticos los Aravena, si compadre, son huasos ladinos. ¿Para cuándo?
—Alamiro.
—Sí, Marianita.
—Alamiro, mira, yo no he querido darte una contestación, estoy un poco enojada contigo aún, eso de Doña Clotilde no fue bueno.
—Sí Marianita, a lo mejor no fue bueno, pero, soy hombre, no sé sí me entiende. Pero ya no va para mi casa, ni la busco, desde ese día que le hablé a usted y de un poco antes, desde el día de su cumpleaños ya no hay nada con la Clotilde.
—Compadre Juvencio, para este domingo, por allá en él rajo cuatro, es el más lejano y el mejor sitio para hacerlo ir.
—José, ¿con quiénes lo vamos a hacer?
—Alamiro, es verdad, así es como ustedes piensan. Todos son igualitos, yo creo que hasta mi papi habría ido con la Cloti, si a toitos los tiene acaloraos. Con mi papi no se mete, sabe que mi mami no la dejaría buena para nada. Yo te quiero Alamiro, te quiero más que a mí vida, pero si te digo que sí, cualquier día partís derechito detrás de una pollera y no quiero me pase eso.
—Marianita.
—No Alamiro, no diga nada, ni una sola palabra que hoy voy a hablar yo, usted solo escúcheme ya que mañana no quiero me diga no lo sabía.
—Camarada Juvencio, compañero, amigo, son años que nos conocemos, usted me ha mostrado mucho camino, por usted coloco mi vida adelante y usted lo sabe. Vamos a ir tres pampinos, los dos Aravena que harán la otra parte, con eso basta. Usted tiene que quedarse en el campamento, si algo va mal, la vida debe seguir. Esto es necesario, sin esto no vamos nunca a salir de nuestra situación, el miedo va ganando nuevamente el alma pampina.
—Mira Alamiro, estamos llegando a casa, soy como mi madre, ella no amaría a nadie más, aun cuando mi padre se fuese o muriese, no sé si le queda claro. Alamiro te amo, si me preguntas por Reginaldo, no hay nada, es amigo, nada más. Cuando digo que te amo, no es que te diga que vaya a ser algo así como una novia para ti. No va a ser fácil este comienzo entre nosotros, yo no te he perdonado, porque nada tengo que perdonarte, antes de que me hablaras, no había nada entre nosotros, así que no hay nada que perdonar. Te achicaste ante mí, sí, antes te veía grande, imponente, valeroso, humilde con los de tu clase y soberbio con ellos, eso me hizo enamorar aún más.
Lo de la mujer esa, hizo que las mujeres te miren de otra manera, costará para que ellas vuelvan a confiar en ti. Mira vamos a llegar a la puerta de mi casa, antes de entrar, que entren mi padre y Juvencio, espera.
—Éntrese luego hija. Alamiro, pasa a tomar un café con nosotros.
—Gracias, al tiro entro.
—Alamiro, cuando entremos a mi casa, vamos entrar como novios, me entiendes, ¿Comprendes que te estoy diciendo que quiero ser tu novia, tu compañera, tú otra parte, tu otra mitad?
—Marianita.
—Shist, Alamiro, calla.
Mariana, tomo el cuello de Alamiro y le besó los labios. Alamiro respondió ese beso con la pasión juvenil, ella le tomó la mano y entró a su casa con Alamiro de la mano.
En casa todos les miraron, nadie dijo nada, los ojos de la madre y de José están alegres.
—Padre, madre, Tío Juvencio, a él lo conocen harto, a partir de hoy es mi novio, espero lo quieran tanto como antes.
José y María – madre de Mariana – abrazaron primero a la hija y luego a Alamiro. Luego vino el abrazo de Juvencio, este último al abrazar a Alamiro, le susurró al oído, nadie más oyó. Alamiro, si no es serio con la niña, mejor no se le acerques más, te saco la cresta, es como una hija para mí.
—Sentémonos a la mesa, la conversación con mi compadre había terminado. Charlábamos de lo que ocurre en la Oficina, no están bien las cosas. Cuando paso por donde trabaja el herrero, me quedo mirándolo, en una mano el martillo, en la otra las tenazas y abajo el yunque. El yunque está para recibir los golpes del martillo, así estamos nosotros, nos golpean cada día. El Fernando es como la mano que sujeta el martillo y cada día golpea y golpea sobre ese yunque que somos nosotros. Hay que elegir ser una o la otra cosa.
¿Qué piensas Alamiro?
—Que es cierto, que me siento cansado, miro las cosas y siguen igual, miro los niños y los veo más ignorantes cada día, llega el fin de mes y me queda poco dinero en las manos, que me duelen los amigos que se han perdido y que he decidido hacer algo. El domingo lo diré en la Filarmónica, voy a conversar con el Fernando, ya le dije al capataz y, ahora es más urgente. Amo a la hija que tienen ustedes y, Juvencio no se preocupe, no haré sufrir a Mariana.
—Compadre Juvencio.
—Dígame.
—Yo creo que el domingo por la mañana debieran ensayar los muchachos del teatro, se lo pido. No me pregunten por qué, ya que les voy a mentir.
—Si, creo que haremos el ensayo con público, a las diez invitaremos y a las once empezamos, así le damos tiempo a que usted llegue compadre.
—Tengo mucho sueño, estos días no he dormido mucho, hoy descansaré, lo necesito. Hija, Alamiro, confío en ustedes, sigan siendo íntegros y a lo mejor algún día nos regalan nietos y a Juvencio sobrinos. Cuando vaya a dejar a Alamiro, no se quede mucho rato en la puerta hija.
—Sí, papi.
—Me despido ahora, hasta mañana y que todo vaya bien.
Los hombre se abrazaron, Alamiro salió primero con Marianita, a los tres minutos salió Juvencio, se llevó a su joven amigo.
Curiche
Marzo, 13 de 2007
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