| Para Pierre por su cumpleañosY también  para Burbujita
 Rubén
 La sombra de los hules y una solitaria banca me sedujeron. Me senté a  comodidad y observé las figuras arabescas que hacía el sol  al filtrar sus rayos  por el enramado. Algunas parejas transitaban y a distancia se oía el  repiquetear de las campanas llamando a la primera  misa. Con  placer  inicié  la lectura de “narraciones interesantes”.  El perfume tenue del pasto recién cortado llegaba en ráfagas. Me profundicé en la lectura… Escuché  pasos, después  gruñidos. Luego  un olor de alcohol y sudor, que me puso en estado de alerta.  No pude evitarlo, suspendí mi labor. El  deseo inmediato fue abandonar el sitio y trasladarme  a otra banca.  Él traía un pantalón  tan amplio que  podían entrar dos cuerpos de su talla  a la vez. La prenda  se sostenía porque  estaba sujeta  a la cintura con una  cinta  de plástico que hacía las veces de cinturón. Traía una barba de muchas noches, hirsuta y encanecida, los ojos vidriosos,  entintados de  un amarillo pálido y una cara  garrapateada por arrugas que  se  enterraban  en la frente y le daban un paisaje  de dos  vías solitarias. En  las manos sujetaba una botella de ron y por el olor intenso  era  alcohol rebajado con agua.  Con el cuerpo de la garrafa se golpeaba una de las  palmas.  Gruñía, daba un sorbo y perdía la mirada en algún  punto distante y volvía a golpearse.
 Yo Estaba indeciso. Quedarme o buscar otro sitio. El tipo no me molestaba,  y la nausea inicial  la pude  reprimir. Él parecía ignorar mi presencia y después de algunas murmuraciones y rezongos, los quejidos se convirtieron en discretos  sollozos.   Lo miré y derramaba  lágrimas de sus ojos amarillentos.  Tuve la intención de  decirle alguna palabra de consuelo, mas opté por callarme. Tragué saliva  y él  bebió un dilatado trago y empezó a balbucear, hablando consigo.
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 —	¡Pinche alcohol eres mierda! No, no, mierda, ¡mierda soy yo!
 Cerraba el puño y lo lanzaba contra el viento y después volvía a tomar.
 —	¡Te detesto!¡Cómo estoy! ¡Soy una vomitada!
 Al jalarse los cabellos  los desprendía y  con el dorso de la mano restregaba los ojos para desanublárselos de tanta gota.
 — Si yo estaba bien. Qué me dio por volver a tomar. ¿Dónde dejé mis cosas? Mi madre, mi pueblo, los amigos. ¡¿Dónde están?! ¡¿Verdad que soy una mierda?!
 Me miró.   Sólo moví la cabeza sin acertar que decirle. Él volvió a ingerir  y repetía
 — Pinche alcohol, ¡soy una mierda!
 Tiraba golpes al  aire y  se jalaba de  los cabellos. Después de un silencio diminuto estalló como si hubiese  estornudado.  Fue un  gemido que desordenó mis adentros.
 —	¡Qué hice para merecer esto!  ¿Qué hice Dios mío? No puedo quitarme de la cabeza lo que hice. ¡Dios! porqué golpeé a mi hija,  la dejé tirada, sangrando y  salí en busca del alcohol. Ella sólo me decía, ¡ No te vayas papá! ¡ No te vayas! Tiene un mes y no sé. Ya no sé  quién soy.  Habré matado a mi hija?
 —	¿Usted sabe quien soy?
 De un sólo trago vació la botella y se perdió  dando tumbos entre una batería  de  autos estacionados. A distancia el semáforo cambió de un rojo monótono a un verde claro.
 
 
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