Aquel hombre la observaba detenidamente. Sus pupilas recorrían incesantes cada segmento de su piel, cada poro impregnado de la aún virginal fragancia que evocan los recuerdos cálidos de un verano infinito donde alearon sus cuerpos... Pacto de sangre fácilmente resquebrajable...
Con osadía la tomó de la mano y luego, con la suya, descubrió los secretos misterios aun ahora no revelados del amor. Buscaba entonces el sitio perfecto para que él pueda descansar su mano, y encontró que acariciarla de los pies a la sien quitarían su obsesión. Lo hizo; pero, ya no aguantando más, derramó tristes manantiales de lágrimas impolutas que untaban su mano, para luego mojar fríamente la cara, el cuerpo, toda la extensión de su amada. El hombre, dando un grito de deseperación, de angustia, de amor, asió con sus dedos la fotografía y la posó delicadamente encima de su almohada.
Él, sentado al lado de aquella imagen, carpido por su belleza, la miraba deseando que aquella mujer, de pronto, salga de su prisión de papel para crear en él, otra vez, el éxtasis catártico de su sola presencia que algún día de verano tuvo la dicha de conocer. |