Desde el momento que entré en aquella habitación, noté algo extraño. Mis ojos no apreciaron nada nuevo pero mi olfato me decía que algo había cambiado, o lo acaba de recuperar: la vieja mecedora de la abuela, la mesa de roble macizo, los enormes cortinajes que oscurecían la sala, algunos cuadros con retratos de mis antepasados, la bronceada lámpara con forma de araña amenazante… Todo parecía estar en su sitio, como si el tiempo no hubiera transcurrido.
Sin embargo, estaba ahí ese aroma penetrante que transmitía serenidad, que embriagaba mis sentidos, que me elevaba como si mi cuerpo fuera una pluma… ¿Cuál sería el origen de ese misterioso perfume?
Llevaba muchos años entrando a esa habitación, día tras día; semana tras semana; meses y años. Nunca pensé que olvidaría aquel perfume; ese aroma inconfundible que una vez en mi niñez despertó en mí comportamientos de adultos, un aroma por el que estuve años cohibida, asqueada y despreciada, pero a la vez realizada... Ese rico aroma que una vez sentí en mi propia piel…
No lo podía creer. De pie, junto a la ventana, un sinfín de sensaciones recordaba mi mente, extasiada y perdida en ese mundo, un mundo del que me alejaron injustamente.
Mi cuerpo sudaba, el pecho palpitaba y la piel se erizaba, como aquella primera vez que pude sentir ese aroma. En ese momento una voz me habló, una voz firme y rotunda, aunque cariñosa a la vez, ¿sería su voz?
- Ven pequeña, ven y no tengas miedo.
El reloj volvió atrás en el tiempo y paró años atrás, aquel día en que me vi sola y asustada encima de aquella mesa de roble, aquel día en el que se cerró la puerta, movió las cortinas y vino a mí, aquel día en el que mis sentidos se centraron el él, sólo en él; aquel día en el que una niña asustada y frágil como era yo pudo oler, por primera vez, el aroma de la pasión.
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