Yace en el piso, tan inocente demandando cariño.
Sus ojitos entornados, párpados temblando de tanto dolor.
¡No le hagan daño, por favor… es tan sólo un niño!
¿Qué sabe de la vida? ¿Qué sabe, díganme, del amor?
Se atina el látigo de la injusticia sobre la suave piel.
Su llanto enturbia y rompe cristales en la habitación.
El pequeño no sabe que sucede, es tan sólo un bebé
¿Por qué le hacen esto? ¿Por qué lo golpean sin razón?
La sangre se desliza por su cuerpecito…
Otro golpe atinado a su cuerpo… y otro más.
Se van cerrando, se van apagando sus ojitos
Quizás llegue la ayuda, quizás llegue alguien… Quizás.
Mientras su cuerpo se contorsiona de tanto dolor,
Ese ser despiadado sigue atinando golpes sin piedad.
¡Ay, que injusticia! Que cruel desespero el de la sinrazón.
¿Por qué un pobre niño tiene que sufrir tanta crueldad?
Y levanta los puños con desespero intentando los golpes parar.
Pero ese ser con su fortaleza lo sigue golpeando con brutalidad.
Y el pobre niño, ¿qué puede hacer? Sólo llorar…
Tan indefenso, no tiene fuerzas ni para luchar.
Las paredes azuladas con espejos maltrechos.
¡Que acto más cruel se está llevando a cabo en la habitación!
No encuentro explicación por más que me esmero.
Quien está supuesto a darle cariño hoy le destroza el corazón.
Y el pobre niño mira, aún en su lamento, con piedad
A ese ser que juró protegerlo por sobre todas las cosas.
Y en su interior se escucha un grito mudo ya sin fortaleza:
“¿Por qué me haces esto? ¿Por qué me haces esto, mamá?”
¡Ay! ¡Ay, señora!
¿Qué no ve lo que está haciendo?
¡Es su hijo al que está golpeando!
¡Es su hijo el que está muriendo!
Pero, ya… ya es muy tarde.
El niño levanta su mirar y una última lágrima se desliza.
Observa taciturno el rostro de su madre
Y un último suspiro lo arrebata de la vida.
Y como cual ángel extiende sus alas
Dando por terminada su vida terrenal.
Antes de partir vuelve su mirada
Y dice en un tono indescriptible, voz angelical…
“Ay, no importa lo que ha pasado,
Yo igual te quiero… mamá”.
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