Cansada pero con tu orgullo aflorando por el rostro los ojos se te estancan como dos sepulcros albergando aquel adiós. Ahora paseas los colores de la ancianidad como acompañante en tu propio auto, con el cabello blanco abierto al mundo, sumisa, rescatando un último suspiro que no alcanza. Y tu piel recoge las mañanas y las tardes embriagadas de tu sino tras una ventana abierta a los recuerdos mientras el tiempo transcurre en mi semblante que no deja de mirarte; ¿Así te has puesto?, delgada, impotente, olvidadiza, acarreando tu pobre caminar que abarca otros senderos, lánguida, asustada, sonriendo de la nada que roza el infortunio. Soy la testigo más cercana de tu alejamiento, la que con humor desteje los reclamos, la que a veces calla ante las sombras o grita un alarido de dolor, la que observa el desvanecimiento de tu vida o la que esboza una palabra que aún no habita este escenario.

Ana Cecilia.