María de los Santos, sí, ese era su nombre. Había nacido un día de los santos, en un lejanísimo noviembre y conocerla era impresionante pues tras esa apariencia frágil, y aún a su avanzada edad, se intuía tras su mirada vivaz, esa ferviente personalidad que le acompaño siempre y que hizo de ella un mujer como pocas he conocido.
Su historia es la de muchas otras mujeres, llena un poco de esa mezcla de sabores que nos regala la vida. Unos toques de dulzura, otros de desenfreno, otros de dolor de corazón hermoso pero muchos de sabor tropical y de tierra caliente, como ese pueblito suyo, un tanto perdido y de calor agobiante, acaso por eso esa vida tan llena de calor y excitación que ocupó sus años juveniles y que hizo de ella alguien diferente a sus amigas y compañeras de juventud.
Lo curioso no fue que a Santico, que así le llamaba su madre la tomara por sorpresa el amor. Tampoco era muy especial que el objeto de su amor fuera ese primo mayor suyo, guapote y de ojos morenos, terriblemente casado. Lo curioso fue que en el año en que ella tenía 15, ni siquiera había llegado la electricidad al pueblo, y ese amor, ese espiritu libre, era muy difícil de aplaudir en un tiempo donde era común doblegar los corazones.
¿Como se enamoro? Pues ella no estaba segura. Sería el verlo todas las tardes cuando venía de la hacienda, con camisa remangada que dejaba ver sus brazos morenos. O serían los ojos, que de lo profundo casi daban susto, tal vez fue su sonrisa blanquíta que dejaba ver de vez en cuando. Lo cierto es que a sus quince, con un cuerpito flaco y debilucho y que sólo lograba destacar sus ojos vivaces, ella lo había mirado y había decidido sin miramientos, que al menos un beso de esos labios ricos se guardaría para sí.
El era serio, callado y para colmo el primo mayor, el que se encargaba con su padre, que solo tenia mujeres, de los asuntos de la casa. Estaba casado con otra María, una mojer joven y bonita, de sonrisa delicada y cumplidora de los deberes de la casa. Aún no tenían hijos y Santico que no sabía mucho de eso, se preguntaba porqué. Pero no podía dejar de verlo. El la sorprendía en esas espiadas suyas y siempre terminaba regañandola o pidiendole que hiciera oficio, que buscara que hacer y le decía al tío que Santico estaba creciendo, que habria que casarla pronto.
Pasaban los días y las horas y Santico, que poco a poco fue mostrando su resolución de ser rebelde, se negó a que la visitara Ramón, un muchacho decente y buen porvenir, justo para ella. Porque había que decirlo, para ella solo César existía. Era a César a quien besaba en las noches, en los sueños de su cama era César quien la acompañaba. Y Era por Cesar por quien sus ojos oscuros lloraban o se enfurecían cuando María, la otra María se sentaba junto a el, o dormía a su lado.
Una tarde, ya oscuro como decia su papá, se puso ligerita de ropas y se fue a su encuentro. Sabía que pronto llegaría de la hacienda, lo espero en el camino. No tuvo tiempo Cesar de decirle nada. Simplemente pego sus labios apretadamente a los suyos y César, ese hombre siempre recto y derechito, sintió el calor revolviendo sus sentidos. Aquella noche en la casa, en el solar lejano donde se guardaban las cosas viejas se amaron como locos, aquella noche empezó el infierno y el cielo, ambos vividos a un tiempo, aquella noche empezó la historia de amor mas bella de la que tengo recuerdo haber oído y aquella noche también, empezó un poco mi vida.
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