El parto fue normal, el niño era rubio como los trigales, sus ojos como los de su madre semejaban un cielo diáfano y puro, Juan al ver su paternidad cumplida sintió una felicidad extrema, pero no olvidaba la traición de la que era objeto, y a partir de allí comenzó a elucubrar su venganza.
La vida seguía como si nada pasara, Juan dedicado a sus tareas diarias y Elisa y Alberto seguían con su amor prohibido, olvidándose del niño y de todo, solo el placer los movía, y cada vez que la ocasión lo permitía, la pasión se desbordaba, cada vez máas intensa y pecaminosa, no teniendo límite alguno.
Así las cosas Juan fingía no saber nada y su conducta con Elisa era gentil y amorosa y cumplía con sus deberes de esposo y Elisa se entregaba a él como si fuera su único amor, fingiendo orgasmos y gimiendo como si gozara de un amor pleno con su engañado Juan.
Todo así hasta que nuevamente Elisa quedó embarazada, esta vez Juan se aprestaba a vengar el engañó a que había sido sometido por Elisa y Alberto.
Juan se había sometido a una vasectomía, y solo esperaba el momento del nacimiento del nuevo niño, ahora seguro que no podía ser suyo.
Llegó el día, Elisa dio a luz un hermoso mulatito, claro, de Juan no había heredado nada sin duda alguna, la desesperación de Elisa fue tremenda, sabía que ahora debía esperar lo peor, cuando Juan se acercó a la cama, tranquilamente le acercó el diario del día donde, en la página de los obituarios estaba el aviso del sepelio de Alberto.